Cultura

El lenguaje de la felicidad

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Del soneto a la novela, de las grandes a las pequeñas editoriales, el escritor se mueve con libertad a través del universo literario. Inicios, experiencias y nuevos libros.

 

Novedades. Publicó una novela en sonetos y una compilación de columnas periodísticas. (Jorge Aloy)

Después de convertirse en el primer ganador del Premio Clarín de Novela en 1998 con Una noche con Sabrina Love –llevada al cine con un elenco que incluía a actores como Norma Aleandro, Cecilia Roth y Fabián Vena–, Pedro Mairal devino en uno de los escritores argentinos de recorrido editorial más impredecible. Publicó cuentos, novelas, columnas, poemas y hasta una novela en sonetos que acaba de salir, El gran surubí. Lo hizo con su nombre o bajo seudónimo, por editoriales internacionales, cartoneras, medianas, artesanales y, en el caso de El equilibrio, con un club editorial: Garrincha.
Estos dos últimos libros comparten la particularidad de haber surgido a raíz de «no libros». El equilibrio, compuesto por unas 90 columnas de las que escribió para el periódico Perfil, alberga ilustraciones de su hijo y un prólogo de su papá: «Tiene un costado un poco íntimo, que no tienen los libros de las editoriales grandes».
El gran surubí, por su parte, fue un folletín que salió en Revista Orsai. Es la historia de un grupo de escritores reclutados por el Ejército para obligarlos a pescar, en una Argentina caótica que se queda sin carne. «Tiene algo de novelita condensada», afirma. «Imaginé un mundo sin mujeres, de golpe. Ningún cariño, ningún detalle, ninguna contención femenina. Un mundo despiadado, de crueldad total. La había pensado pero no me salía escribirla en prosa. A los libros los encontrás cuando encontrás el borde. Lo que me permitió el soneto fue eso: pinceladas muy rápidas y condensadas».
En esa historia encontraremos –como en su novela anterior, El año del desierto– escenas de canibalismo y catástrofe. «Son como proyecciones del presente. Agarrás cosas que están en el aire y las exagerás hasta la destrucción total», explica. «Después se volvieron libros, pero en el momento no los pensé como tales y eso te da mucha libertad». La libertad: algo que Mairal no está dispuesto a ceder. Su obra está repartida en varias editoriales, y esa suerte de inconducta alegre lo protege. «Tener un pie en cada género, poesía y narrativa, me lleva a editoriales chicas. Hay dinámicas de la poesía de los 90 que se trasladaron a la narrativa, algo de tribu. Antes estaba esa cosa de grandes grupos editoriales, y los escritores estábamos cada uno en su casa, aguantando la radiación. El contrabando de editoriales chicas siempre me interesó. Los libros de cuentos y cosas raras me gusta dárselos a editores que los reciban con felicidad».
Así, Mairal se fue corriendo de la lógica del mercado, que plantea: «una editorial grande, si es posible española, y que te distribuya por el mundo. Bueno, yo me salí un poco de eso, con lo cual la vuelvo loca a mi agente literaria. No sabe bien qué hacer conmigo». Asegura que se siente más leído ahora, con Internet, que cuando salió Una noche con Sabrina Love: «Si bien a mí me gusta escribir para los argentinos de ahora, el hecho de que tus textos viajen a otro lado del mundo es muy impresionante, salta por arriba de todas las fronteras medio balcánicas de las editoriales. Estoy publicado en Turquía, en Grecia, pero ¡no estoy en Uruguay! Es un delirio total».
«Pedro Mairal es para mí un escritor ejemplar. Su virtud más notable es digna de envidia: se las arregla para producir felicidad en el lector», dice Santiago Llach en la contratapa de El equilibrio. «No me lo propongo», sostiene él. «Escribo sobre las dificultades, las neurosis de cada uno; cosas muy cotidianas, un poco como hace el poema, que da vueltas en torno a algo hasta agotarlo. Eso quizás provoque, a veces, felicidad. Pero una felicidad verbal, una felicidad del lenguaje».
Ahora, sus obras circulan por Alemania, España, Italia, Francia y Polonia. Podría decirse que Mairal comenzó a ser escritor en el bar de Ciudad Universitaria, donde se pasaba las horas de cursada del CBC leyendo a escondidas para no tener que llegar a casa y confesar que no iba a ser médico. «No quería desilusionar a mis viejos. Tenía que estar disimuladamente toda la mañana ahí; entonces, me puse a leer. Y a escribir, muy de a poco», cuenta. Cuando se destapó la olla en la familia, «hubo un gran bolonqui» y amenazó con irse. Pero se quedó.
Luego, entonces, se pasó a Letras. «Por suerte no me quemó la vocación de escritor. Hay un momento en el que te das cuenta de que no sos Dostoievski, ni Shakespeare, y es duro. Si no creés en lo que tenés ganas de escribir, te puede liquidar. Estudiar Letras y escribir es como estar loco y estudiar Psicología. Pero me sirvió, porque te convierte en un buen lector: no se te pasa nada, te volvés menos ingenuo. El peligro es la hiperculturización: empezar a hacer una literatura que se mira a sí misma».
Ramón Paz, seudónimo para sus Pornosonetos, tipeó volúmenes de humor y erotismo en rima. Aprendió esa «musiquita del endecasílabo» en un taller literario. Son poemas pornográficos, pero también son de amor, como cree él y como creyó un amigo suyo que casi recita uno de esos en su casamiento, antes de dar el sí. «Yo estaba ahí, pero por suerte me enteré después de que lo quería leer. ¡Lo tenía en el bolsillo del saco! Algo lo hizo recapacitar», comenta.
Una vez dijo que, si fuese valiente, publicaría todo con seudónimo. «Y con un seudónimo distinto», agrega. «Pero las editoriales no me dejarían y los lectores se confundirían. Despojar al texto de tu información de solapa, del prejuicio malo o bueno. Me liberaría de eso, y también de una especie de carrera de escritor. Hacer una no-carrera también es una carrera. Soy consciente; lo que pasa es que me gusta entregarme a las cosas que quiero con los libros».

Valeria Tentoni

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