13 de febrero de 2022
La exitosa serie de HBO muestra el mundo de la adolescencia centennial desde una mirada cruda y provocadora. Sexo, drogas, ansiedades y redes sociales.
Zendaya. La actriz encarna a Rue, protagonista clave de la ficción creada por Sam Levinson.
Puede que los récords de público con los que arrancó la segunda temporada de la serie sobre sexo, drogas, ansiedades y redes sociales en la adolescencia centennial, tengan bastante que ver con que su protagonista, Zendaya, está simultáneamente en la película más vista en los cines de todo el mundo (Spider-Man: sin camino a casa), y también con la creciente disponibilidad de la plataforma de HBO. Pero además es cierto que esta ficción creada por Sam Levinson (hijo del gran director Barry Levinson), inspirada en una serie israelí pero reformulada a partir de sus propias experiencias como adicto, venía logrando desde sus comienzos en 2019 llamar la atención y generar algún que otro escándalo.
En su temprana reseña para The Hollywood Reporter, Tim Goodman escribió que, a diferencia de otras series interesantes sobre sexo adolescente como Sex Education, Euphoria «no tiene nada de divertida, ya que Levinson busca sin ambages provocar y tal vez indignar a muchos adultos y, en particular, a los padres», mientras que para muchos adolescentes seguramente esta es «la única descripción audiovisual más o menos precisa» y realista de sus vidas. Euphoria acaso sea, a los ojos de chicos y chicas de hoy, arriesgaba Goodman, lo que en 1995 representó Kids, la película de Larry Clark y Harmony Korine para los de entonces. A aquella sórdida descripción de un grupo de adolescentes a la que alude el periodista –algunos muy jóvenes, y cuando el VIH era una amenaza todavía demasiado temible–, hoy se le suman, con un protagonismo brutal, los abusos que corren a través de las redes sociales, con la difusión no consensuada de videos íntimos o los comentarios destinados a agredir y humillar públicamente a otros. Kids comparte con la ficción de Levinson cierta crudeza, una sucesión de escenas algo duras que genera asfixia, la sensación de que hay una generación entera que está permanentemente sumida en la angustia. Son pocos los momentos dotados de alguna luminosidad que contrapesan esta noción, a pesar de la gracia y la ligereza que consigue darle Rue (interpretada con una combinación brutal de fragilidad y resistencia por Zendaya) a su relato.
Lejos de Hollywood
Los primeros escándalos que hubo en torno a Euphoria tuvieron llamativamente menos que ver con esta crudeza que con la exhibición de genitales. El segundo episodio de la primera temporada contenía un montaje de 30 planos de penes fláccidos, mostrados en su mayoría en el natural contexto del vestuario escolar. La escena tenía como propósito narrar las inseguridades reprimidas de Nate (Jacob Elordi), auténtico «bully», estereotipo del atleta canchero, ganador, y como tal condenado a ocultar toda expresión de vulnerabilidad y probablemente a repetir algunas de las miserias que definen a su padre, Cal Jacobs (Eric Dane), patriarca de una de las familias «más importantes» de la comunidad. No sorprende a nadie la queja de un grupo hiperconservador de Estados Unidos como es el Parents Television and Media Council, que calificó a Euphoria de «oscura, depravada, degenerada y nihilista» y exigió su cancelación; pero sí un poco la reacción de medios más liberales, como la revista Esquire, en la que el periodista Justin Kirkland califica esa escena de «gratuita e innecesaria», argumentando que, lejos de retratar la complejidad de una masculinidad tóxica aún muy presente en la sociedad, se limita a tratar de conseguir «un par de titulares escandalosos».
No fueron los desnudos lo único que provocó reclamos sobre la serie de Levinson: DARE, una organización civil dedicada a la prevención de adicciones en menores, la acusó de glorificar «el consumo de drogas, la violencia y el sexo anónimo». La respuesta de Zendaya recorrió el mundo: «El nuestro no es un cuento moral que les dice a las personas cómo vivir sus vidas. En todo caso, trata de ayudarlas a sentirse un poco menos solas en su experiencia y su dolor».
Estas críticas corren el foco de lo que probablemente más ha estado perturbando a los espectadores adultos de la serie: su retrato de la desconexión que existe entre la generación de los protagonistas y sus padres. Ningún padre sale enteramente indemne de este retrato, y ante todos ellos queda expuesto un mundo que, evidentemente, ya no les pertenece. Uno en el que, por ejemplo, una actriz transgénero (Hunter Schafer) puede tomar el centro narrativo y emocional del relato. Cosa que Euphoria narra con una naturalidad inédita, sin ignorar, por otro lado, que aún habitamos un entorno muy discriminatorio; consciente de que, en el mundo real, lejos de Hollywood y su agenda progre, la homofobia y la gordofobia siguen existiendo y que aquello que se considera hegemónico sigue siendo más o menos lo mismo que tres generaciones atrás, pero permitiéndose abrir un poco la ventana para asomarse a un futuro posible.