12 de agosto de 2015
La transmisión de programas de AM o FM a través de canales de televisión abre nuevas perspectivas para el medio, que replantea su tradicional ausencia de imágenes en la era de Internet.
Es una moda pasajera? ¿Es un signo de los tiempos o el destino inevitable de la radio? Nadie puede responder con certeza a esas preguntas. Lo que sí queda claro es que, de un tiempo a esta parte, la radio transmitida en imágenes, en vivo y en directo, es un hecho en cantidad de canales de cable o, directamente, a través de Internet. Si en los 80 Juan Alberto Badía y su Imagen de radio era una rareza, o en los 90 las transmisiones desde un teatro llamaban la atención de los seguidores de Alejandro Dolina y La venganza será terrible, hoy la cuota de imágenes radiales es mucho más elevada. Mitre, América, Del Plata, Pop: todas tienen su homólogo visual, transmitiendo en directo desde el estudio. Vorterix, incluso, se presenta como una radio de la era digital y su programación en el éter es indisociable de su propuesta audiovisual.
«Porque la radio no se ve. ¡Graciadió!», concluía Lalo Mir su oda al medio en cuestión, que ofició de prólogo del libro Siempre los escucho, de Carlos Ulanovsky. Allí reside una de las contiendas fundamentales en torno a la idea de la radio televisada o transmitida por Internet. ¿Sigue siendo radio? ¿Acaso la radio no es el oído que se maravilla y la imaginación que se activa solo con las palabras? «Hasta hace diez años, salvo casos puntuales, lo que está pasando ahora era algo mal visto», señala el periodista Emanuel Respighi. «Lo que sucedió es que se impuso la era de la imagen y terminó condicionando un medio que siempre fue solo voz y sonido», agrega. Para Respighi, el proceso es una simple cuestión coyuntural. «Se va a desarrollar en los próximos años y después se va a volver a la vieja usanza, pero es cierto que para una generación que vive de la imagen, esto es la posibilidad de escuchar o ver radio».
En una columna de opinión publicada en Página/12 el año pasado, Eduardo Aliverti exponía sus dudas sobre el fenómeno. «Podría pasar que la convergencia de radio e imagen resulte un éxito, pero en todo caso estaríamos hablando de otro tipo de lenguaje, o más bien, de consumo. No de radio a secas», planteaba el periodista y conductor. Gonzalo Carballo, productor de AM Del Plata, cuya programación también se transmite por 360 TV, un canal de la Televisión Digital Abierta (TDA), encuentra las razones del fenómeno en los nuevos tiempos que corren. «Hoy las telenovelas usan hashtags, mucha gente se comunica por Twitter. La forma de comunicarnos cambió y se hacen muchas cosas por streaming», explica. Justamente, Carballo es el productor de TV de los programas de Del Plata, una figura hasta hace poco inconcebible en cualquier estudio radiofónico. Reconoce, sí, que en parte se pierde lo específico de la radio, ese medio sin imágenes, pero por otro lado destaca el alcance que ganan algunas emisoras, sobre todo más allá del área metropolitana. «Las repetidoras del interior transmiten en FM, entonces a nosotros nos pasa que mucha gente nos manda mensajes y cuenta que ve la radio por televisión, porque llega mucho al interior».
En su caso, está atento a «ponchar» las imágenes que acompañan a lo que los locutores comentan en el momento. Un trabajo algo más difícil que para sus colegas exclusivamente televisivos, advierte, debido a la natural variación de temas que suele primar en los estudios de radio. Y sí, por momentos puede ser una radio cuyo oyente «puro» pierde la referencia, porque la transmisión en paralelo incluye imágenes. «El gran dilema es si se va a desarrollar la idea de que la gente espíe cómo se hace un programa, pero que siga siendo radio, o si es más una tele en frecuencia radiofónica», reflexiona Respighi. «Lo que de ninguna manera es entendible es la televisación de aquellos programas que estimulan la imaginación», advierte el periodista. De su paso por Del Plata recuerda que algunos protagonistas se mantenían fuera del alcance de la cámara, como por ejemplo el humorista. «Era una manera de preservar a los personajes y seguir jugando con la imaginación», afirma. En cierto modo, la radio proyectada en la pantalla se puede entender casi como una televisión «relajada»: se cuida la presencia, pero no hay una obsesión por la vestimenta o los modales. «Los chicos toman mate, tienen sus papeles y tablets desplegadas por el estudio», describe Carballo. «Obviamente, no pueden poner los pies sobre la mesa, pero no deja de ser un programa de radio: no les voy a decir que no tomen mate porque da mal en cámara».
Sin embargo, el caso de Vorterix plantea una excepción, ya que el proyecto entero fue concebido para ser multiplataforma. De hecho, Respighi sugiere no considerarlo parte del fenómeno o, al menos, entenderlo como un desarrollo paralelo a él. Sean o no lo mismo, lo cierto es que nada motoriza tanto el desarrollo de un medio, de un lenguaje, como la publicidad. ¿Será que los anunciantes piden esta convergencia digital? Para Respighi, el fenómeno «no responde a una causa comercial, sino que deriva de los hábitos culturales que se imponen a partir de las nuevas tecnologías y las nuevas generaciones de nativos digitales. Al menos en esta etapa: si más adelante se le encuentra el filón, será otra cosa». En ese caso, la pregunta queda abierta: ¿seguirá llamándose radio?
—Andrés Valenzuela