Cultura

Mirar hacia el Interior

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Por fuera del circuito más concentrado, los sellos de Córdoba, Rosario, Comodoro Rivadavia y Jujuy encuentran su propio lugar en las bibliotecas de los argentinos.

Feria. El Festival de Poesía de Rosario, punto de difusión de las editoriales. (Prensa Festival de Poesía de Rosario)

La concentración de un conjunto de sellos dentro de empresas multinacionales y la absorción de librerías medianas y pequeñas por parte de grandes cadenas señalan cambios visibles en la industria editorial argentina. Pero en ese proceso juegan también fenómenos menos observados e igualmente significativos en términos de producción cultural. La consolidación de nuevas editoriales en distintos puntos del interior del país marca en ese sentido un movimiento por el que, además de publicarse libros, se ponen en cuestión algunos presupuestos básicos de la relación de los escritores de las provincias con sus obras, los circuitos de difusión y las formas de reconocimiento.
La producción editorial en el Interior no se distinguió históricamente de las simples publicaciones de autor, por las cuales un escritor afronta el costo y la distribución de su obra. No obstante, las transformaciones del sector y las dificultades para insertarse en la Ciudad de Buenos Aires, por un lado, y la articulación de nuevos espacios de venta y difusión al margen de las tradicionales ferias de libros, impulsan desde hace unos años a sellos que asumen profesionalmente todas las instancias de la producción. Recovecos y Caballo Negro, en Córdoba; Baltasara y Puño y Letra, en Rosario; Espacio Hudson, en Comodoro Rivadavia; y Perro Pila, en San Salvador de Jujuy, son algunas de las expresiones del fenómeno.
La ambición característica del Interior es hacerse visible en Buenos Aires. Nada más ingenuo en un ambiente como el de la librería, donde la rotación de mercadería es constante y los grandes sellos ocupan las mesas a la vista del público. Las nuevas editoriales de las provincias tienen plena conciencia de la situación. «Construimos desde nuestro lugar, hemos tenido distribución nacional, pero a medida que pasa el tiempo nos damos cuenta de que hay que mirar hacia el Interior», dice Carlos Ferreyra, editor de Recovecos. En ese proceso, iniciado en 2006, «hemos construido lazos con otras provincias: en lo regional, los libros funcionan mejor y los autores tienen mayor visibilidad». Perro Pila, que comenzó en 2005, es  más beligerante. «Nuestro proyecto es hacer una guerra de guerrillas a las grandes editoriales. Para eso buscamos aliados locales: librerías, docentes de escuelas secundarias y buenos escritores que hacen difusión», dice Reynaldo Castro, integrante del grupo editor con Manuel Ortega y Susana Meyer. Ediciones Puño y Letra propone a su vez el «editorialismo de base» como criterio, «un modo de construcción político editorial» que se referencia, puntualiza Gregorio Lacelli, en «el editorialismo programático de José Carlos Mariátegui en el Perú de principios de siglo pasado y en el Cine de la Base que se construye a instancias de Raymundo Gleyzer en nuestro país durante los años 70». La editorial Espacio Hudson, bajo la dirección de Cristian Aliaga y Andrés Cursaro, está «ligada con distintos proyectos artísticos colectivos y pone atención en obras surgidas de movimientos culturales y políticos críticos de la agenda centralizada de los grandes grupos económicos y comunicacionales».
Los sellos del Interior se inscriben en gestiones culturales más amplias. Una editorial hace más que publicar libros: también promueve eventos y debates. Es el caso de Caballo Negro, de Alejo Carbonell, organizador del Festival Internacional de Poesía de Córdoba (con Recovecos y otro sello local, Viento de fondo) y parte activa del Festival Internacional de Literatura de Córdoba. «Estamos realizando el primer registro sistemático de integrantes del campo cultural de Jujuy: realizamos entrevistas en video y en audio para un banco de datos que pueda ser usado en distintos soportes y como herramienta en los cursos de capacitación que dictamos», cuenta a su vez Reynaldo Castro. En Rosario, Baltasara retoma el archivo del editor y librero español Laudelino Ruiz para rescatar textos del pasado en un proyecto que también pretende «promover y difundir la obra de escritores locales, nacionales e internacionales».

 

Un circuito nuevo
La comercialización de los libros es un obstáculo histórico para las editoriales que se proponen salir más allá de su área de pertenencia. «Hay una correlación de fuerzas absolutamente asimétricas para los proyectos editoriales alternativos que no tiendan a privatizar el conocimiento o bien a orientarlo hacia políticas comerciales de rentabilidad y ganancia, como las multinacionales que deciden qué se lee mientras generan intereses afines al marketing y la propaganda y reducen la producción a las leyes de la oferta y la demanda», destaca Gregorio Lacelli. En cambio, Alejo Carbonell se muestra más despreocupado: «Por ahora esos movimientos no nos dañan ni nos favorecen, parecen ser universos distintos. La mayoría de las editoriales pequeñas se hicieron solas, con mucho esfuerzo, sin apoyos importantes. Y la sensación es que si los grandes grupos crecen nosotros vamos a seguir estando, y si desaparecen también vamos a seguir estando».
El perfil de Baltasara se define, en parte, sobre el trasfondo de las empresas multinacionales. «Las pequeñas editoriales del Interior se abren camino en base a la seriedad de su catálogo. Al no buscar exclusivamente el éxito comercial, ofrecen productos más cuidados que logran interesar al lector de manera diferente. La producción masiva de ciertos libros hace volver la mirada sobre aquellos sellos menores en volumen de lanzamientos pero superiores en calidad y diversidad de textos», dice Liliana Ruiz, directora de la pequeña empresa rosarina.
Pero estos editores dejaron de golpear en la puerta de las grandes librerías. «El desafío es construir nuevos canales de circulación, que no generen un costo fijo alto y que permitan encontrar nuevos lectores», dice Carlos Ferreyra. En esa búsqueda, la librería pierde su centralidad como boca de expendio: «Los kioscos de revistas, las ferias regionales, las redes sociales» ofrecen nuevos espacios, junto con «las instituciones que incluyen al libro en programas educativos y talleres».
Liliana Ruiz no está completamente de acuerdo: «La librería sigue siendo el lugar más adecuado para llegar al lector. Sin embargo, la crisis económica la afecta más que a otros negocios y a veces sufre mutaciones que la transforman en un híbrido alejado del objetivo principal. Las nuevas tecnologías generan la necesidad de innovar en las propuestas de difusión y venta». Alejo Carbonell observa que la librería sigue siendo «el sitio en donde el libro se encuentra con el lector silvestre, aquel lector que no te conoce de antes ni es amigo del escritor ni quiere publicar con vos, sino que le interesa determinado tema o lo que sea y llega a la librería y se encuentra con lo que publicaste». No obstante, Caballo Negro organiza sus propias ferias y lecturas. «Y hasta hicimos un delivery para Navidad, y nos fue muy bien», agrega.
Puño y Letra prioriza la venta directa. «Esto se debe al despliegue de una política que implica estar junto con quienes escriben la historia, a la necesidad de participar desde nuestro lugar de editores de los procesos de lucha y organización de nuestro pueblo», dice Gregorio Lacelli. En 2013 la editorial realizó más de 40 presentaciones en centros culturales, bibliotecas, organizaciones sociales y universidades. El circuito de Perro Pila está apenas compuesto por «tres librerías de San Salvador de Jujuy, una de Tilcara y, fundamentalmente, por cursos, charlas y conferencias», detalla Reynaldo Castro. Los títulos de Espacio Hudson tienen sus puntos de distribución en las provincias de la Patagonia y en sitios más acotados de la Ciudad de Buenos Aires.
Si los escritores de las provincias suelen padecer la distancia con el territorio porteño, el editor de Perro Pila propone una perspectiva muy diferente: «Los que vivimos en el Interior tenemos la gran ventaja de leer los mejores libros que se producen en Buenos Aires y también leemos las mejores obras de nuestra región. No pueden decir lo mismo la mayoría de los lectores de esa gran ciudad». También relativiza las diferencias entre los circuitos de edición: «Me pregunto si publicar un libro con una tirada de 300 ejemplares en Jujuy tiene menor valor que publicar otro con 3.000 ejemplares que se distribuyen mayoritariamente en Buenos Aires. La densidad poblacional no es la misma. Y en un país con 40 millones de habitantes, esas cifras no significan nada».
Estas editoriales se definen también por su carácter abierto. «El perfil va mutando, somos curiosos, leemos todo lo que podemos y tratamos de que la idea de catálogo no sea una herramienta de autocensura», dice Carbonell. Ese espíritu también las desmarca del resentimiento y el provincianismo. Lo explica el editor de Caballo Negro: «No esperamos ningún trato diferenciado por ser del Interior. Hacemos libros, los defendemos, creemos que son buenos, y punto».

Osvaldo Aguirre

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