24 de abril de 2013
Elvira Arnoux, especialista en Análisis del Discurso explica el modo en que las lenguas intervienen en la construcción de identidades, crean realidades políticas, son objeto de disputa. El caso de Hugo Chávez.
«Con su aroma natural del monte vienen llegando algún pariente lejano o algún amigo del campo/ traerán sus olores viejos recuerdos de un tiempo ido cuando se les caiga el quichua del castellano exigido» («La gente del campo», de Marcelo Mitre, cantautor santiagueño).
Elvira Narvaja de Arnoux habla tranquila, pausada y en cada frase sienta las bases para la construcción de un concepto que por estos tiempos cobra una fuerza inusitada: la integración regional. Lo hace, por supuesto, desde el vastísimo conocimiento que posee sobre el lenguaje. Y es que esta mujer, cuyo interés primigenio ni bien salió de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires fue la enseñanza del castellano en comunidades indígenas, es considerada desde hace muchos años ya, la principal referente de la Lingüística y el Análisis del Discurso, disciplina que la apasiona y a la que dedica su vida. Ausente de la UBA entre 1974 y 1985, a su regreso se hizo cargo de la cátedra de Semiología, donde trabajó intensamente para desarrollar además, talleres de lectura y escritura, «una forma de ligar la práctica con la reflexión teórica», afirma. Fundadora de la Maestría en Análisis del Discurso y de la Especialización en Procesos de Lectura y Escritura, le dedicó un libro a la palabra de Hugo Chávez (El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, Biblos, 2008), a quien define como el constructor de ese objeto discursivo que es el socialismo del siglo XXI.
Arnoux es una gran defensora de la enseñanza del portugués en las escuelas secundarias argentinas, proyecto que no acaba de plasmarse a pesar de la ley de 2009, y está convencida de que las políticas en el área idiomática son decididas la mayoría de las veces por los países que poseen el poderío económico. En esta entrevista desanda los motivos por los cuales las lenguas permiten la construcción de identidades políticas.
–Usted dedicó un libro al discurso de Hugo Chávez. ¿El líder venezolano construyó su liderazgo en parte discursivamente?
–Chávez es un personaje notablemente interesante. La investigación se inició cuando descubrí en el discurso de él la pasión que tenía por la cultura escrita, que es algo bastante raro en los presidentes y en los discursos políticos. Empecé a indagar entonces esa cuestión. Luego, trabajé rasgos propios de su estilo, como fue ese permanente interpelar al auditorio, el incluir citas de diversos personajes, introducir canciones, reformular textos…
–¿Por qué Chávez?
–Él generaba por un lado un efecto de anacronismo y por el otro era aceptado y querido. Retoma el tiempo de la revolución y la independencia de hace 200 años, que se va a cerrar cuando toda Latinoamérica esté unida y sea socialista. Chávez construye el objeto discursivo «socialismo del siglo XXI» y logra imponerlo como debate en la sociedad venezolana y en otros lugares también. Hoy es común que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, como otros dirigentes, hable del socialismo del siglo XXI.
–¿Se podría llegar a realizar un paralelismo entre el discurso de Chávez y el de Perón? Tienen puntos de encuentro, como el rescate de los próceres, San Martín en Perón, Bolívar en Chávez; la independencia inconclusa en Chávez y la segunda independencia en Perón…
–Sí. Basta con recordar la frase de Perón: «El siglo XXI nos encontrará unidos o dominados». Ambos participan de ese gran proyecto que viene de las revoluciones democráticas nuestras. Es la integración de la patria grande; es una mirada compartida. Ahora bien, para construir todo ese imaginario es necesario remitirse a los próceres, recorrer la historia patria, recuperar al indígena. Todos esos elementos aparecen en Chávez. Tanto Perón como Chávez tienen un rasgo importante: eran personas que además de ser muy inteligentes tenían una notable sensibilidad por el otro. En Perón había una relación muy cercana con la gente, que es la misma relación que tenía Chávez, en Perón había un tono conversacional muy fuerte y en Chávez ese mismo tono conversacional aparece. En Perón también había un agudo sentido del humor, una no sacralización de los textos, que se encuentra en el fallecido presidente venezolano.
–¿Pudieron ambos captar las necesidades de sus auditorios?
–Sí, claro, tenían un vínculo muy estrecho con esos auditorios. Tal vez en Chávez más que en Perón, estaban esas referencias permanentes a tramos de su propia vida, en donde él se muestra como sujeto común, ligado con la tierra, amante de las costumbres de su lugar. Esas evocaciones son constantes.
–¿Qué es lo que molestaba tanto del discurso de Chávez?
–Creo que no se interpretó cómo el discurso de Chávez se inscribía en los requerimientos actuales. Tenemos que pensar que en el proceso de globalización los Estados nacionales funcionan como un límite en el desarrollo económico, esto ha llevado a la construcción de integraciones regionales. Todo el planeta está con esa dinámica. Si esas integraciones regionales, sobre todo las secundarias y periféricas, quieren tener cierta autonomía, deben lograr una estabilidad política que les permita controlar el avance de un capitalismo salvaje que va a ir destruyendo a los más débiles. Ahora, para esa estabilidad política se necesita construir un imaginario colectivo, y Chávez vio rápidamente que ese imaginario colectivo se podía activar, porque está ligado con la etapa inicial de los procesos revolucionarios de Latinoamérica y plantea que somos una gran nación fragmentada que debe recuperar su unidad.
–Chávez fue un gran promotor de la integración regional. Hubo reformulaciones dentro de su discurso notables como cambiar ALCA por ALBA…
–Es interesante el juego de ALCA-ALbA porque muestra una voluntad política que polemiza y enfrenta el proyecto norteamericano. Es importante porque este proyecto del ALbA existe al mismo tiempo que el MERCOSUR pero con una dinámica económica marcadamente solidaria. En cuanto al MERCOSUR, en el campo que nos interesa, que es el del lenguaje, desde sus inicios se había planteado la necesidad de políticas lingüísticas que llevaran progresivamente a un bilingüismo español-portugués. No obstante, lo común era firmar acuerdos al respecto que no se llevaban a la práctica. De hecho durante la década del 90 lo que se expandió fue la enseñanza del inglés, porque el proyecto dominante era el ALCA. El fin del ALCA en la ciudad de Mar del Plata fue el puntapié inicial de nuevos proyectos que tienden a la conformación de la patria grande, con la que soñó Chávez, para lo cual es esencial que nos podamos comunicar y entender al otro. Si bien esto ha tenido expresiones significativas en el plano legislativo, como en el caso de Argentina, donde se establece la oferta obligatoria del portugués en las escuelas secundarias, su implementación no tiene el ritmo que sería deseable. Además se ha hecho muy poco por sensibilizar a la población en ese sentido, es decir ligar el aprendizaje de la lengua con el gran proyecto estratégico del Estado nacional que es la integración regional.
–Podemos decir entonces que el capitalismo también se resiste en el campo del lenguaje.
–Si pensamos en el capitalismo en la etapa actual, que es la etapa de la globalización, hay una tendencia a imponer una lengua mundial. Hay que recordar que después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se dividen en áreas de influencia la Unión Soviética y los Estados Unidos, comienza una disputa por cuál va a ser la lengua mundial, si va a ser el ruso o el inglés. Finalmente se impuso el inglés, entonces nos encontramos en esta etapa en donde el inglés tiene una función importante, sobre todo en las relaciones internacionales, en el mundo de las finanzas, en el campo científico.
–El entonces presidente venezolano oficializó las lenguas indígenas, ¿entendió entonces él la integración regional a través de políticas lingüísticas?
–Chávez dio apoyo a todas las lenguas venezolanas y dignidad a sus hablantes. En la actualidad, países como Bolivia implementan políticas lingüísticas de envergadura, allí se oficializaron 36 lenguas y se estableció que los niños aprendan, primero, la mayoritaria de la población donde está instalada la escuela, que puede ser una lengua amerindia o el castellano, y luego la otra. Es decir que todos deben aprender el castellano y una lengua indígena.
–Chávez también le dio mucha importancia a la palabra escrita, aunque no la sacralizó…
–En él estaba el deseo de comentar, criticar y reformular los textos. Fue uno de los pocos líderes políticos que consideró que saber leer y escribir iba a permitir al sujeto participar en las distintas instancias políticas. Basta recordar el éxito de su campaña de alfabetización. Él valoraba la escritura como aquello que nos permite tomar la palabra pero fundamentadamente, a partir de una reflexión previa sobre ciertos temas. Ejemplificaba refiriéndose a cómo hacía sus discursos: leyendo, tomando fragmentos de aquí y allá, desplegándolos. Además, a menudo llevaba con él los libros que en ese momento le interesaban.
–¿Hay alguien que discursivamente podría acercarse a Chávez?
–El caso de Chávez es excepcional porque tiene una sensibilidad notable a los juegos del lenguaje. A Chávez le gustaba mucho recitar poesías y cantar fragmentos de canciones tanto militares o patrióticas como populares. Pero creo que lo más interesante fue cómo él se preocupó por construir ese imaginario colectivo, latinoamericano, y por otra parte cómo construye ese objeto que es el socialismo del siglo XXI, todo un esfuerzo en un momento en el cual el socialismo estaba notablemente desprestigiado. El presidente venezolano le dio un nuevo sentido y lo ligó con los valores de las revoluciones democráticas, de la democracia radical que tuvo su momento fuerte en los comienzos de la independencia.
–¿Qué relación hay entre la evocación de Chávez a Bolívar y la que hace Maduro de Chávez?
–Chávez ocupaba el lugar de padre, Maduro se reconoció como hijo del ex presidente. El último de sus discursos, en diciembre de 2012, tiene algo conmovedor: él se ubica en el lugar de padre y considera que hay que atender el sufrimiento de los otros más que el propio sufrimiento. Entonces habla de su posible inhabilitación, que era el riesgo de muerte, y va atenuando esta posibilidad a lo largo de su discurso con diversas estrategias, de tal manera de no producir dolor en el otro. En ese momento se ubica en la posición de padre, algo que explica que también los otros lo ubiquen allí.
–¿Qué políticas lingüísticas se llevan adelante hoy para lograr la integración regional?
–El protocolo de intenciones de los ministerios de Educación de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay de 1991 donde se planteó la necesidad de difundir los idiomas del Mercosur, fue seguido de innumerables acuerdos. No faltan leyes ni normativas, lo que falta es voluntad política, sensibilizar a los funcionarios, vincular el aprendizaje del portugués con el proyecto de integración política de América del Sur, mostrar cómo este es para el Estado Argentino un proyecto estratégico de envergadura. Los pasos de la implementación de las decisiones glotopolíticas se dan muy lentamente.
–¿Políticas lingüísticas y culturales deben ir articuladas?
–Sí, es fundamental. Si pensamos en la integración regional hay que incentivar todo lo que contribuya al conocimiento del otro. Es decir, enseñar castellano como lengua materna o como extranjera exige enseñar la cultura de todos esos pueblos que hablan castellano en nuestro continente, lo mismo con el portugués. Lo central es el conocimiento del otro para construir ese imaginario que hará posible esa integración política, si no es todo ilusorio. Por otra parte, están las lenguas amerindias, y aquí creo que en la política de integración regional hay que considerar muy detenidamente la importancia de aquellas que unen a los Estados nacionales. Por ejemplo: el guaraní en la cuenca del Plata en el caso de nuestro país, el mapuche que liga Argentina con Chile y el quichua que está en Santiago del Estero y recorre toda la zona andina. Hay que tratar de establecer políticas de estandarización unificada y desarrollar esas lenguas también.
–¿Por qué la Real Academia Española (RAE) se sigue considerando como el referente máximo en el uso de la lengua castellana?
–Existe lo que se denominan políticas de área idiomática, que plantean la gestión democrática de la lengua compartida, lo cual tiene importancia en la medida en que incide en el desarrollo de lenguas que son mayoritarias, como es el caso del español. Ahora bien, ¿quién está a la cabeza de una política de área idiomática? En general el país que tiene el potencial económico para ocupar ese lugar. En el caso nuestro ha sido España, porque funcionó como avanzada de la Unión Europea. En la década del 90 los españoles, que compartían la lengua de muchos de los países latinoamericanos, compraron empresas en diversas áreas, que luego, en algunos casos, pasaron a sus socios europeos. España desarrolla desde ese momento una enérgica política en el área idiomática, crea el Instituto Cervantes, remoza la RAE, elabora los instrumentos lingüísticos (gramáticas, diccionarios, ortografías) y desarrolla proyectos de enseñanza del español como lengua extranjera. En Brasil, por ejemplo, hay profesores de español que están vinculados con España, pero hay otros sectores que aspiran a otra política, que se inscriba en este gran proyecto de integración de América del Sur. Además, consideran que ese español debe estar asociado fundamentalmente con la cultura hispanoamericana. Son posiciones glotopolíticas que dependen, por cierto, de posicionamientos políticos.
–¿Cuál sería entonces la función política de la lengua?
–Más que definir la función política hay que señalar que en distintas circunstancias las lenguas intervienen en la construcción de identidades políticas. Los ejemplos abundan. Si pensamos en la formación de los Estados nacionales, se trató de imponer, en general, una lengua común que facilitara el desarrollo de la sociedad industrial y posibilitara nuevas formas de participación política. En los procesos de descolonización de Asia y África, los Estados que se iban conformando debieron optar por una o varias lenguas nacionales o por las lenguas imperiales. En la Unión Europea se ha optado por el plurilingüismo ya que son oficiales todas las lenguas de los Estados que la integran. Y, como dijimos, para América del Sur es importante implementar políticas lingüísticas que acompañen el proyecto de integración regional.
—María Carolina Stegman
Fotos: Jorge Aloy