9 de septiembre de 2015
La historia que ha venido escribiendo nuestro país en estos últimos 12 años da cuenta de importantes avances en materia económica y social, pero también presenta valiosos desafíos hacia el futuro.
Uno de los legados más difíciles de superar, tras décadas de neoliberalismo, ha sido el de la escasa diversificación y la alta concentración del aparato productivo local, muy basado en la producción primaria y en sus derivados. Esta realidad impone límites severos al desarrollo en el largo plazo, en virtud de que importamos productos tecnológicos e insumos con alto valor agregado, que nos demandan muchos dólares, los que nos suelen faltar, especialmente en los momentos en que caen los precios de las materias primas exportadas, impidiendo mantener altos niveles de empleo y crecimiento.
Son momentos en los que suele verse afectada la recaudación y con ello las posibilidades de seguir estimulando el mercado interno y redistribuyendo ingresos.
Se trata de una dinámica que atraviesa a todos los países de la región, aunque en mucha mayor medida a los que no intervienen con políticas activas, y que descansan en la asignación de los recursos por parte de un mercado que como sabemos es incapaz de dinamizar sectores estratégicos, y que propician, como única política pública, la lógica del endeudamiento con la consecuente pérdida de soberanía.
Argentina, en cambio, ha mostrado un mejor desempeño relativo en materia de crecimiento industrial, aunque se encuentra todavía lejos de haber transformado su matriz estructural. Una muestra de ello es el balance de divisas del sector, que sigue su tendencia histórica de déficits, ya sea por la dependencia de insumos, partes y piezas, como por la demanda para el giro de utilidades, un reflejo de la transnacionalización de la industria local.
A modo de ejemplo, es interesante notar que los únicos rubros superavitarios son el de grasas y aceites y el de productos de la alimentación, en tanto que el mayor déficit se presenta en maquinarias y material eléctrico, así como en productos químicos, una clara muestra de cuáles son las producciones en las que nos especializamos.
Ante ello, las opciones que se presentan pasan necesariamente por profundizar aún más las políticas destinadas a modificar el perfil productivo, dándole un carácter más integral, exactamente lo contrario de lo que plantea Mauricio Macri, quien poco tiempo atrás, dijo que el «gran desafío» que tiene el país es «pasar de ser el granero del mundo a ser el supermercado del mundo», y lo coronó con la ilustrativa frase de que terminaría su mandato con «fábricas de pasta y galletitas por todo el país». Una imagen muy pobre de las metas de su programa de desarrollo industrial, que sigue la línea de la especialización dependiente, basada en las ventajas comparativas y en la explotación de los recursos naturales. No es difícil imaginar, más en un contexto de Estado ausente como el que plantea la derecha, cuál sería el esquema de remuneración de los trabajadores en este tipo de propuesta.
Para poder avanzar en un desarrollo industrial diversificado, será vital mantener las actuales políticas de administración de las divisas y profundizar las herramientas para el desarrollo de industrias que sustituyan importaciones y que exporten productos con mayor valor agregado local.
Un proyecto industrial integral requiere políticas no solo para diversificar las exportaciones, sino también para revertir la concentración y la extranjerización. Para ello también será indispensable consolidar y desarrollar el entramado mipyme, lo cual implica avanzar con nuevos instrumentos de respaldo al sector, que van desde incentivos fiscales, como ocurrió con la Ley de Promoción del Trabajo Registrado, hasta herramientas para asegurarles a las pymes el acceso fluido al crédito, lo que requerirá la sanción de una nueva ley de entidades financieras. Estos son apenas unos ejemplos que marcan un camino de todo lo que falta profundizar, a no ser que se pretenda volver a la economía de la producción primaria, del ajuste, del endeudamiento y del riesgo país, con las conocidas consecuencias del desempleo, la pobreza y la mayor desigualdad.