Cultura

Memorias latinoamericanas

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El escritor uruguayo dejó una obra profunda y luminosa, que echa raíces en la literatura para denunciar, a contramano de la historia oficial, el despojo al que fue sometido el continente.

 

Nutrientes. Galeano abrevó en la literatura, las leyendas, la historiografía y el fútbol. (Schemidt/AFP/Dachary)

Fue en 1971. En esa fecha, con 31 años de edad –había nacido en 1940 y tuvo un muy temprano tránsito por las redacciones– Eduardo Galeano publicaba una obra destinada a perdurar y expandirse: Las venas abiertas de América Latina. Ensayo con tramos narrativos, datos económicos, episodios y personajes históricos e importantes referencias bibliográficas, apuntaba al corazón mismo de una sesgada interpretación para demostrar cómo las usurpadas riquezas de América Latina, expropiadas y trasvasadas a las potencias dominantes, cimentaron el desarrollo capitalista en los países conquistadores.
Desarrollo y subdesarrollo, argumenta el libro, están en relación dialéctica, lo expropiado propició una acumulación que pudo «alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos». El minucioso estudio, con una escritura firme y directa, pudo llegar a muchísimos lectores que lo consideraron un texto imprescindible poco antes de que el cerco de dictaduras se cerrara en el Cono Sur: Chile y Uruguay en 1973 y Argentina en 1976.
Cuando Galeano, fallecido el 13 de abril, tuvo que marcharse de su patria, llegó a Buenos Aires, donde fundó la revista Crisis. Tenía en su haber la experiencia acopiada en Marcha, publicación periódica que se inició en su patria en 1939 y continuó hasta ser cerrada en 1974. Ambas revistas, emblemáticas en la cultura latinoamericana, tenían una definida postura antiimperialista y las dos fueron suprimidas por sendas dictaduras del Plata. Entre las opciones de estar preso en Uruguay o muerto en Argentina, según escribió, optó por el exilio en España. Pero antes había empezado a cimentar su veta literaria con los cuentos de Vagamundo, todavía en la envolvente marea del boom de la literatura latinoamericana. Y también participó en los encuentros de intelectuales que tenían como capital a La Habana.
Un año antes de la infausta fecha de 1976, Galeano obtuvo, por su novela La canción de nosotros, el premio Casa de las Américas junto con Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti. Testimoniaría luego en un reportaje realizado por María Esther Gilio (publicado en Acción en 1992) sobre las conversaciones que mantuvo con Conti respecto de algo que para los escritores de entonces aparecía como una disyuntiva: la literatura o la militancia.
No solo en aquellos años, sino como actitud persistente Galeano siguió confiando en la incidencia social de la ficción, porque, según afirmaba en aquella entrevista, la literatura tiene «una función alumbradora cuando nos ayuda a saber quiénes somos, a dónde vamos, a dónde podemos ir y quién podemos ser».
Contar, desde una perspectiva descolonizada y en una veta narrativa, la historia de América fue lo que logró en los volúmenes de Memoria del fuego, aparecidos entre 1982 y 1986. Mediante una serie de relatos vívidos, el pasado americano se despliega en las figuras de conquistadores y conquistados. Mostrar el conjunto de creencias e interpretaciones implicaba una mirada crítica a la versión de la historia impuesta por los dominadores, porque contra la visión hegemónica se alzaba la voz de los vencidos. La gesta va atravesando los siglos hasta llegar al último cuarto del XX.
La gran difusión que siguen teniendo esos relatos tiene que ver con una escritura plasmada en un estilo que no se desvanece en generalidades o abstracciones, sino que, muy directamente, apela tanto a la inteligencia como al sentimiento, objetivo declarado por parte del propio autor, fiel a su idea de religar, volver a unir lo que arbitrariamente ha sido separado (ver recuadro).

 

En busca del tiempo
Rescatar el pasado (ocultado o falseado) y aunarlo con el presente ayuda a pensar el futuro ya no en clave de certezas y seguridades, sino más bien como un horizonte donde anida la utopía, si por tal entendemos no una mera consigna tranquilizadora, sino un interrogante y acicate para los múltiples acercamientos a un incidente histórico que preña el presente y convoca a un camino que, siguiendo a Antonio Machado, se hace al andar.
Finalidad primordial de Galeano, la memoria se ramifica andando por diversos terrenos en sus obras. Por ser memoria viva convoca a los afectos. No casualmente el epígrafe de El libro de los abrazos es «Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón». Esa frase marca todo lo que sigue, una suma de relatos breves en sutil combinación de experiencias y anécdotas personales con agudas observaciones. Así de pronto un hecho de la vida cotidiana desencadena una reflexión sobre la política, la vida y la muerte, el bien y el mal, el arte u otro de esos «grandes temas», de modo que el mosaico formado por los fragmentos termina siendo un retrato que despliega la visión de mundo de quien bien puede decirse que nada de lo humano le era ajeno.
A partir de allí, el universo se ensancha y se iluminan otros aspectos. En Los hijos de los días los relatos, referidos a múltiples momentos y latitudes, organizan un calendario que si bien respeta el que utilizamos por estos lares, no deja de señalar que esa parcelación del tiempo primó, mundialmente, sobre otras. Por eso, aunque se ajuste a ella, le es necesario señalar: «Enero 1: Hoy no es el primer día del año para los mayas, los judíos, los árabes, los chinos y muchos habitantes de este mundo».
Galeano acudió a la vasta tradición literaria universal, a mitos, leyendas, historiografía, estudios sociológicos, al tiempo que a sentimientos y pasiones populares como el fútbol. Confeso hincha de uno de los dos «grandes» de la Banda Oriental, Nacional (perpetuo rival de Peñarol), compuso su Fútbol a sol y a sombra. Era entonces el tiempo finisecular, 1996, en medio de esa especie de páramo donde campeaba fuerte el neoliberalismo, cuando presentó el libro en el teatro Tronador de Mar del Plata, evento  organizado por el IMFC y la radio FM Residencias.
Como en otros casos, en ese texto enlaza personajes y momentos que atrapan la atención de los futboleros, con hechos de diversa índole. Por ejemplo, su crónica «El Mundial del 34» (realizado en Italia) presenta, en magistral síntesis, hechos ocurridos en ese año: el asesinato de Sandino, la guerra boliviano-paraguaya, el ascenso de Hitler, las películas de Tarzán o el inicio de la Revolución China, junto con algo que no nos es desconocido cuando recordamos el campeonato del 78 en Argentina: «El Mundial del 34 fue, para il Duce, una gran operación de propaganda».

 

Estar en el mundo
Galeano conservó una postura coherente a través de años tan disímiles como los 60 y comienzos de los 70, cuando un profundo cambio social se veía como inmediatamente posible. Lo mismo sucedió más tarde, al quebrarse de modo siniestro esas ilusiones, ante la destrucción en todos los planos llevada a cabo por las dictaduras. Y, posteriormente, frente a la globalización, el fin de las utopías, el pensamiento único que imponía un imaginario individualista y reacio a todos los valores de solidaridad y justicia, los mismos por los que, como el propio Galeano ha testimoniado, muchos dejaron su tierra, sus lazos entrañables y su vida misma. Hasta llegar al muy difícil intento iniciado en los comienzos del nuevo siglo de oponerse a toda esa ominosa tendencia, que aspira a un orden basado en aplastar identidades y fortalecer la dominación de una minoría poderosa sobre millones y que, según Galeano en aquella entrevista publicada en Acción en el 92, «se nos propone como único sistema posible». Ya varios años antes de que tuviéramos que escuchar a la «führesa» Merkel, Galeano le decía a su compatriota Gilio: «Si el sistema capitalista fuera capaz de dar comida y dignidad a todos los latinoamericanos, a mí me crece el pelo». La humorada también destaca otro rasgo suyo, el de defender la vida y el derecho a la risa.

Susana Cella

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