19 de julio de 2021
La selección argentina ratificó su crecimiento de la mano de la renovación impulsada por Lionel Scaloni. El camino rumbo al Mundial de Catar ofrece datos alentadores.
Maracaná. Messi y Di María, dos históricos, festejan junto a sus compañeros, tras derrotar a Brasil y conquistar el máximo torneo sudamericano. (Nelson Almeida/AFP)
Dos movimientos emocionales en paralelo –o no tanto– generó la Copa América que la selección argentina ganó en el Maracaná. El primero fue el desahogo por el fin de la maldición, los 28 años sin títulos, además de lo que significó para Lionel Messi levantar por primera vez un trofeo con la Argentina. Esa alegría queda en el primer plano. Pero también está lo que viene, la perspectiva de Catar 2022. Y lo que viene, más allá de amistosos y de hasta un posible cruce con Italia, ganadora de la Eurocopa, son las Eliminatorias. Antes de la Copa América, la percepción de la selección que conduce Lionel Scaloni seguía siendo la de un equipo en construcción. Qatar quedaba lejos. La Copa América despertó otra vez, como siempre pasa con los mundiales, el renacer de una confianza.
Es que además la Argentina demostró ser una selección en ascenso desde que en 2018 Scaloni comenzó su gestión. Venía del Mundial de Rusia, una parada caótica que terminó en octavos de final con Francia (cayó 4 a 3) pero que además mostró una conducción desorientada. Se sabía que Rusia marcaría el final para algunos futbolistas. Scaloni asumió de manera interina. Era uno de los colaboradores de Jorge Sampaoli, el técnico depuesto. Hasta ahí parecía que se trataba apenas de un paso hacia la contratación de un nuevo entrenador, alguien que con experiencia pudiera llevar adelante la transformación. Pero quedó Scaloni, sin antecedentes en equipos mayores, acompañado por su propia trayectoria como jugador y por viejos conocidos de la selección, como Walter Samuel, Roberto Ayala y Pablo Aimar.
La ratificación en el cargo, sin embargo, vino después de la Copa América 2019, donde la Argentina terminó tercera –eliminación en semifinales frente a Brasil– después de ganarle a Chile. Pero en donde comenzó a mostrar señales que luego se verían, otra vez, en Brasil, territorio inesperado para la Copa América 2021, pero sede de urgencia luego de que la crisis social en Colombia y la pandemia en la Argentina dejaran el lugar vacío. De aquel Brasil 2019 a este Brasil 2021 el equipo encontró una identidad y, sobre todo, construyó un sentido de pertenencia. La selección argentina salió en cada partido a dar el golpe –su identidad– con un juego posicional –su estilo– pero sufriendo cuando perdía la pelota –sus falencias–. Así, de todos modos, pasó la zona de grupos sin problemas (1-1 con Chile, 1-0 a Uruguay, 1-0 a Paraguay y 4-1 a Bolivia). En cuartos de final, se sacó de encima a Ecuador (3-0) con un final a todo Messi. Y tuvo su épica en los penales frente a Colombia, donde la seguridad que Emiliano «Dibu» Martínez había mostrado en la cancha la trasladaba a la tanda de definición. Brasil, el local, que nunca había perdido en su país con Tite como entrenador, fue la reivindicación de Ángel Di María, uno de los históricos, y con la de él la de jugadores que habían caído en finales anteriores.
Formación dinámica
Pero lo que marca la Copa América es un punto de partida hacia Catar. Habrá doble fecha de eliminatorias en septiembre (Venezuela de visitante, Bolivia de local), en octubre (Paraguay de visitante, Perú de local) y en noviembre (Uruguay de visitante, Brasil de local). Argentina está segunda a seis puntos del conjunto que dirige Tite. Un buen cierre del año le dejará el camino pavimentado hacia el Mundial. Pero una cosa es llegar y otra muy distinta es para qué se llega hasta ahí.
La Argentina tenía que emprender una reconstrucción sin ponerse una meta tan corta como el Mundial de Catar. Porque lo probable es que se necesite más tiempo para estar a tono. En paralelo a la Copa América se jugó la Eurocopa, que mostró equipos más armados, trabajados, a otro ritmo. Pero si en Europa el tono fue el pase, la gambeta se quedó en Sudamérica. Lionel Messi, Neymar, Luis Díaz, los más destacados. Quizá la medida pueda verse en un eventual cruce entre los campeones, Argentina e Italia. La competición, el mano a mano, es otra cosa. Desde 2002, con Brasil en Corea-Japón, que Sudamérica no levanta la copa del mundo. Son dos décadas, mucho tiempo para una región con tanta tradición en quedarse con ese lugar.
Un vistazo a los datos puede entusiasmar a la selección argentina. Si el goleador europeo fue el portugués Cristiano Ronaldo (5), el sudamericano fue Messi (4). Si el mayor asistidor europeo fue el suizo Steven Zuber (4), el sudamericano fue Messi (5). Si en Europa los tiros libres fueron del danés Damsgaard y los pases clave fueron del italiano Marco Verratti (14), en Sudamérica fueron todos de Messi (2 y 22). Los datos siguen: son todos de Messi.
Más allá del genio, el futuro argentino está en tener nuevos jugadores de selección, nombres que refrescan al equipo. Rodrigo De Paul, flamante incorporación del Atlético de Madrid, se recibió en la final con Brasil. Como pasó con Dibu Martínez en todo el torneo. O con futbolistas que estaban lejos del radar de los grandes medios, como Cristian Romero. Leandro Paredes mantiene su lugar como mediocentro preferido del entrenador, pero para otras batallas Scaloni apuesta a Guido Rodríguez. Marcos Acuña y Nicolás Tagliafico se reparten el lateral izquierdo, como Gonzalo Montiel y Nahuel Molina lo hacen con el derecho. Lautaro Martínez es el hombre de área y Nicolás González una rueda de auxilio en el ataque. Hasta ahí algunas certezas, tanto como Di María y Sergio «Kun» Agüero, la vieja guardia, siempre tendrán que ganarse un lugar para salir de entrada. Así como Nicolás Otamendi, otro de esa camada, parece contar con la confianza del entrenador.
Pero la selección es una formación dinámica. Se modifica dependiendo de los momentos de los futbolistas. El caso de Juan Foyth es bastante cabal. Era un integrante permanente de las convocatorias y (error mediante frente a Colombia en Eliminatorias) se quedó fuera de la Copa América. O Franco Armani, dueño del arco, que sin embargo perdió la llave a manos de Martínez después de una serie de testeos positivos de COVID-19 (a pesar de que tenía el alta epidemiológica) que no le permitían jugar.
El título le entrega a Scaloni aguas tranquilas para navegar de aquí en adelante. Incluso dentro de una AFA convulsionada, en permanente movimiento interno. También es un espaldarazo para Claudio Tapia, cuya reelección está en manos de la Inspección General de Justicia por dos denuncias de irregularidades. Una selección argentina sin turbulencias, sin estar su cuerpo técnico dependiendo de lo que demande la coyuntura o el humor dirigencial, es clave para el futuro. Además de tratarse de un grito de felicidad en medio de una pandemia, de una celebración después de 28 años, también el título es importante para sentar esas bases.