4 de mayo de 2021
La canciller transita el último tramo de mandato tras 16 años en el poder. Perfil de Armin Laschet, su posible sucesor en el Gobierno, quien deberá lidiar con la crisis del coronavirus y la sombra de la líder más relevante de la política europea en el siglo XXI.
En sintonía. La mandataria saluda a Laschet en su visita al Parlamento de Dusseldorf, en 2020. (Federico Gambarini/Pool/AFP)
Luego de 16 años en el poder, la hegemonía de Angela Merkel en Alemania entró en su etapa final. En una reñida interna, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) votó a Armin Laschet como nuevo líder del partido y posible candidato para los comicios generales de septiembre. La elección de este dirigente, de perfil centrista y moderado, supone una señal de continuidad con las políticas impulsadas por la canciller, cuyo retiro de la política abre una nueva era tanto en su propio país como en toda Europa.
Laschet se convirtió en presidente de la CDU después de imponerse, por escaso margen y en segunda vuelta, ante Friedrich Merz, un antiguo rival de Merkel que impulsaba un giro conservador dentro de un partido que ya de por sí está situado a la centroderecha del escenario político germano. De este modo, los demócratas cristianos le cerraron la puerta a quienes veían con buenos ojos la posibilidad de establecer futuras alianzas con la ultraderecha, lo que hubiese significado una completa ruptura con las posturas de la canciller, que siempre rechazó los coqueteos con partidos abiertamente neonazis.
El currículum de Laschet indica que fue periodista, parlamentario y eurodiputado, y desde 2017 gobierna el estado de Renania del Norte-Westfalia, el más poblado del país. Al igual que Merkel, aboga por fortalecer la Unión Europea y mantener un aceitado vínculo con Estados Unidos. En lo que respecta a la inmigración, se distancia de los discursos de odio e impulsa una política orientada hacia el centro. De hecho, fue uno de los dirigentes que más respaldó a la canciller cuando en 2015 decidió abrir las fronteras germanas a los refugiados. Según suele decir, para él la diversidad étnica y cultural «no es una amenaza, sino un desafío y una oportunidad». Por ese tipo de posturas sus enemigos partidarios lo apodaron «Armin, el turco».
Con su designación como sucesor de Merkel en la CDU, Laschet quedó bien perfilado para convertirse en el postulante del oficialismo de cara a los comicios del 26 de septiembre, en los que se elegirán a los 709 diputados del Bundestag (Parlamento) para que posteriormente formen un nuevo Gobierno. Sin embargo, aún no todo está dicho: la elección del candidato no es una potestad exclusiva de la CDU, sino compartida con su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), comandada por Markus Söder, quien cosecha buenos números en las encuestas y que también suena como opción para competir por la cancillería. Incluso hay otros nombres en danza y nadie descarta la posibilidad de que finalmente aparezca algún tapado. Lo cierto es que la decisión final se tomará en la primavera alemana, después de las elecciones en Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Hesse, tres Estados federados de importante peso electoral.
Mismo estilo, distinto manual
La elección del nuevo canciller significará el fin definitivo de una era marcada por la presencia de Merkel como figura política más relevante, no solo de Alemania, sino también de Europa. Mutti –«mamá», como la llaman los alemanes– concluirá en diciembre su cuarto y último mandato al frente de la economía más potente de la región. Junto con Helmut Kohl, su padrino político y canciller de la reunificación, será la mandataria con mayor permanencia en el cargo. Fue, además, la primera canciller mujer en la historia del país. Su retiro es algo que había anunciado ya en 2018, cuando dejó la jefatura de la CDU y prometió que no se presentaría como candidata en las próximas elecciones, a pesar de que hoy cuenta con un 70% de aprobación ciudadana.
Desde su llegada al poder en 2005, Merkel representó un muro de contención frente a las políticas que impulsa la ultraderecha en todo el continente. En 2015, durante la crisis de los refugiados y cuando muchos reclamaban el cierre de fronteras, la canciller animó a los diferentes gobiernos de la región a abrir las puertas a quienes huían de la guerra y el hambre. A diferencia de otros líderes, y a pesar de que el discurso ultra comenzaba a dar rédito electoral, no adoptó el racismo y la xenofobia como mensaje, aun a costa de perder popularidad.
Pero Merkel también es quien impulsó los planes de austeridad por toda Europa en plena crisis financiera. El ajuste diagramado desde Berlín implicó recesión, recortes en los servicios públicos, aumento en la edad jubilatoria, deuda externa y desempleo. Esa política neoliberal –bautizada «austericidio» por la izquierda europea– produjo cifras récord de pobreza y desigualdad en países como Grecia, España y Portugal. La canciller mantuvo sus posturas ortodoxas en sus mandatos, hasta la aparición del coronavirus: en 2020 dejó a un costado el libreto del FMI y abogó por inyectar dinero en la economía para hacer frente a una crisis sin precedentes, que provocó dramáticas consecuencias en el plano sanitario, económico y social.
Ese difícil contexto es el que deberá continuar gestionando quien reemplace a Merkel en diciembre próximo. Si el elegido es Laschet, el desafío será doble: no solo tendrá que estar al frente de la lucha contra la pandemia, sino también lidiar con la sombra de una mujer que, después de casi dos décadas en el poder, se convirtió en ama y señora de la política alemana.