31 de mayo de 2021
El recurso vital se encuentra al límite de sus posibilidades de explotación mientras se agudiza su mercantilización y se avizoran guerras para conquistar fuentes de provisión.
Hasakah. Un chico bebe de una cisterna provista por organizaciones humanitarias. Siria es escenario de conflictos por el control del agua. (Delil Souleiman/AFP/Dachary)
2020, el mismo año que comenzó con incendios que devoraron millones de hectáreas de bosque en Australia, Brasil y nuestro país, y que será recordado en la historia por la pandemia que puso en pausa, duelo e incertidumbre al planeta entero, terminó con una novedad que, para algunos, fue acorde con un calendario entero marcado por la distopía: el anuncio de que el agua ya cotiza, como cualquier otra mercancía, en la bolsa estadounidense de Wall Street.
Diez años después de que la Organización de las Naciones Unidas declarase al agua y a su saneamiento derechos humanos necesarios para la vida digna y realización de todos los seres humanos, este recurso natural es ahora para algunos pesos pesados de las finanzas una nueva commodity, cuya cotización ya fluctúa –como lo hacen el petróleo, el oro, las carnes o el trigo–, según un índice –Nasdaq Veles California Water (NQH2O)– creado en 2018 en el mercado de futuros de California (el estado de la costa oeste estadounidense encabeza el ranking nacional de consumo de este elemento codiciado, en medio de una crisis extendida que incluye una sequía persistente, incendios forestales, una población creciente y la demanda de agua para la agricultura).
Como recurso escaso no solo en California sino cada vez más en todo el mundo por los efectos del cambio climático, su mal uso y la contaminación, el agua ahora cuenta con una protección, según los impulsores y defensores de su cotización en la bolsa. «Con cerca de dos tercios de la población mundial expuesta a escasez de agua en 2025, su falta representa un riesgo creciente para empresas y comunidades alrededor del mundo, y muy en especial para el mercado del agua de California, que supone unos 1.100 millones de dólares», dijo Tim McCourt, director general de la firma de mercados financieros CME Group. «Desarrollar herramientas de gestión de riesgos que aborden las crecientes preocupaciones medioambientales es cada vez más importante», agregó el financista.
Pero que desde los sectores especulativos sostengan que se están poniendo a la cabeza de la protección de un recurso finito como el agua es algo que despierta preocupaciones. «No se puede poner un valor al agua como se hace con otros productos básicos comercializados. El agua es de todos y es un bien público. Está estrechamente ligada con todas nuestras vidas y medios de subsistencia, y es un componente esencial para la salud pública», expresó, a través de un comunicado, Pedro Arrojo-Agudo, relator especial sobre el derecho al agua potable y al saneamiento de la ONU.
Globo de ensayo
Profesora de historia y especialista en geopolítica, para Elsa Bruzzone el anuncio realizado en diciembre «es un puntapié inicial para determinar que el agua es efectivamente una mercancía y no un derecho humano». Para Bruzzone se trata de un concepto que funciona como «globo de ensayo», y que se buscará sea expandido a todo el mundo, «invocando el cuidado, la preservación y la utilización racional, siempre acudiendo a la protección del ambiente». ¿Qué implicancias puede tener esto? Bruzzone cree que las opciones son más bien limitadas: «Si realmente el agua va a ser una mercancía y va a estar sujeta a las leyes de oferta y demanda del mercado, esto significa que solamente van a poder acceder a esta quienes tengan dinero para pagarla. Si no, a tomar agua contaminada y que la suerte o quien sea le ayude a sobrevivir».
Mientras tanto, el índice va a la suba: si en su primera semana cotizaba a 486,53 dólares por acre pie (equivalente a cerca de 1,2 millones de litros), hoy ya se ubica en 868,70 dólares.
Sin embargo, para el economista y ambientalista Antonio Elio Brailovsky estamos frente una operación publicitaria de gran envergadura. «Lo que está cotizando es el precio del agua para las empresas de riego en California, un tema que no afecta a nadie más que a los que riegan en viñedos y frutales en California. El tema es que le han dado toda una sobreactuación al tema como para empezar a instalar la idea de que el mercado es un buen asignador de recursos», asegura.
«Una señal política», es, en pocas palabras, lo que se dio en el último mes de 2020, agrega Brailovsky, autor de numerosos ensayos como Verde contra Verde: las difíciles relaciones entre economía y ecología y Memoria verde. «Es el resultado de experimentos de agentes financieros», dice, en términos similares, el sociólogo José Esteban Castro, investigador del CONICET y especialista en ecología política. Ambos académicos coinciden en algo: antes que la cotización en Wall Street, otras inquietudes sobre el agua requieren de una atención más urgente.
Honduras. Las altas temperaturas y la deforestación provocaron el descenso del nivel de una represa que abastece a un millón de personas.
«Tenemos que tener cuidado de que la preocupación legítima que podamos tener por esto no sea una nube de humo, que nos distraiga de ver lo que realmente está pasando, que es que a nivel planetario tenemos una enorme proporción de la población mundial sin un litro de agua y un gran acaparamiento por parte de empresas pero también a veces de estados, y que por supuesto empresas y millonarios están haciendo muchísimo dinero con el tema, sin necesidad de pasar por un mercado ni tomarse el trabajo de crear uno. No lo necesitan», asegura Castro, coordinador de la red internacional de docencia, investigación e intervención WATERLAT-GOBACIT.
«Las grandes empresas que nos venden agua o gaseosa no compran agua en Wall Street, ellos ni siquiera la compran. Tienen un control que les permite extraer el agua y muchas veces sin pagar nada. Entonces la pregunta es: si tienen esto todas estas grandes empresas que controlan el mercado del agua que ya existe, el del agua embotellada, las gaseosas y otras cosas, ¿cuál es el negocio de que el agua esté en el mercado para ellos?».
Brailovsky añade: «Creo que el problema no pasa por si cotiza o no cotiza en bolsa, sino qué hace el Estado asignando prioridades en el uso del agua… Primero para las personas. Después el agua que quede vemos cómo se asigna entre las empresas», propone.
«El agua es el petróleo del siglo XXI», señaló, en 2008, un reporte de Goldman Sachs. La comparación llamó la atención. Pero aunque esté lejos de tener una similitud con el hidrocarburo –hay fuentes de energía que podrían reemplazar al petróleo pero nada puede hacerse con el agua en ese sentido–, la afirmación de la entidad financiera sí dio cuenta de que la problemática que comienza a emerger en relación a la accesibilidad y disponibilidad del agua no es un tema para nada menor en el universo de las más grandes corporaciones, mientras aumenta la demanda de alimentos, minerales, combustibles y fibras.
Sin embargo, el problema del agua debería leerse en tiempo presente: actualmente, según datos de la ONU, 2.000 millones de personas carecen de acceso a este derecho y más de 4.200 millones –más de la mitad de la población mundial– no recibe agua debidamente saneada. El problema emergente se vincula con el acaparamiento de agua y los negocios relacionados.
Buuzzone. «Si el agua va a ser una mercancía, van a acceder a ella quienes tengan dinero.»
Castro. «Desigualdad en el acceso y creciente contaminación.»
Brailovsky. «El problema no es la bolsa, sino qué hace el Estado asignando prioridades.»
Nestlé, la empresa de alimentos y bebidas más grande del mundo, puede ser un caso paradigmático, con fábricas de agua embotellada en aproximadamente 100 países. No hace falta indagar en países asiáticos o africanos para encontrar la huella que deja el negocio del agua embotellada. El pueblo francés de Vittel, en el departamento de Vosgos, atraviesa una crisis acuífera que, para sus 5.000 habitantes, comenzó tras la instalación de la transnacional allí, en 1992. Hoy, la comunidad debe importar agua que llega por tuberías desde 15 kilómetros de distancia. Las denuncias y protestas contra el uso que Coca-Cola realiza de las reservas acuíferas se suceden en Uttar Pradesh (India), Nejapa (El Salvador) o Chiapas (México), entre otros lugares del mundo. «Las grandes empresas que en muchos lugares ya controlan el agua, o por lo menos el derecho a extraerla, venderla y hacer todo lo que hacen, con muy poca regulación, en muchos casos sin pagarle nada al Estado, al menos como un impuesto, y sin ninguna responsabilidad por devolverla limpia al origen, ¿van a someter eso al mercado?», cuestiona Castro.
En un mundo en el que 70% de los recursos hídricos se destinan a la actividad agrícola, la compra del «agua virtual», por parte de los países importadores cuando adquieren materias primas que, para su producción, precisaron, de manera directa e indirecta una gran cantidad de recursos hídricos, se plantea como otra forma de «comercio oculto de agua» (a modo de ejemplo, se calcula que un bife de ternera de 100 gramos requiere un gasto de 1.500 litros de agua). Mientras que en la Argentina el consumo del recurso en productos y servicios corresponde en un 96% a agua local, ese porcentaje de utilización del elemento vital propio baja al 80% en Estados Unidos, al 53% en Francia y solo al 25% en el Reino Unido y al 23% en Japón, según datos de la Red de la Huella Hídrica (Water Footprint Network).
Huellas hídricas
De acuerdo con Arjen Ysbert Hoekstra, profesor en la Universidad de Twente, en los Países Bajos, y creador del concepto de «huella hídrica», el 16% del agua consumida en el planeta se traslada, de manera virtual, de unos países a otros a través de los productos, muchos de los cuales parten de regiones con estrés hídrico. Más allá del comercio, visible u oculto, las apropiaciones y manejos estratégicos del agua marcan varias de las tensiones internacionales.
El acaparamiento de agua afecta a todos los continentes salvo uno: la Antártida. África y Asia son los que concentran la mayor parte de este fenómeno, considerado una forma más de colonialismo, cuando grandes empresas o países compran tierras en el extranjero. El Reino Unido, Estados Unidos, China, India, Emiratos Árabes, Israel y Egipto encabezan el ranking de países que más porciones de territorio fuera de sus fronteras han comprado, muchas veces, a través de contratos irregulares y sin consultas a las poblaciones locales, según un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, de Estados Unidos.
«El acaparamiento de tierras está asociado con un acaparamiento virtual de una cantidad sustancial de recursos de agua dulce, incluyendo tanto el agua suministrada por la lluvia como por el riego», indicaron los autores del artículo. Si la apropiación de fuentes de petróleo fue un motivo de guerras en Asia, el agua podría ser, en este siglo, la causa detrás de nuevas o renovadas guerras. Esta es la hipótesis que, sostiene Bruzzone, mantiene su vigencia aún con el comienzo de la cotización del agua en la bolsa (y que de hecho fue mencionada por la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, a comienzos de abril).
California. Sequía, incendios forestales y una demanda récord, las causas de la crisis. (Frederic J. Brown/AFP/Dachary)
Para las Naciones Unidas, un conflicto en este sentido es una posibilidad concreta. «Para el año 2050, al menos una de cada cuatro personas vivirá en un país donde la falta de agua dulce será crónica o recurrente», dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el 22 de marzo de 2018, en el Día Mundial del Agua. Pero en un mundo en el cual más de 2.000 millones de personas no pueden acceder a esta y más de 4.500 millones no pueden beberla sin riesgos para la salud –por déficits en el saneamiento–, no es difícil concluir en la incertidumbre que plantea el futuro. «Hasta ahora, históricamente, el agua ha demostrado ser un catalizador para la cooperación, no para el conflicto. Pero no podemos dar por sentados ni la paz ni nuestros preciosos y frágiles recursos hídricos», agregó Guterres.
«Sin agua no hay vida, por lo tanto, el dominio de las fuentes de agua garantiza que haya vida», explica Bruzzone, quien a lo largo de los años ha recopilado y estudiado documentos de la OTAN, el Departamento de Estado, el Pentágono, entre otros organismos estadounidenses, además de informes de instituciones multilaterales, en las que también se plantean a las guerras como una posibilidad concreta para las próximas décadas. «En los documentos está muy claro: hablan de que los Estados Unidos tiene que expandirse militarmente por todo el mundo donde haya, como dicen ellos, recursos naturales», dice la historiadora.
La hipótesis de «las guerras por el agua», no obstante, también tiene sus críticos. Castro menciona que actualmente hay un foco de tensión entre Egipto, Sudán y Etiopía por el control del río Nilo y que en el caso de Israel y Palestina se construyó un muro divisorio de territorios que les permite a los israelíes tener el control de acuíferos. No obstante, dice que «hay todo un debate y la razón es que históricamente ha habido más acuerdos de paz y negociaciones que guerras en la historia humana».
Nilo. El río que atraviesa diez países, foco y escenario de tensión entre Egipto, Sudán y Etiopía. (Khaled Desouk/AFP/Dachary)
Mendoza. Marcha contra la reforma de la Ley 7.722, que abre paso a la megaminería. (Andres Larrovere/AFP/Dachary)
Por su parte, Brailovsky aporta: «La guerra de Siria está asociada, en parte, con el control del agua. En América Latina me parece en este momento improbable, por lo menos la hipótesis de conflicto internacional». En cambio, el economista no tiene dudas de que, a nivel local, sí emergerán problemas, vinculados con el cambio climático, que pueden verse acentuados debido a la contaminación, a la sobreexplotación y a manejos irresponsables del recurso natural. «En Argentina vamos a tener mayores sequías en toda la zona cordillerana y centro, y mayores inundaciones en toda la zona litoral. Cuando hay más cantidad de situaciones de emergencia claramente después tenemos problemas sociales», dice Brailovsky.
Las guerras por el agua que se darían en los próximos años, dice Castro, no pueden descartarse, aunque, aclara, como sucede con la novedad sobre la cotización del agua, «los problemas más fundamentales de la política y la gestión del agua» hoy son otros, como la «enorme desigualdad» en su accesibilidad y su creciente contaminación.
Frente a un panorama incierto sobre el futuro del acceso a la principal fuente de vida, para los defensores de este recurso natural algo está claro: antes que un bien público, el agua debe volver a ser pensada y tratada como un bien común a todos.