11 de abril de 2022
De un lado, la postura de que el deporte tiene que ser preservado. Del otro lado, que el deporte no es una isla. También es política. Como todo. Preservarlo ayudaría a creer que el deporte puede ser apolítico, una pretensión que termina beneficiando justamente a los «apolíticos».
Extender sanciones políticas al deporte ayudó en su momento a que la Sudáfrica racista del apartheid no pudiera simular «normalidad» cuando alguna nación aceptaba competir contra los Springboks, su poderosa selección de rugby. Boicotear a los Springboks era boicotear el racismo.
Si el mundo, o casi todo el mundo, «cancela» hoy a Dostoievsky, Pushkin y Chejov, ¿por qué la rusofobia de estos tiempos dejaría afuera al deporte?
Anfitriona del último Mundial, en 2018, la Rusia de Vladímir Putin ya quedó fuera de Catar 2022. Un Mundial en el que la selección argentina debutará contra Arabia Saudita. Es la nación vecina de Catar que bombardea a Yemen desde hace siete años, con más de 250.000 muertes, incluidos unos 10.000 niños. Pero se sabe, donde unos invaden, otros liberan. Donde unos hacen negociados, otros hacen negocios. Donde unos tienen magnates otros tienen oligarcas.
Estados Unidos inició la Guerra del Golfo en 1991, pero compitió sin problemas en los Juegos Olímpicos del año siguiente de Barcelona 92. Y dos años después fue sede del Mundial de la FIFA. Antes y después, cometió crímenes de guerra en Vietnam, Corea, Afganistán e Irak, pero jamás fue sancionada (tampoco lo era la entonces Unión Soviética). Había boicots parciales, pero jamás sanciones masivas, como sucede ahora con Rusia, invasora de Ucrania.
La rusofobia deportiva de estos días veta no solo a selecciones de fútbol, básquet y de todos los deportes, sino que se extiende también a figuras individuales, nadadores, pilotos de Fórmula Uno, ajedrecistas y tenistas. Wimbledon debate prohibir unilateralmente a tenistas rusos y bielorrusos.
En tiempos de Guerra Fría, una final olímpica entre Estados Unidos y Rusia aseguraba récord de rating a la TV, aunque se tratara de una carrera de embolsados. Caído el Muro, la vieja guerra «capitalismo vs. comunismo» cambió a Nike vs. Reebok.
La batalla eterna de las superpotencias ofrece ahora un tiempo distinto. Un escenario mucho más desequilibrado. Entre las víctimas, están también no solo Dostoievsky, Pushkin y Chejov. A sus deportistas les plantean pocas opciones: si quieren seguir compitiendo deben criticar públicamente a Putin. O cambiar de nacionalidad. Caso contrario, la era de la cancelación.