31 de agosto de 2021
El triunfo de los talibán en Afganistán después de tomar Kabul tiene una proyección internacional que excede las fronteras de este país indomable para toda potencia extranjera como ya lo han comprobado los británicos, rusos y estadounidenses. Claro que, en primer lugar, deberán constituir un Gobierno sólido y controlar todo Afganistán, asunto que no ha sido nada sencillo para ninguna de las anteriores administraciones afganas en décadas, incluida el talibán entre 1996 y 2001 cuando fueron derrocados por la invasión estadounidense. En segundo lugar, deberán lograr el reconocimiento internacional que les permita desarrollar la economía y ser parte de la versión siglo XXI del «Gran juego» inaugurado entre británicos y rusos cuando se disputaron el control de Asia Central en el siglo XIX. Afganistán es clave para el paso de oleoductos y gasoductos que implican negocios millonarios para los afganos, las multinacionales y los países de la región que se pueden beneficiar de dichas inversiones en infraestructura. No es casual que el Gobierno chino, que ya mantenía contactos con los talibán, haya manifestado su interés en tener vínculos con el nuevo poder.
Sin embargo, uno de los problemas centrales de los talibán es que su anterior experiencia de gestión fue de apenas cinco años y por su visión extremista del islam solo fue reconocido por Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán. Ahora necesitará una mayor legitimidad internacional y varios Gobiernos regionales ya han manifestado la intención de buscar un reconocimiento en conjunto como forma de presionar a los talibán para que no cometan las mismas locuras de antaño.
Desde que fueron desalojados del poder en 2001, mucho ha cambiado en Afganistán, aunque las disputas étnicas, tribales y religiosas se mantienen y ningún Gobierno ha logrado conjugarlas, ya que parece una tarea imposible. ¿Lo lograrán esta vez los talibán?