De cerca

Clásico rioplatense

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El músico uruguayo Hugo Fattoruso se desmarca de la leyenda de Los Shakers y repasa una fructífera carrera signada por los viajes, desde Opa hasta sus distintos proyectos actuales.

 

Los Shakers fueron un eslabón clave en los años 60. Basta con tipear el nombre del grupo en YouTube para dimensionar la trascendencia de los cuatro melenudos uruguayos Hugo, Osvaldo, Pelín y Caio. Bajo el influjo de The Beatles, Los Shakers iniciaron el Big Bang del rock criollo, pioneros en cantar temas propios en inglés. Sacaron tres discos con un insospechado nivel de sofisticación –especialmente el último, La conferencia secreta del Toto’s Bar– que marcaron a una generación de músicos argentinos que se preparaba para dar el gran salto. De allí nace la admiración de Charly García y los elogios que solía prodigar una figura como Luis Alberto Spinetta. «Era la música perfecta, algo mejor y más moderna que The Beatles», escribió el Flaco.
Para el compositor y multiinstrumentista Hugo Fattoruso constituyó el grupo más popular de su sinuosa carrera, que siguió con otros conjuntos de alto vuelo e imaginación. Después de Los Shakers, dio un giro: armó Opa en los Estados Unidos junto con su hermano Osvaldo y con Ringo Thielmann, con un mix único de jazz latino, candombe y rock. Grupos como el Trío Fattoruso, la cuerda de Rey Tambor, la yunta con el percusionista japonés Yahiro Tomohiro en Dos Orientales, el Ha Dúo y sus discos de solo piano marcaron otras facetas de su inabarcable personalidad artística. Para entender el espesor de su importancia, también se puede repasar los músicos que lo convocaron para sumarse a sus grupos: Milton Nascimento, Chico Buarque, Djavan, Jaime Roos y Rubén Rada.
En términos geográficos, Fattoruso tampoco tuvo fronteras. Como un trotamundos incurable, mechó su Montevideo natal con la Buenos Aires de los años 60, vivió en dos etapas en Estados Unidos durante más de 15 años, se afincó en Brasil en los intensos 80, y regresó a Uruguay, donde vive actualmente en el barrio montevideano de La Comercial. Hoy, a los 71 años, y a exacto medio siglo de ese primer estallido que fue el lanzamiento del disco debut de Los Shakers, Fattoruso sorprende apenas empieza la charla: «Los Shakers están sobrevaluados».
–¿Por qué?
–Es que no tienen nada de original. Nosotros fuimos atrás, intentando copiar algo foráneo, sajón. Éramos unos uruguayos que cantaban como ingleses. Me parece que éramos inocentes. En términos de estilo, hay 10 canciones que no están tan mal. El asunto es qué nos llevó a hacer eso: fue copiar algo y cantar en inglés. No me cierra. Cuando nosotros teníamos ese grupo, había un hombre en Uruguay llamado Alfredo Zitarrosa que revolucionó todo. Y nosotros estábamos cantando «hua huiri ju hua hua». Ahí digo: a la mierda.
–¿Lo vivís como si se tratara de un pecado de juventud?
–Fue un resbalón. No hubo crimen, no engañamos a nadie. Lo hacíamos de verdad. Por lo menos estamos libres de culpa, pero no sé si me dejó un buen sabor.
–Es raro escuchar a un músico diciendo que su grupo fue sobrevaluado. En general pasa al revés.
–No quiero faltarles el respeto a los fans y a los amigos que gustan de ese grupo, como Charly García, Fito Páez, Litto Nebbia. Ellos hablan lo mejor. Yo no puedo decirles «callate, no sabés nada». Pero digo lo que siento. El cariño y el respeto van juntos.
–¿Cómo recordás esos años en Buenos Aires?
–Teníamos algunos problemas en la calle por el pelo largo. Nos tiraban monedas y nos gritaban «payasos». Se sentían agredidos por nuestro aspecto. Eso fue hasta que los futbolistas empezaron a usar el pelo largo: ahí se terminó el problema.
–Este año se cumple medio siglo del primer LP de Los Shakers.
–Sí, nosotros nunca vimos un peso de la grabación. Eso fue con EMI Odeón.
–¿Firmaron un contrato leonino?
–Firmamos cualquier cosa, el asunto fue que nosotros confiamos. Si vos me invitás a tu casa, y cuando te vas al baño te robo todas las cosas, el ladrón soy yo. Y los de la compañía fueron unos ladrones.
–¿Nunca pudieron rescindir el convenio que habían firmado?
–Hubo intentos de amigos para deshacerlo. Un abogado neoyorquino, que es un tigre, tomó momentáneamente las riendas de ese caso: escribió a Odeón de Argentina cuando todavía existía, y le respondieron que escriba a Odeón de Inglaterra. Lo hizo, desde Londres preguntaron a Buenos Aires y les dijeron: estos músicos tienen 500 dólares, pero no vienen a cobrarlos. Todavía tengo ganas de insultarlos.

 

Píntalo de negro
Después de Los Shakers, en los 70 vino la diáspora. Los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso se radicaron en Nueva York, donde formaron Opa junto con Ringo Thielmann. La aventura neoyorquina suena irresistible: tres uruguayos con una maleta cargada de candombe, tango y música beat en el corazón del jazz en pleno auge del rock. Un cóctel imprevisible, entre la psicodelia y la experimentación. Allí grabaron dos discos maravillosos, Goldenwings y Magic times.
–¿Cómo analizás a Opa en perspectiva? ¿Fue tu mejor grupo?
–Fue una propuesta bien de esos años. Me gusta el resultado de Opa, pero creo que el trío que formamos años después con mi hermano Osvaldo y con mi hijo Francisco fue un poquito más lejos. En lugar de ir hasta la Luna fuimos hasta Marte en nuestras posibilidades, que no eran muchas. Vos escuchás un disco de la gente de los años 60 y es probable que se fueran a Plutón. Eso depende: nosotros tomábamos ginebra, no heroína. No estoy haciendo apología, pero cuando tenés una nafta especial, andás más rápido. Eso no tiene vuelta.

–¿Cómo era la movida en Nueva York?
–Estaba interesante, pero trabajábamos todas las noches tocando en un boliche, así que sólo teníamos libres los lunes, e íbamos a ver a la banda de Thad Jones y Mel Lewis al Village Vanguard.
–¿Allí estaban en contacto con otros músicos?
–Solo con los que llegaban hasta donde tocábamos nosotros. Los martes había muy poca clientela habitué y muchos músicos, entonces hacíamos otras cosas. Cuando había mucha gente, nos metíamos con la música de la radio, éramos contratados para eso: canciones de Broadway, además de The Carpenters, para que la gente bailara. Pero en la primera vuelta, que no había clientela para bailar, tocábamos cosas que nos gustaban: temas nuestros, de Eduardo Mateo, de Rubén Rada, de Manolo Guardia, de Pedro Ferreira, y se empezó a correr la bola entre los músicos.

–¿Dónde tocaban?
–Opa se presentó en un restaurante de la mafia en Long Island. Nos trataron muy bien. También tocamos en otros locales en Queens y en Fort Lauderdale, en Florida. Después de grabar, recibimos buena respuesta de la revista Down Beat, pero no le dimos continuidad en el sentido de presentarnos como teloneros de alguien importante, para ver si prendía aquello que tocábamos. Nos quedamos en la nada, papando moscas. Con Opa no pasó nada.
–¿Se sentían extraterrestres en los Estados Unidos?
–Es curioso, porque a músicos de diferentes camadas les gusta lo que hizo Opa. Pero no trascendió popularmente. Hasta hoy, aparece gente con un vinilo para que le firme. Nunca fuimos vendedores de muchas unidades. Ahí también lo que nos indujeron a firmar fue un desastre: nunca vimos un dólar, capaz que debemos plata.
–En algún sentido, Los Shakers y Opa funcionaron como grupos opuestos. Uno fue popular, el otro quedó como de culto.
–Tuvimos épocas difíciles, muy difíciles. A nosotros nos ayudó mucho Osvaldo Papaleo, que nos trajo de regreso a la Argentina. Después de 11 años de vivir en los Estados Unidos, no teníamos trabajo, nos habíamos mudado varias veces de ciudades, no teníamos dinero para pagar el alquiler. En una ciudad con cientos de músicos de primera línea, ahí estábamos como tristes desconocidos, nos comían los piojos. No sé cómo nos ubicó Papaleo, no lo conocíamos. Nos encontró en una casa donde vivía de prestado mi hermano con su esposa. Nos dijo cosas surreales: «Los quiero llevar a la Argentina para que sean teloneros durante tres noches de Milton Nascimento». Yo pensé que era toda sanata. Pero era verdad: nos ofreció un adelanto de 10.000 dólares que no pudimos cobrar porque no teníamos cuenta ni tarjeta. Nos vinimos en 1980, y tocamos como teloneros de Milton en tres Obras repletos. Primer show en Buenos Aires en 11 años. Fue increíble.

 

 

Canción del trotamundos
Como si fuera una road movie filmada en distintos países, la saga de Hugo continuó en Brasil. Se instaló en 1981 y se quedó durante 8 años. «Con la dictadura militar en retirada en Uruguay, vinieron a tocar unos brasileños a Montevideo: eran Geraldo Azevedo y Toninho Horta, y me dijeron de ir a Río de Janeiro. El primer año fue difícil, pero de a poco me empezó a ir bien», cuenta. «El primero que me recibió fue Azevedo, después Djavan me invitó a tocar con él. En un show en Japón conocí al percusionista Yahiro Tomohiro. Esto desemboca en que la próxima gira que voy a hacer en Japón será la número 16. Por eso digo que todo es un engranaje: soy una persona con mucha suerte».
–¿Qué te llevó a esta vida de viajero?
–La vida misma. Nunca supe en dónde iba a desembocar. Nunca supe que mis hijos iban a ser sanos de cuerpo y de mente. Tengo mucha suerte. Fui un poco inconsciente, una locura que no salió tan mal. Con mi hermano Osvaldo hicimos lo que hace todo el mundo: sobrevivir. En Brasil se dio vuelta todo. Amo lo que pasa ahí: la cocina, el clima, la geografía y la música. Desde chico escuchaba a Luiz Gonzaga, a Dorival Caymmi. Por eso, cuando empecé a tocar ahí me preguntaban si era brasileño. Conocí una cantidad de lugares, toqué en todos lados, aunque al principio fue difícil.
–Es raro imaginarte viviendo al día.
–Es que se dio así. Si hubiera estado bien organizado lo de Los Shakers, que generó un dinero, podría haber dado un fondo. Lo de Opa generó mucho menos dinero, pero para nosotros estuvo bien hecho. Recién ahora, a los 71 años, estoy un poco tranquilo, gracias a las giras por Japón.
–¿Cómo ves el panorama actual de la música uruguaya?
–No escucho mucha música de mi país, no tengo tiempo. Ahora me invitaron los No Te Va Gustar para tocar en Vélez y conocí su música. Me parecen geniales sus composiciones, y me pone muy contento que me hayan invitado porque me mantiene vivo. Solo conocía un tema. Es que no escucho, no tengo tiempo, pero tampoco curiosidad.
–¿Pero escuchás música?
–Escucho cuando cocino, todos los días. O cuando ensayamos para el Ha Dúo con mi mujer, Albana Barrocas. Escucho música de los países árabes.

–¿De los países árabes?
–Sí, es genial. Los nombres son muy difíciles. Escucho lo que transmite una radio en Internet, World Music. A veces cuando salen los nombres, los anoto y los busco en YouTube. También me gusta mucho la música de Okinawa. Pero lo que suena en los países árabes es fantástico. En Internet pasan pop árabe y ritmos tradicionales del Líbano, Egipto, Marruecos, Argelia. Después de escuchar tantos años estos ritmos, me animo a distinguir a la música de acuerdo con las regiones. Vos te das cuenta cuando están en la arena, cuando llegan a la orilla, cuando está el agua. Hay una cantante egipcia, Umm Kulthum, que me alucina. Su música parece toda igual, pero es toda distinta: es como el desierto, no tiene fin.
–¿Y escuchás tus viejos discos?
–Muy poco. Escucho el Trío Fattoruso, un poco de Opa, y las cosas que hice para ver si le erré feo.
–¿Qué sentís cuando te definen como un prócer de la música?
–Yo siempre agradezco el cariño. En mi país reconocen más el apellido que mi música. Solo me escucha un puñado de músicos. Y muchas veces me conocen por el tema «Rompan todo», de Los Shakers. Está bien, pero hice otras cositas. Igual agradezco siempre el cariño. Yo me ubico muy bajo en mi propio ranking. Por ejemplo, para la gente pasa desapercibido el nivel musical de Leo Maslíah. Lo catalogan como un gran comediante y nadie se da cuenta de que es genial, supera en 1.000 millones de veces a lo que yo hago. Por eso, cuando me dicen maestro, respondo: yo soy artesano casero de una feria hippie, Leo hace satélites.
–¿Te habría gustado ser más popular?
–No sé. Estoy bien así y sigo haciendo lo mío. Duermo en paz.

Andrés Casak
Fotos: Juan Quiles

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