En medio de un escenario inusual por la pandemia, la primera consagración de Dominic Thiem en un Grand Slam ratificó el avance de la nueva generación que desafía a las leyendas. El protagonismo de Novak Djokovic, en el centro de las miradas.
23 de septiembre de 2020
Abierto de Estados Unidos. El austríaco de 27 años levanta el trofeo tras derrotar al alemán Alexander Zverev, de 23, en una dramática final. (Bello / Gina / AFP / Dachary)
Las cuatro horas que necesitó Dominic Thiem para ganarle a Alexander Zverev la final del Abierto de Estados Unidos pudieron ser una ventana a la futura normalidad del tenis. El austríaco aprovechó que Roger Federer y Rafael Nadal se bajaron por la pandemia, y que Novak Djokovic quedó en el camino por un pelotazo a una jueza de línea, para quedarse con su primer título de Grand Slam. Lo que no había conseguido en las tres finales anteriores (Roland Garros 2018 y 2019, frente a Nadal, y Abierto de Australia 2020, frente a Djokovic), lo obtuvo en un estadio semivacío, en la burbuja de Nueva York, frente a Zverev, un alemán con orígenes rusos que a sus 23 años es parte de la nueva generación que le sigue a las leyendas.
El dato es tan básico como una fecha de nacimiento: Thiem es el primer ganador de Grand Slam cosecha década del 90. Cumplió 27 años unos días antes de la consagración. Es del 3 de septiembre 1993, de Wiener Neustadt, una ciudad de Baja Austria. Le tocó coincidir con una carrera espacial de tenistas, la que llevan adelante Federer y Nadal desde hace 15 años. A la que también se sumó Djokovic. Entre los tres hegemonizaron el circuito. Desde 2004 para acá, acumulan 20 (Federer), 19 (Nadal) y 17 (Djokovic) títulos de Grand Slam. Aunque lo intentó, Andy Murray no pudo subirse a ese tren. Es una batalla aparte en la que Djokovic tiene una ventaja etaria frente al suizo y el español. Es el más joven de los tres (aunque apenas un año debajo de Nadal) y podrá coleccionar coronas durante un tiempo.
El Abierto de Estados Unidos, finalizado recientemente, fue una oportunidad perdida para el tenista serbio. El 2020 pandémico lo tuvo hasta acá inmerso en una intensidad parecida a la de su juego. Conquistó el Abierto de Australia (final con Thiem) a inicios de la temporada, y luego reafirmó el éxito al ganar el ATP de Dubai en febrero. Pero llegó el COVID-19, la suspensión del circuito y Djokovic comenzó a ser noticia por otros asuntos. Cuando todavía ni se asomaba la posibilidad de una vacuna, adelantó su oposición. «Personalmente –dijo– me opongo a la vacuna contra el COVID-19 para poder viajar, pero si se vuelve obligatorio, tendré que decidir si hacerlo o no». Después de defender su posición, fue por más. En junio, organizó un torneo con fiesta incluida en Serbia. Varios de los tenistas que participaron contrajeron el virus. Djokovic y su esposa también.
El circuito volvió a su curso en la burbuja que organizó la ATP. Al regreso, con Federer y Nadal guardados, Djokovic ganó el Máster de Cincinnati. Tres torneos jugados, tres ganados. Llegó el US Open (como se conoce al Abierto de Estados Unidos) y el serbio eligió esa fecha para presentar una asociación paralela a la ATP, la primera creada desde 1972, que paró a sus principales rivales en la vereda de enfrente. «Esto no es un sindicato. No estamos llamando a un boicot. No estamos creando un circuito paralelo», aclaró Djokovic. Su propuesta, dijo, es para defender la posición de los tenistas de menor ranking. Dos argentinos lo acompañaron: Diego Schwartzman y Guido Pella, que estaba en pie de guerra con la ATP porque lo había dejado afuera de Cincinnati después de que su preparador físico, Juan Manuel Galván, diera positivo de COVID-19. No ocurrió lo mismo, sin embargo, con los contactos estrechos del francés Benoit Paire. Pella se quejó, otros lo apoyaron, pero ya era tarde. Djokovic mantuvo la iniciativa de la nueva asociación, que recibió críticas por no tener entre sus miembros fundadores a tenistas mujeres. Federer y Nadal tomaron distancia: argumentaron que no era tiempo de divisiones.
Por distintos caminos
Sin sus rivales de época, con la asociación presentada, Djokovic encaró el US Open. Pero sus nervios en el partido con el español Pablo Carreno Busta le tendieron una trampa. Después de perder el servicio revoleó una pelota hacia fuera de la cancha. La pelota le pegó a una jueza de línea. Aunque no haya tenido intención, Djokovic tuvo que ser eliminado por conducta antideportiva. Era la letra fría, sin posibilidad de interpretación, del reglamento para los Grand Slam. La lectura de que a Djokovic le hacían pagar la formación de la asociación duró demasiado poco.
Todo ese camino es el que quedó despejado para que Thiem celebrara su primer Grand Slam en Nueva York, el primero que no gana ninguno del Big 3 (los tres grandes) desde 2016, cuando Stan Wawrinka se llevó Roland Garrós. A Thiem le costó tres finales, la cuarta fue la vencida. En 2016, después de ganar su primer ATP de Buenos Aires, algo que repitió dos años después, se contó que al austríaco lo entrenaba Sepp Resnik, un exdeportista que había competido en ultra triatlones e ironman. Resnik lo llevaba al bosque de noche y lo sometía a una preparación extrema. Thiem no levantaba pesas sino troncos, no hacía cinta sino que cruzaba ríos, y su ropa empapada era parte del desafío porque no había vestuarios. Era una práctica primitiva, una lucha de largo aliento. Tenía 22 años.
A Thiem le llegó su primer grande con el tiempo, en una circunstancia excepcional producto de la pandemia. Pero sobrellevó incluso el desgaste de una final inédita, la primera que se define en tie break desde la era abierta, cuando en 1970 se unificaron los torneos de tenis. Ahora la carrera, más generacional, es contra la época: ser uno de los que encabece la transición después de las leyendas.