12 de marzo de 2022
Neil Young & Crazy Horse
Reprise
El cantautor y sus viejos camaradas les dan forma a canciones que respiran libertad.
Podría ser un hombre enojado, un caballo desbocado porque perdió varias batallas, como cuando amenazó con retirar todo su catálogo de Spotify porque allí se alojaba a un comunicador de ultraderecha y los directivos de la plataforma optaron por el discurso del odio. Esa es una manera de verlo. La otra sería decir que Neil Young sigue su propio camino, manteniendo los mismos sueños de aquel hippie que apareció en los 60 y que con su música se puso del lado de las minorías y de los que necesitaban una voz. Ese viento de rebeldía y libertad que golpea en la cara cuando se escuchan sus canciones es gran parte del secreto de la longevidad de su arte. En su nuevo disco con los Crazy Horse, banda salvaje con la que colabora desde los tiempos de Everybody Knows This Is Nowhere (1969), la mística se sostiene con estrofas sencillas y pocos acordes. «Cuando venga la tormenta y se apaguen las luces/ no olvides el amor», canta al final del álbum. Esta decena de canciones abreva en el sonido destilado de un folk rock al natural. Grabado en el granero de su casa (de ahí el nombre Barn: granero), Young y sus viejos camaradas (el baterista Ralph Molina, el bajista Billy Talbot y Nils Lofgren en segunda guitarra, tras la partida de Frank Sampedro), celebran la hermandad, el paso del tiempo y una manera de hacer rocanrol. A veces suben el volumen, como sucede en «Canerican». Otras piezas se hunden en paisajes más bucólicos, como en «Shape of You», una melodía montada sobre un rock midtempo, que se balancea entre el piano y la armónica. En «Human Race» la distorsión de las guitarras eléctricas y el gruñido casi punk de Young se ocupan del medioambiente, mientras que en la sencillez de «They Migth Be Lost» o en la larga improvisación de «Welcome Back», Young muestra su grandeza. En esa especie de divagar nostálgico, su voz de navaja parece hacer un tajo en la oscuridad de la noche.