Cuestionaron los patrones sociales que reproducían la desigualdad de género en un mundo hecho a la medida de los varones. A 50 años de su surgimiento, las luchas de la Unión Feminista Argentina adquieren una actualidad renovada.
7 de octubre de 2020
Tomar la calle. Encuentro de varias generaciones de militantes y activistas frente al Congreso Nacional durante la marcha del 8 de marzo de 2020. (Mónica Hasenberg)Este día es el bombón para hacernos aceptar 80 horas de trabajo semanal no remunerado. Felicitaciones mamá, descansá hoy que mañana vuelve todo a empezar». El 19 de octubre de 1971, las calles del centro porteño aparecieron cubiertas por un papel verde claro con esta inscripción. Era el día de la madre, y la Unión Feminista Argentina (UFA) decidió captar la atención con aquel pequeño volante. Y lo logró. Llevaba ya un año de vida, pero el mensaje consiguió aparecer prácticamente como el primer signo visible del feminismo en Argentina. Por lo menos así lo consignó el diario La Opinión al día siguiente.
Este año se cumplen cinco décadas de la fundación de la organización y la fecha parece volverse una excusa interesante para reflexionar sobre las luchas de género en nuestro país. ¿Cuáles son los cruces entre el movimiento actual y aquellas organizaciones? ¿Qué cambió? ¿Cuáles son las deudas y qué nos dicen esos contrastes?
Lo personal es político
«Era un sábado a la tarde. Me acuerdo perfectamente que era a fines de año porque hacía calor. Estábamos en casa con las escritoras Leonor Calvera e Hilda Rais, y Leonor nos comentó que tenía una reunión. Hasta ese momento nunca había oído hablar de UFA. Y fuimos. Se reunían en un local en Chacarita, en una esquina, con un salón grande con piso de baldosas. Caímos y me metieron en un grupo de concienciación donde el tema era la relación con nuestra madre. Desde ahí no me fui más, aunque confieso que en esa tarde no tenía ninguna idea de qué se trataba el feminismo». Marta Miguelez hoy es psicóloga social. Recuerda esos primeros días como si hubieran pasado tan solo algunas semanas.
De acuerdo con Mabel Bellucci, una de las especialistas que más ha historizado el feminismo local, todo comenzó después de un reportaje que le realizaron a la directora de cine María Luisa Bemberg en el que ella compartió sus ideas sobre la desigualdad de género. «Sos la primera feminista que conozco», le escribió después de escucharla Gabriella Christeller, una aristocrática italiana que migró con su familia escapando de la guerra y se interesó desde temprano por la lucha en la igualdad de derechos. Ambas se citaron en el Tortoni. Así arrancaron las primeras reuniones, que seguirían luego en el local que rememora Miguelez.
Según explica Bellucci, la UFA fue «un movimiento de mujeres inclusivo, sin discriminaciones económicas y sociales» y tuvo algunas caras conocidas. Además de Bemberg militaron en sus filas Sara Facio y María Elena Walsh. Algunas también habían pasado por grupos de izquierda. En realidad, la vinculación con organizaciones partidarias se tradujo en varias discusiones y tensiones hacia dentro, sobre todo en la relación que se planteaba con otras formas de hacer política.
Un año más tarde se formó el Movimiento de Liberación Femenina (MLF), liderado por María Elena Oddone, entre cuyos objetivos figurará alcanzar una mayor visibilidad social. Ambas organizaciones serán las que encabecen la lucha feminista de los años 70. Las demandas eran amplias, desde la denuncia sobre la desigualdad laboral y económica hasta la libertad sexual, una consigna que en realidad marcaba el pulso de la época. De hecho, una de las campañas más grandes es aquella contra la disposición en 1974 de José López Rega –por entonces al frente del Ministerio de Bienestar Social– de cerrar los Centros de Planificación Familiar y restringir la entrega de anticonceptivos.
«Lo que estábamos haciendo era política en el sentido más amplio de la palabra, era una práctica transformadora». Gloria Bonder es psicóloga e investigadora, actualmente dirige un área de estudios sobre género en Flacso y fue quien creó un posgrado de especialización en el tema en la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Pero antes de todo eso, en 1977, fundó el Centro de Estudios de la Mujer, algo así como el correlato académico de toda esa ebullición. «Como dijo Betty Friedan, había un malestar que no podía ser explicado con las categorías bajo las que habíamos sido formadas. Estaba la necesidad de hablar, hablar de nosotras. Creo que esa época se caracteriza por pequeños grupos que repensaban la condición de la mujer, muchas desde el mundo intelectual. Y algunas fueron muy osadas. Con el advenimiento de la democracia nos dimos cuenta de que necesitábamos una estructura legal que garantizara el ejercicio de los derechos en condiciones de igualdad. Esa era la posibilidad que teníamos y la aprovechamos muy bien».
Del divorcio al Ni Una Menos
En Argentina, hasta 1985, las mujeres no tuvieron los mismos derechos sobre sus hijos que los varones. Recién durante el gobierno de Raúl Alfonsín se restablece mediante la Ley 23.264 la patria potestad compartida, planteada en la Constitución de 1949 pero derogada con el golpe de 1955. También con el advenimiento de la democracia se consigue la ley de divorcio, cuyo primer proyecto había sido presentado en 1888. Podría afirmarse que mientras en los 70 el cuerpo y la liberación sexual ganan todas las miradas, en la década que sigue el debate se traslada al campo del derecho y las instituciones.
La pregunta sobre el contraste con la actualidad parece inevitable. ¿Qué cambió y qué similitudes guardan estas formas de movilización? Para Miguelez, las demandas encuentran un lugar común: «Nosotras perseguíamos la transformación social, algo que tiene que ver con el pensamiento general de la época. Creo que el feminismo es tan abarcativo y tan amplio, que me cuesta encasillarlo bajo una sola etiqueta. Si bien en aquel entonces podría enfatizarse el lugar del deseo, las reivindicaciones actuales no se pueden pensar por fuera del cuerpo. La lucha por la legalización del aborto y contra la violencia tienen también que ver con el cuerpo. Eso sí, por ejemplo, hoy el movimiento de mujeres incluye al feminismo pero está integrado también por mujeres que no necesariamente son feministas».
En este sentido, Bonder destaca la masividad que comenzó a enmarcar estas luchas durante los últimos años: «Lo que veo es una gran heterogeneidad. Justamente se trata de un movimiento. Es decir, aunque se tiende a pensarlo como una masa uniforme, hay muchas diferencias. Por eso hablamos de muchos feminismos. Nosotras asumimos una manera de hacer feminismo que pasaba por repensar y producir un conocimiento que cuestionara los patrones sociales, culturales y económicos que reproducían la desigualdad de las mujeres».
No obstante, en su opinión, ese gran número, también supone algunos problemas. «En Flacso estamos haciendo una investigación sobre los jóvenes –explica– que constituyen un núcleo muy vital de este movimiento, y algo de lo que pudimos dar cuenta es que muchas no conocen las corrientes dentro del feminismo. No saben bien de dónde viene todo esto. Creo que habría que rescatar su importancia. Es necesario revisar estas cosas, conocer las bases y la historia, porque si no corremos el peligro de caer en eslóganes sin nInguna fundamentación».