4 de mayo de 2022
Mientras las necrópolis se convierten en paseos urbanos, una serie de libros locales indaga en ese microcosmos donde los protagonistas son los muertos.
Mausoleos. El Cementerio de la Recoleta, escenario de relatos y visitas turísticas.
DIEGO MARTINEZ
El primer capítulo de Mort Cinder, la gran historieta escrita por Héctor Oesterheld y dibujada por Alberto Breccia, culmina con un primer plano del anticuario Ezra Winston, narrador de la historia, y una pregunta dirigida al lector: «¿Está el pasado tan muerto como creemos?». El interrogante retorna en el interés actual de la literatura por los cementerios y las representaciones que movilizan en torno a la muerte, en un contexto en el que cambian los ritos funerarios y las necrópolis se convierten en sitios de paseo, en atracciones turísticas y en motivos de inspiración para los escritores.
«Un cementerio puede compararse con una antología», dice Diego Muzzio. La referencia es la Antología de Spoon River, los poemas de Edgar Lee Masters sobre los epitafios de un cementerio ficticio. «Las tumbas nos cuentan fragmentos de una vida: nombres, fechas, lugares de nacimiento y muerte. Encontramos fotos, palabras que los deudos dirigen al muerto, pero la reconstrucción completa de esa vida es imposible y si queremos ir más allá tenemos que imaginar, reescribirla», agrega el narrador y poeta radicado en Francia.
En «El cementerio central», texto de referencia en la nueva literatura de terror, Muzzio relata el proyecto de un arquitecto en torno a un cementerio «que debía absorber en un solo espacio la totalidad de los cementerios dispersos en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires». Postergado por la burocracia estatal, el plan se reactiva en 1976 como parte del terror de Estado durante la última dictadura.
«La voluntad de erradicar los cementerios de los centros urbanos es una idea antigua y se ha llevado a cabo en distintas sociedades y en diferentes momentos», explica Muzzio. «Mi cuento lleva al extremo esta idea y situarlo en la dictadura fue una idea que vino después, tal vez inevitable a la luz de nuestra historia. Y eso fue lo que me permitió tratar el tema de los desaparecidos desde otro ángulo».
Las necrópolis históricas y también imaginarias pueden encontrarse en otros textos recientes. La primera parte de La sed, la novela de Marina Yusczuck que recibió el premio Sara Gallardo, transcurre en el Cementerio de la Recoleta, donde se encuentran las protagonistas de la historia: una mujer actual y una vampiro llegada a Buenos Aires a fines del siglo XIX. Si en este caso la tradición de la novela gótica aporta una clave de lectura, «Un cementerio perfecto», el relato de Federico Falco, surge de un universo literario más vinculado con las poéticas del paisaje. En el cuento de Falco, un diseñador de cementerios planea su obra maestra en un pueblo. El proyecto queda en parte frustrado por rivalidades políticas y por las discordias entre el intendente del lugar y su padre. El cementerio abre un punto de vista inesperado sobre las mezquindades, los conflictos y los deseos oscuros que atraviesan a la comunidad.
Nicho consolidado
Alguien camina sobre tu tumba, las crónicas de Mariana Enriquez a partir de sus visitas a cementerios de distintos países, es el best seller de lo que podría llamarse un auténtico nicho literario. Publicado en 2013 en Argentina, fue reeditado en versión ampliada en España en 2021, y el tema no se agota. «Visito cementerios porque me gusta, y lo sigo haciendo», cuenta la autora. «Los últimos fueron el de Lobos, donde estuvieron los restos de Juan Moreira, y en Europa el de Montmartre, en París».
La tumba de Borges en Ginebra es una especie de lugar de peregrinación y de motivo reiterado en crónicas, como las de otras celebridades de la historia literaria. Enriquez no comparte esas búsquedas: «Sería pensar que el mundo se reduce al interés por quienes escriben, una idea totalmente loca», dice. Los cementerios, en su perspectiva, contienen historias y están inscriptos en la propia biografía desde la juventud. «No sé si la cultura actual tiene un interés particular por esos lugares; al contrario, me parece que hay cierta negación hacia los rituales de la muerte», agrega.
Arquitectura. El estilo brutalista es
una característica de la Chacarita.
DIEGO MARTINEZ
«El interés literario por los cementerios puede asociarse a los cambios en los ritos fúnebres, pero no exclusivamente. Tiene mucho que ver también con el misterio de la muerte, un tema universal y eterno», opina Muzzio. Para María Rosa Lojo, autora de Así los trata la muerte, voces desde el Cementerio de la Recoleta, «el diseño actual de los cementerios, su ubicación fuera de las ciudades, los convierte en algo muy distinto de lo que eran en épocas anteriores: lugares monumentales, sobre todo en el caso de personajes públicos que querían perpetuar su nombre».
Enríquez observa «cierta puesta en valor de los cementerios que se convierten en paseos, cosa bastante lógica porque son difíciles de mantener». El de la Recoleta recibe visitas guiadas. «Es también un museo, muy particular, porque tiene gran amplitud cronológica y representa diferentes facciones políticas de la Argentina», destaca Lojo a su turno. «Lo llamaría ucrónico: supera las barreras temporales y las instala en una dimensión de eternidad. Es una puerta de ingreso a un mundo nocturno, no visible en la superficie pero cargado de narraciones. Un microcosmos».
Ficción y realidad
La crónica incorpora el tema en La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las Islas Malvinas, de Leila Guerriero. El libro reconstruye los orígenes del cementerio de Darwin, a partir de que el oficial británico Geoffrey Cardozo recogió los cuerpos de soldados argentinos muertos en la guerra, y se concentra en el proceso de identificación de restos que realizó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en medio de polémicas que, a juicio de la periodista, «hablan de la absoluta incomodidad que produce Malvinas».
«Ir al cementerio de Darwin hubiera sido maravilloso, pero yo quería contar la historia de los vivos», comenta Guerriero. «Quería que se notara esa lejanía, esa soledad del cementerio en Malvinas. Es un lugar que solo recordamos cuando se cumplen los aniversarios de la guerra. Es vertiginoso darse cuenta de las cosas que tuvieron que pasar para llegar a la identificación y al buen estado actual del cementerio, desde la fuerza de voluntad de personas comprometidas hasta el trabajo del EAAF recogiendo firmas en el país de una manera casi clandestina, porque no existía un acuerdo entre los países».
Además de Edgar Lee Masters, otras referencias surgen de Cementerio de animales, la novela de Stephen King, y de la actualidad de temas clásicos de la literatura de terror como el entierro prematuro, los muertos que vuelven a la vida y experiencias sobrenaturales vinculadas con la muerte. La poesía no participa del fenómeno, aunque Antonio Montesanto (Rosario, 1956-2014) fue conocido como el «poeta sepulturero», ya que ejercía ese oficio, escribió sobre el tema de la muerte y fechó parte de sus poemas en el Cementerio de El Salvador.
«Mucha gente le teme a los cementerios porque le teme a la muerte», dice Enriquez. «Los miedos que puede haber en otros espacios de la ciudad son más de alerta y tienen que ver con la vida urbana. En los cementerios estás solo o con muy poca gente, pero no son lugares peligrosos». En ese marco, agrega, la literatura tiene mucho por decir: «Los relatos de terror nos han servido como advertencia o preparación para los miedos en la vida real; si no tuviéramos ese entrenamiento adrenalínico no sé cómo lidiaríamos con los miedos reales».