1 de abril de 2022
Eliminado de la Champions, el club financiado con dineros cataríes aún no logra capitalizar su millonaria inversión. El factor Mundial y la situación de Messi.
Santiago Bernabeu. El rosarino y Marquinhos, dos de las figuras del equipo francés, tras la derrota ante el Real Madrid por los octavos de final.
SORIANO/AFP/DACHARY
Unos meses antes de la llegada de Lionel Messi, París Saint Germain presentó una nueva camiseta, diseño inspirado en Chicago Bulls, marca Jordan. Era toda azul, sin las franjas rojas y blancas centrales, distintivas de su ropa, la que a principios de los 70 había creado Daniel Hechter, inventor del pret à porter y expresidente del club. Los barras del PSG se quejaron en los foros. No querían el cambio. «Creemos –dijeron en un comunicado– que la identidad de un club pasa por el respeto de los colores que lo hacen singular. Nosotros no hacemos marketing, pero sabemos que el respeto es necesario para una institución fuerte». Pero con la llegada de Messi vendió camisetas con furor. Negocio para Nike, controladora de Jordan Brand, y también para Qatar Investment, la patronal del equipo.
Pero Nasser Al Khelaifi, el frontman del emir de Catar en el PSG, no contrató a Messi solo para vender camisetas. Armar un equipo de PlayStation, acumular talento, era una exhibición de poder económico para reinar en Europa. Ganar la Champions. Es la obsesión del club parisino desde que en 2011 se convirtió en una unidad de negocios del jeque Tamim bin Hamad Al Zani. En los últimos diez años, con uno de los presupuestos más altos del fútbol europeo, con un plantel que temporada tras temporada acumula más estrellas, siempre se topó con alguna barrera. La última fue el Real Madrid en octavos de final. No alcanzó juntar a Mbappé, Neymar y Messi. Tampoco el triunfo en el Parque de los Príncipes, ni la ventaja inicial en el Santiago Bernabeu. El Madrid se lo arrebató con la fuerza de la historia.
La noticia que siguió a esa eliminación, una nueva frustración, fue la de los silbidos a Messi, víctima de un hartazgo que viene de lejos y del que no es el (único) responsable. Se parecía demasiado a una insolencia por parte de un club que en su historia tiene menos títulos que el propio Messi. Pero ningún hincha mide esos asuntos en la transición desde la ilusión a la desilusión. Tampoco fue Messi el único silbado. Salvo Mbappé, el resto del equipo fue maltratado, incluido Neymar.
Y tampoco fue lo único que quedó. La caída con el Madrid puso en crisis el vínculo entre los hinchas y los dueños cataríes. Las pintadas en el estadio iban contra Al Khelaifi, contra los dueños. «Nasser, lejos de nuestras tierras. París somos nosotros», decía una de ellas. También hubo contra el brasileño Leonardo, el director deportivo, la mano derecha futbolística de Al Khelaifi. El colectivo Ultra París, el mismo que se había quejado de los cambios en la camiseta, ahora decía en un comunicado «dirección, dimisión», destinado al catarí y a Leonardo. Pero en esta historia también destaca que no alcanza con una buena billetera para encontrar un lugar entre los grandes de Europa. El PSG vio pasar en este tiempo de club-Estado a nombres como Zlatan Ibrahimovic, Javier Pastore, David Beckham, Thiago Silva o Ezequiel Lavezzi. Está Marco Verratti. Y si bien lo tenía a Keylor Navas fue a buscar al italiano Giorgio Donnarumma en foco por su error en el primer gol del Madrid, anotado por Karim Benzema.
Asignaturas pendientes
Messi no estaría solo cuando lo fueron a buscar. Además de volver a compartir equipo con Neymar después de la experiencia en el Barcelona, estaba Mbappé, que ya coqueteaba con el Real Madrid. Pero en París, además, tenía a Rosario cerca. El entrenador que lo esperaba era Mauricio Pochettino, de Murphy, su pueblo, pero sobre todo de Newell’s. Ángel di María, su amigo en la selección y coterráneo ya estaba afincado en París. Al igual que otro rosarino (y de Newell’s), Mauro Icardi, más distante de los vínculos afectivos de Messi. Y también estaba Leandro Paredes, con el que venía de compartir la máxima alegría con la camiseta argentina.
En ese contexto, no alcanzaba con ser líder de la Ligue 1 por una buena cantidad de puntos (todo indica que el PSG será campeón) sino que el objetivo estaba puesto en la Champions. Tampoco es que el PSG compita con clubes pequeños. Todo es una carrera de millones. El último campeón, Chelsea, lo hizo a fuerza de la billetera de Roman Abramovich, ahora caído en desgracia luego de la invasión de Rusia a Ucrania. Pero el Chelsea encontró el equipo con el alemán Thomas Tuchel, exentrenador del PSG, despedido después de haber perdido la final europea frente a Bayern Munich. Fue ahí que el equipo francés buscó a Pochettino.
Otro de los clubes-Estado de Europa, Manchester City, administrado por la familia real de Abu Dabi, tampoco logra hacer pie en la Champions a pesar de acumular figuras como Gabriel Jesús, Bernardo Silva, Mendy, Gündogan, y al propio entrenador, Pep Guardiola. La Champions no es sencilla.
Catar no solo tiene al PSG y, por ahora, a Messi. Es la sede del Mundial que se jugará entre noviembre y diciembre, una fecha por lo menos curiosa para una cita que suele partir el año al medio. Un Mundial que –junto con Rusia 2018– desató las denuncias por compra de votos y armó el terremoto que sacudió a la FIFA en 2015. Esto expuso también la situación de los trabajadores, sobre todo de quienes construyeron los estadios, y las políticas respecto a la comunidad LGBTQ. Se habla de sportswashing y de soft power. Una limpieza de su imagen con la ayuda del deporte, en particular del fútbol, con una muestra de poder global sin necesidad de recurrir a una vía más dura, lo que sería el hard power. Pero no siempre estas estrategias geopolíticas salen a la perfección. Tampoco es que el fútbol sea sencillo de amaestrar. El PSG no llegó a lo que pretendía Catar. Ahora tiene el Mundial por delante.