15 de enero de 2022
Referente global de la lucha por los derechos humanos, el premio Nobel de la Paz despliega, a los 90 años, una intensa actividad y repasa sus vivencias en un nuevo libro.
Hay que poner el amor en acción», dice Adolfo Pérez Esquivel mientras sonríe al recordar aquella frase que le dijo la Madre Teresa de Calcuta y que lo acompañó de por vida. Porque el premio Nobel de la Paz, otorgado en 1980 por su pelea por los derechos humanos en plena época de las dictaduras militares en Latinoamérica, con sus 90 años no para: muestra sus distintas acuarelas y proyectos de murales, está escribiendo sobre el voto bronca y leyendo un libro de su amigo el Dalai Lama. Además, da clases en la Universidad de Buenos Aires sobre Cultura de Paz y Derechos Humanos a todas las carreras.
Así es que editó recientemente el libro La otra mirada, con textos e ilustraciones propias que recopilan sus vivencias y luchas por todo el mundo. Desde las charlas con los pescadores del bajo en el viejo San Isidro, donde hoy sigue viviendo, hasta el recuerdo de un vuelo de la muerte en 1976 cuando casi lo tiran a ese mismo río que tanto conoció navegando. «En vez de hacer crónicas periodísticas traté de darle un sentido medio literario. Más poético y espiritual», describe e insiste con que el libro se trata de mirar las cosas de otra manera: «Para cambiar el mundo hay que cambiar la manera de pensar».
Sobre lo vivido en tiempos de cuarentena asegura que con el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) y la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) han denunciado el comportamiento de la Policía bonaerense, principalmente por los abusos en cárceles y comisarías. También lo alarma el lawfare y sus consecuencias en toda América Latina y hace que levante la voz: «Son los nuevos golpes de Estado. No solo acá: en Honduras, Bolivia, Paraguay y Brasil también».
–En su nuevo libro hay, entre otras, una historia con pescadores en la época de la dictadura, ¿la idea era contar la visión de los de abajo sobre la represión?
–Sí. Busqué eso. Como las charlas con mis vecinos, por ejemplo, el pescador Don Fabro. Yo soy navegante, amarraba al lado y charlábamos mucho. Comparto un impacto muy fuerte que tuve cuando fui a Hiroshima, porque cuando cae la bomba destruye todo. Hay una persona sentada en la puerta de un banco. Se desintegra, pero queda impresa su figura contra la piedra de la fachada del banco, como un negativo. Eso lo vi en Japón y en Irak. Ese grabado es como una memoria que queda registrada. Entonces establezco un diálogo con esa sombra en el libro.
–Hay uno de los relatos en los que presencia una imagen terrible de unos niños masacrados con sus madres en Irak. Al ver tantos de esos hechos atroces, ¿nunca perdió la fe en Dios?
–No. Creo que la espiritualidad es lo que va a salvar a la humanidad. Ni el materialismo ni el capitalismo. Nos va a salvar la conciencia del ser humano. Esa es la otra mirada. Es suicida lo que están haciendo, la destrucción del medioambiente, las guerras. ¿Cuáles son las preocupaciones de las grandes potencias hoy? Aumentar sus arsenales nucleares, levantar muros contra la inmigración. Lo están haciendo los europeos al igual que lo hizo Estados Unidos. El ser humano tiene que elegir la bomba o la humanidad. Y nos vamos a dar cuenta el día que entendamos que no somos solo materia. A mí siempre me sostuvo la fe.
–Tuvo una militancia vinculada con los curas del Tercer Mundo. ¿Cómo evalúa el papel de la Iglesia en la época de las dictaduras?
–Primero, no podemos meter a todos en la misma bolsa. Hubo obispos que apoyaron a las dictaduras y justificaron las torturas: como el arzobispo de La Plata, Antonio Plaza, o Víctor Bonamín, en Rosario. Gente que traicionó al pueblo y al evangelio. Y hubo compañeros distintos: Angelelli, Devoto, Zaspe, Mujica, las monjas francesas misioneras desaparecidas por Astiz, Carlos Murias, misioneros franceses como Javier Longeville, secuestrado y asesinado en La Rioja. Hay un gran martirologio en toda América Latina… Monseñor Romero en el Salvador. Yo estaba en Barcelona y le hablé por teléfono porque iba a tardar un par de días más en ir. Y después me avisan de su asesinato. Lo mataron porque era coherente en su fe y su compromiso con el pueblo. Son opciones de vida. Y están los que se vendieron por 30 monedas. Uno de los discípulos de Jesús es quien lo traiciona. Hay mucho Judas hoy.
–¿Como evalúa el papel del papa Francisco?
–Cada vez que puedo viajar, lo veo a Francisco. Para mí fue una bendición su designación. Actualmente es blanco de muchos ataques porque quiere una renovación de la Iglesia, quiere volver a las fuentes. Incluso dentro del Vaticano tiene gente en contra. Sí tiene el apoyo en el mundo de los pueblos. Es un hombre que está queriendo que la Iglesia se quite las riquezas materiales y se las dé a los pobres. Y lo está haciendo. Pero con muchas resistencias, porque hay muchos eclesiásticos que viven a costa de los pobres, hablando de los pobres, pero ellos son ricos, príncipes de la iglesias. La diferencia con Francisco es que él es un pastor, ellos son funcionarios de la Iglesia. Y por eso lo acompaño. Y más en este momento de la humanidad. Francisco tiene un sentido ecuménico: unidad en la diversidad y en la espiritualidad. Cuando estuve en Bagdad nos reunimos agnósticos, cristianos, islámicos y judíos, y todos nos tomamos de las manos y oramos desde su sentido de vida, dentro de ese refugio donde habían matado a todos esos niños y sus madres. Hay cosas que nos trascienden. No tenemos que ser sectarios. Y esto Francisco lo tiene muy claro. Fijate cómo va a ver al Islam, a los judíos y las distintas confesiones religiosas, lo hace desde un sentido más profundo del espíritu.
–¿No cree que cambió desde que se fue de la Argentina?
–Lógicamente, toda persona cambia. Y puede ser que hoy tenga una mirada más amplia. Pero, por ejemplo, poca gente sabe aquí que, el por entonces Bergoglio, cuando terminaba sus funciones de arzobispo se iba a trabajar a las villas. Esto nadie lo sabe porque siempre fue un trabajo silencioso. Como tantos otros que no se conocen porque se hace humildemente. Se conoce solo un poco lo que hace el padre Pepe, por ejemplo. Hay que ver el trabajo que hacen sobre las adicciones, la prostitución, la ayuda a las familias. Eso es solidaridad, humanidad.
–Hace poco se cumplieron 15 años de la desaparición de Julio López. ¿Este hecho deja en claro que todavía esos grupos tienen el poder para desaparecer personas?
–Demuestra la existencia todavía de estructuras mafiosas. Y es así desde hace años. En la época de Alfonsín, mayo de 1984, ya en democracia, llegan a SERPAJ una señora y su hijo, la madre y el hermano de Cecilia Viñas de Penino. Con una grabación con ocho llamadas de su hermana desaparecida todavía en democracia. Nos reunimos con Antonio Tróccoli, que era ministro del Interior, le hicimos escuchar la grabación. Luego de eso desapareció definitivamente. Ahí tenés otra muestra de la estructura mafiosa que nunca se diluyó y Julio López es un ejemplo. O fortalecemos las instituciones democráticas o vamos a seguir sufriendo a estas mafias. Que también se encuentran en el Poder Judicial.
–Justamente el Poder Judicial está muy cuestionado.
–El tema del lawfare es una guerra. Los golpes de Estado siguen hasta el día de hoy. Ocurrió en Honduras, en Paraguay, en Brasil y en Bolivia. Acá lo quisieron hacer con Cristina Fernández a través de Bonadio y el fiscal Stornelli. Se salvó porque era senadora, pero tuvo ataques feroces. Yo fui dos veces a visitar a Lula a la cárcel, con el periodista Ignacio Ramonet y con el teólogo Leonardo Boff. Sacaron a Dilma Rousseff de la presidencia para neutralizar a Lula y meterlo preso. Pero después nos enteramos de que Sergio Moro iba a EE.UU. todos los meses a recibir instrucciones. Era toda una farsa. EE.UU. no abandonó su política hegemónica continental, entonces la única posibilidad es la unidad continental, como decían Hugo Chávez y Fidel Castro. Aquí se piensa que estamos en una democracia, ¿somos realmente libres? Macri nos metió en una deuda externa terrible, esas son las nuevas cadenas de la esclavitud. Y destruyó la UNASUR, el MERCOSUR, la CELAC. Debemos ir a una democracia participativa no delegativa. Solo el hambre del pueblo va a pagar la deuda externa. Lula sacó de la miseria extrema a 40 millones de personas y por eso lo metieron preso, el sistema no lo puede permitir. Ellos privilegian los intereses financieros sobre la vida de los pueblos.
–¿Le preocupan las denuncias de abusos de la Policía bonaerense?
–Sí, son muchas y nosotros lo denunciamos. En la CPM llevamos la supervisión de cárceles y comisarías. Y lo hablamos con las autoridades provinciales y nacionales. Pero ahí está Sergio Berni, nunca se quiso reunir con nosotros. Y solo una vez nos reunimos con el gobernador Kicillof. Igual, cuando estaba Vidal, nos dieron menos atención todavía. Ellos quieren más cárceles y más presos, pero no sirve para nada. La seguridad debe pasar por la seguridad social: trabajo, vida digna y educación. A la Argentina se la consideraba el granero del mundo y hoy hay desnutrición, hambre y desempleo en un país productor de alimentos. Las grandes corporaciones buscan ganancias, pero no el desarrollo del país. Fijate los Pandora Papers, cómo se la llevaron toda, pero no hay ningún control para devolver esos capitales. Como por ejemplo una investigación seria de la deuda externa. El pueblo no recibió un dólar, pero la tiene que pagar.
–¿Qué significó haber recibido el premio Nobel de la Paz en ese momento histórico?
–Dos días después de que anunciaron el premio quisieron asesinarme. Nos salvó un tachero. Iba con mi hijo en el coche, estábamos doblando por Bolívar y avanza gente armada. Mi hijo acelera y justo se cruza detrás nuestro un taxi. Si no, hoy estaríamos muertos. Por otra parte, siempre lo dije: el premio Nobel lo tomo con un instrumento al servicio de los pueblos. Todas las condecoraciones y reconocimientos los entregué a la UBA, de la cual soy profesor. Y la sede del SERPAJ de la calle México pasa a ser la casa de los premios Nobeles latinoamericanos, no la casa de Pérez Esquivel. Hasta mi biblioteca voy a mudar ahí.
–¿Es una responsabilidad por el resto de su vida?
–Nosotros seguimos haciendo el mismo laburo en toda América Latina hasta el día de hoy. Damos un servicio a los pueblos. No somos los que vamos a hacer la revolución, eso lo va a hacer el pueblo. Pero trabajamos por la educación, que se respete a los pueblos originarios, apoyamos la organización del pueblo. Nadie se salva solo, la liberación va a ser de conjunto.
–¿Cómo tomó el Nobel de la Paz otorgado a Barack Obama?
–Le escribí a Obama y le dije: «Me sorprende que te hayan dado el premio, pero ahora que lo tienes, cierra la cárcel de Guantánamo, la cárcel de Abu Ghraib en Irak y levanta el embargo a Cuba». Y me contestó con una carta de tres páginas. Me dijo que no dependía de él sino del Congreso. Porque en ese momento no tenían las mayorías en las Cámaras. Pero fijate que ahora que sí las tienen los demócratas tampoco lo hacen. Porque la política de EE.UU. es violenta, es de dominación imperial. A mí no me parece un mal tipo Obama, pero es el país, una mentalidad la que hay que cambiar.