3 de mayo de 2022
Luego de idas y vueltas, la junta directiva de la red social aceptó la oferta del magnate para quedarse con todo el paquete accionario. Una apuesta fuerte.
Multitasking. El hombre más rico del mundo maneja empresas como Tesla (autos eléctricos), SpaceX (viajes al espacio) o Neuralink (interfaces neurológicas).
WATSON/AFP/DACHARY
Todo parece encaminado para que Elon Musk se quede con la totalidad de Twitter a cambio de 44.000 millones de dólares. Si bien la junta directiva de la empresa aceptó la oferta, aún falta la aprobación por parte de las autoridades, que se conocerá en los próximos días. A comienzos de abril Musk había adquirido el 9,2% de la empresa; era su primera incursión en el complejo mundo de las redes sociales. Si se concreta la venta, Twitter dejaría de cotizar en bolsa y el control total sobre la compañía quedará en manos de un único dueño, capaz de tomar todas las decisiones.
Musk, el hombre más rico del mundo, es capaz de crear empresas de proporciones titánicas, pero también de tener comportamientos erráticos o de publicar tuits con afirmaciones de las que pronto se desdice. En las redes muchos desconfiaron de su capacidad de mejorar la red y anunciaron que la abandonarán. Musk respondió a través de un tuit: «Espero que hasta mis peores críticos se queden en Twitter porque eso es lo que significa libertad de expresión».
Es necesario abordar esta novedad desde varias perspectivas si se busca comprender qué puede ocurrir con la red social en el futuro.
Como en botica
Musk nació en Sudáfrica, pero vive desde la adolescencia en Canadá, donde estudió física y economía. Ya en 1995, cuando la web estaba en pañales, desarrolló su primera empresa, Zip2, que se vendió en 1999 por 307 millones de dólares. Con ese dinero fundó PayPal, una de las empresas precursoras en Fintech, cuya venta le permitió iniciar la serie de compañías que aún posee: Tesla (autos eléctricos), SpaceX (viajes al espacio), Starlink (internet satelital), Neuralink (interfaces neurológicas), Boring Company (túneles) y otras. Evidentemente, el polifacético empresario no considera que haya límites para su ingenio y es capaz de competir con autos eléctricos en una industria centenaria o planear viajes tripulados a Marte. Ahora está dispuesto a invertir buena parte de su fortuna en, nada menos, una de las redes más cuestionadas por su «toxicidad».
Hace tiempo que este emprendedor serial muestra su preocupación por su red social favorita, sobre todo por las decisiones de la empresa para regular la información que por allí circula, desde noticias falsas, acosos virtuales para amedrentar a alguien o campañas de bots (cuentas automatizadas) para instalar un tema como si estuviera avalado por millones de personas. De hecho, él mismo tampoco se priva de realizar provocaciones bastante cuestionables, como cuando contestó al tuit de un usuario que relacionaba el reciente golpe de Estado en Bolivia con la disputa por el litio. Musk le contestó: «¡Haremos golpes de Estado contra quien queramos! Acéptenlo».
Ese no fue su único exabrupto en la red social: en 2018 tuiteó que compraría todas las acciones de Tesla para recuperar el control de la empresa, lo que provocó un aumento en su cotización. Como luego no concretó su promesa, se inició una investigación para evaluar si había intentado subir la cotización de las acciones intencionalmente.
Es desde esta personalidad, a la vez genial e inestable, que se puede leer la compra de Twitter y empezar a imaginar sus consecuencias.
Números
Twitter es una de las redes sociales más grandes del planeta, con cerca de 400 millones de usuarios mensuales. Si bien está lejos de los casi 3.000 millones de Facebook, el número es significativo y está muy instalado en algunos nichos, aunque la tendencia es que los más jóvenes usen otras redes como TikTok o Instagram, algo que pone en duda su futuro.
Pero Twitter carece de un modelo de negocios exitoso. En 2021, por ejemplo, declaró pérdidas por 493 millones de dólares y los trimestres con ganancias a lo largo de su historia no fueron frecuentes. Con estos números resulta evidente que el objetivo de Musk al comprar esta empresa no es enriquecerse más. De hecho, tendrá que financiar su compra con dinero propio, préstamos y utilizar sus acciones en Tesla como garantía. Aun para el hombre más rico del mundo, invertir 44.000 millones de dólares es una movida riesgosa, tal vez un capricho, y puede poner en peligro su propia carrera.
Absolutismo
Musk parece pensar la sociedad como un ingeniero: frente a una dificultad hay que encontrar una respuesta técnica lo más simple posible. El problema con las redes sociales, como se viene demostrando desde hace años, es que están fuertemente atravesadas por procesos sociales muy complejos, cuyo devenir no es lineal. Por ejemplo, los intentos de Mark Zuckerberg de gestionar Facebook como una empresa meramente tecnológica tuvieron consecuencias dramáticas para el mundo. Uno de los casos más conocidos fue la forma en la que se usaron los datos obtenidos de esa red por la empresa Cambridge Analytica para planificar una campaña microsegmentada en favor de Donald Trump, quien ganó las elecciones por muy poco en 2016. Desde entonces Facebook ha tenido que tomar cada vez más medidas para reducir la circulación de campañas de manipulación en su red. Y Twitter también tuvo un recorrido similar: en 2011 uno de los fundadores de la red social declaró «Dejemos que los tuits fluyan»; sin embargo, en la actualidad existen numerosas regulaciones internas que buscan reducir lo más tóxico que circula en esa red: desde explotación infantil, bullying, propaganda de distintos Gobiernos o fraudes hasta promoción de esquemas piramidales, entre otras cosas.
Es en ese complejo terreno en el que se mete Musk, quien se define como un «absolutista de la libertad de expresión». De hecho, se negó a que su empresa proveedora de internet satelital abandonara Rusia pese al bloqueo casi global impuesto a esa potencia tras la invasión de Ucrania. En un tuit reciente decía: «La libertad de expresión es el fundamento de una democracia que funciona y Twitter es la plaza digital donde las cuestiones vitales para el futuro de la humanidad se debaten». Es por demás dudoso que Twitter tenga tanta relevancia y que sea el lugar en el que se discuten de manera representativa los problemas de la humanidad (menos del 5% de la población mundial tuitea al menos una vez por mes). ¿Tanto énfasis en la libertad de expresión significa que deben abolirse todos los controles a la red?
No parece que Musk sea tan ingenuo como para levantar todos los controles. Por empezar, propuso varias medidas: una de las primeras es eliminar los bots. En particular, apuntó contra aquellos que hacen spam para promocionar distintas criptomonedas, a las que definió como «el problema más molesto en Twitter». Para eliminar los bots, se requeriría que los usuarios verifiquen de quién es la cuenta, algo que puede parecer sensato a primera vista, pero que abre la puerta a persecuciones a usuarios por regímenes totalitarios o al acoso por emitir una opinión. Como se decía, en la comunicación social no resulta fácil encontrar soluciones definitivas.
Otra propuesta es «abrir» el algoritmo que decide qué ve cada persona en su pantalla, algo que permitiría pensar herramientas para filtrar los posteos de acuerdo a los deseos de cada usuario para darle mayor control, pero que también podría servir para diseñar mejores herramientas que amplifiquen la circulación de determinados contenidos con fines publicitarios, políticos o de otro tipo.
Estas medidas bienintencionadas no parecen suficientes para hacer un nuevo Twitter. Es más, pueden empeorar el ya existente. Musk puede estar entrando en una trampa de las que pocos salieron indemnes: una cosa es declararse un absolutista de la libertad de expresión y otra cosa muy distinta es garantizarla en un mundo muy desigual solo manipulando una herramienta de comunicación. Cabe aclarar que, obviamente, los problemas que experimenta la sociedad no son producto de las redes sociales, pero estas sí funcionan como cajas de resonancia que muchas veces aceleran y amplifican estos problemas.
En un momento de mucho escrutinio sobre las grandes plataformas, a poco de que se aprueben nuevas regulaciones en Europa, la apuesta de Elon Musk, en la que se juega parte de su fortuna, parece muy arriesgada. El tiempo dirá si no era más fácil construir un auto eléctrico o llevar astronautas a Marte que hacer de Twitter un espacio enriquecedor y democrático.
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