9 de mayo de 2013
La caída de un edificio donde funcionaba una planta textil en el suburbio de Savar, en Bangladesh, desnudó las condiciones laborales en ese país asiático pero sobre todo el nivel de explotación que las multinacionales están dispuestas a admitir para maximizar su tasa de ganancia. El edificio Rana Plaza cayó el 24 de abril y provocó más de 500 muertes.
El complejo industrial tenía unos 3.000 trabajadores en su interior cuando colapsó por el peso de la maquinaria que se le había montado y las toneladas en exceso de mercadería. Según los peritos, la fábrica se había construido sobre un terreno pantanoso y a los cinco pisos originales los dueños le habían agregado otros tres ilegales.
De inmediato aparecieron las voces acusatorias de organismos y agrupaciones políticas que ya venían advirtiendo sobre este tipo de prácticas. Incluso el papa Francisco mencionó el caso en una homilía por el Día de los Trabajadores. Y la Unión Europea dijo que estaba considerando emprender acciones comerciales contra Bangladesh, que goza de beneficios diferenciales para comerciar con la UE sus productos textiles. Las únicas firmas europeas que habían reconocido su responsabilidad en el caso eran la británica Primark y la canadiense Loblaw, que prometieron compensar a familiares de las víctimas.