11 de julio de 2014
El avance sobre Bagdad de las fuerzas del grupo radical sunnita Estado islámico tiene un final incierto. La aparición de este movimiento armado hay que verla en el contexto de la historia de Irak de los últimos 100 años, tomando dos hechos fundamentales: la desaparición del Imperio Otomano y el diseño de las fronteras por ingleses y franceses que se repartieron gran parte del Oriente Medio en los acuerdos secretos de Sykes-Picot de 1916. Dentro de un nuevo Estado-nación quedaron poblaciones muy disímiles. En el norte, una mayoría kurda que quería un Estado propio con sus hermanos de Turquía, Irán y Siria, y que fue reprimida durante décadas por Saddam Hussein. En el sur, hay mayoría de árabes chiítas que se levantaron en contra de Hussein después de que las tropas norteamericanas desalojaran al ejército iraquí de Kuwait y la geopolítica estadounidense los dejó a la deriva. Y en el centro, alrededor de Bagdad, hay sunnitas y chiítas aunque Hussein construyó su poder alrededor de una mayoría sunnita.
El segundo hecho fundamental es la invasión de Estados Unidos en 2003. El Estado explotó en mil pedazos y muchos sectores afines a Hussein se levantaron en armas contra la ocupación. Allí aparecieron militantes ligados con Al Qaeda que no tenían ninguna base social antes de la invasión. Al Qaeda siempre aprovecha situaciones de violento conflicto social para aparecer. No es casual que no tuviera ninguna participación en las revueltas en Egipto o Túnez. El pueblo quería derrocar a sus gobiernos por la vía pacífica y lo logró sin la ayuda de organizaciones armadas. Hoy este movimiento quiere aprovechar el caos en Siria e Irak para crear un Estado islámico eliminando las fronteras que hoy conocemos y que no reconocen como legítimas. Además, quieren recrear un califato, un sistema político religioso que imperaba en el Imperio Otomano hasta su disolución, para servir como inspiración a todos los musulmanes. Cuesta creer que lo logren.