14 de enero de 2015
La troika europea (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) amenazó sin el menor pudor el porvenir de Grecia a horas de las elecciones más comprometidas para la Unión Europea. El país heleno está sumido en una crisis sin precedentes luego de que en 2007 se descubrió que el conservador Konstantin Karamanlis había accedido a «dibujar» las cuentas del país para aceitar el otorgamiento de créditos. Conocer la verdad implicó reconocer que la deuda griega era prácticamente impagable. Las posteriores políticas de ajuste produjeron cientos de miles de desempleados y millones de expectativas frustradas.
El estallido repercutió en las calles, con masivas manifestaciones desde 2010 en adelante. En 2012 un arreglo entre las cúpulas del partido socialdemócrata Pasok y la derecha de Nueva Democracia permitió estirar un poco más un proceso de descomposición que finalmente encuentra ahora su piso.
Pero esa asociación no duró tanto como para acordar un recambio presidencial, lo que obligó a adelantar comicios. Por derecha e izquierda la sociedad griega fue expresando su descontento con esos contubernios.
Así fue que creció Amanecer Dorado, una agrupación que no reniega de sus simpatías por el nazismo. Los ultraderechistas alcanzarían casi el 6% de los sufragios. Por otro lado, la Coalición de Izquierda Radical, Syriza, del joven Alexis Tsipras, picó en punta para los comicios del 25 de enero. La troika no teme tanto a la xenofobia como a Syriza. Y no porque pretenda abandonar el euro, como alguna vez se dijo, sino porque quiere revisar la deuda, y con las cuentas más claras, hacer una quita que los griegos puedan pagar sin ahorcarse en el intento. O sea, de lo que se trata es de por dónde pasará la tijera, si por el futuro de los griegos de a pie o de los banqueros que le prestaron a Atenas a sabiendas de las que cuentas que presentaba eran ficticias.