5 de mayo de 2021
Hace varios años que la República Popular de China está pisando fuerte en América Latina y el Caribe. Durante mucho tiempo sus vínculos giraron alrededor de identificaciones políticas y la disputa con Taiwán por establecer lazos diplomáticos preferenciales. Hoy, salvo en pocos países, Taiwán ha quedado relegado a un segundo plano debido al crecimiento económico de Beijing.
Justamente, la pandemia de COVID-19 le ha permitido a la República Popular de China ofrecer vacunas mientras que Taiwán –que al comenzar la pandemia trató de presentarse como «modelo»–, hasta fines de febrero, no había comenzado a vacunar a su población, y ni siquiera tiene producción propia.
En la carrera por conseguir las ansiadas vacunas varios Gobiernos han optado por las que se producen en China, siendo las más conocidas las de Sinovac y Sinopharm. Esto seguramente para muchas personas habrá sido una sorpresa, porque habrán descubierto que China tenía la capacidad de producir más de una vacuna en diferentes laboratorios. De manera prejuiciosa todavía se cree que en China apenas copian productos fabricados en otros países como sucedía hasta hace unos años. La pandemia permitió que también en los países más industrializados descubrieran que China se ha convertido en una potencia mundial tecnológica que produce instrumentos médicos. Incluso en los Estados Unidos se asombraron cuando necesitaban material quirúrgico específico y descubrieron que solo se fabrica en China, país que ya se ha convertido en el mayor exportador del mundo de material médico.
Varios países de América Latina ya tienen a China como su principal socio comercial y hoy la relación es tan fluida que no extraña que las vacunas producidas en China puedan llegar con facilidad. Ahora, sin ideologías de por medio.