Cultura | SVETLANA ALEXIÉVICH

Cronista de guerra

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Osvaldo Aguirre

Ganadora del Nobel, la escritora nacida en Ucrania encontró un enfoque personal para narrar los conflictos bélicos y el derrumbe de la Unión Soviética.

Mujeres. La autora rescata las voces de madres, esposas e hijas de soldados.

SOEDER/POOL/AFP/DACHARY

Desde un helicóptero, Svetlana Alexiévich distingue una masa gris que brilla a la luz del sol. Son centenares de ataúdes listos para ser enviados al frente de batalla. «Cuando te enfrentas a algo así enseguida surge un pensamiento: la literatura se ahoga dentro de sus límites», anota la escritora bielorrusa en Los muchachos de zinc, el relato de la guerra en Afganistán que renovó la forma de narrar conflictos bélicos y se actualiza en el marco del enfrentamiento actual entre Rusia y Ucrania.
Nacida en 1948 en Ucrania, criada en Bielorrusia y exiliada hoy en Alemania, Alexiévich obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2015 por una obra que trata diversas facetas del período final de la Unión Soviética: la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil, la vida cotidiana en el socialismo, los suicidios de quienes no soportaron la restauración del capitalismo. «Sus libros tienen la particularidad de componer mosaicos o caleidoscopios con muchos testimonios, a los que elabora y estiliza en términos literarios. Tiene una forma muy singular de hacer literatura y de hacer periodismo, lo de ella no se parece realmente a nadie», afirma la escritora y periodista Hinde Pomeraniec.
En La guerra no tiene rostro de mujer (1985), Alexiévich planteó que las mujeres participan en los conflictos bélicos desde la Antigua Grecia, pero los relatos de esas historias «siempre han sido de hombres escribiendo sobre hombres». Las voces no escuchadas de madres, esposas e hijas, «testigos humildes y anónimos», cuestionan las convenciones literarias sobre las guerras. «En lo que narran las mujeres no hay o casi no hay lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen», señala la escritora.
«De esa manera abrió una puerta prohibida en el relato hegemónico sobre las guerras, donde las mujeres habían sido silenciadas», dice Natalia Litvinova, poeta bielorrusa radicada en Buenos Aires. «Son voces que incorporan los traumas, el cuerpo, los niños, los animales, la naturaleza, el amor, lo que implica matar y volver al hogar», agrega. Litvinova también destaca «su trabajo por la memoria y la comprensión del pasado bélico en los países de Europa del Este: Svetlana quiere señalar que no se habló lo suficiente de las guerras de una manera más íntima, teniendo en cuentas distintas perspectivas y las historias personales».

Pequeños acontecimientos
«Es difícil trasladar una guerra a otra», dice Pomeraniec, autora de Rusos de Putin, en relación con los conflictos en Afganistán y Ucrania. «Pero donde podemos encontrar una coincidencia es en que las madres de soldados y oficiales pueden llegar a convertirse en uno de los motivos de los fantasmas y de las sombras más dolorosas para la sociedad rusa, como Alexiévich muestra en Los muchachos de zinc respecto de Afganistán y como también ocurrió con la guerra en Chechenia», agrega.
En Los muchachos de zinc (1989), Alexiévich señala que la tarea de escribir sobre las guerras modernas «requiere otra postura ética y metafísica», en la que se trata de privilegiar los pequeños acontecimientos cotidianos y de observar a los protagonistas anónimos no en función de las razones políticas y los discursos nacionalistas sino de la trama de relaciones familiares en la que se inscriben. En esa línea se distancia tanto del reporte habitual de los corresponsales de guerra como de la literatura histórica.
Alexiévich enlaza las voces de oficiales, soldados y familiares de los combatientes sin introducir agregados y compone así un relato donde las tragedias individuales documentan a la vez la experiencia generacional y sus efectos sociales en la posguerra. Tal como advirtió en Los muchachos de zinc: «No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos».

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