7 de octubre de 2015
Tristeza por la pérdida de un referente fundamental de la cultura latinoamericana. Su vasta y rica producción como dramaturgo y actor y su fluida relación con el CCC.
Con Eduardo Tato Pavlovsky –fallecido en la madrugada del pasado 4 de octubre de una afección coronaria, a los 81 años– se pierde uno de los referentes fundamentales de la cultura y la política en Argentina y Latinoamérica, estrechamente ligado con el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Actor excepcional, dramaturgo, médico, psicoanalista y psicodramatista, deportista y fanático de Independiente, teórico y periodista, militante de izquierda, Eduardo Pavlovsky fue reconocido internacionalmente por su obra El señor Galíndez, en la que denunció la tortura como institución en la Argentina, la misma a la que la Triple A le puso una bomba en 1974.
Perseguido por la dictadura, en 1977 la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires prohibió su obra Telarañas y en 1978 sufrió en su casa un intento de secuestro por un grupo paramilitar, tras lo cual debió exiliarse primero en Uruguay, y luego en Brasil y España. Participó en Teatro Abierto en 1981 con su pieza Tercero incluido. Su vida fue contada por él mismo en el libro que incluye una extensa entrevista: La ética del cuerpo. Eduardo Pavlovsky (dos ediciones, 1994 y 2004). Soñó con el advenimiento de un nuevo socialismo, y su coherencia ética y política fue un ejemplo que le ganó la admiración de todos, especialmente de los jóvenes. Como dramaturgo, estrenado en escenarios de todo el mundo y traducido a numerosas lenguas, realizó desde 1961 una contribución notable a la cultura argentina, con más de 40 títulos, reunidos en 7 tomos de su Teatro completo. Una primera etapa estuvo marcada por la vanguardia (1961-1969): La espera trágica, Somos, Regresión, Imágenes, hombres y muñecos, Camello sin anteojos, Un acto rápido, El robot, Alguien, La cacería, Match/Ultimo match Circus-loquio. Luego escribió textos más cercanos al realismo (1970-1982): La mueca, El señor Galíndez, Telarañas, Cerca, Cámara lenta, Tercero incluido, El señor Laforgue, Josecito Kurchan. Una tercera fase de su producción fue bautizada por él como «estética de la multiplicidad» (1985-1989): Potestad, Pablo, Voces/Paso de dos.
Con la caída del socialismo inició un período de «micropolítica de la resistencia» (1992–2013) que, con cambios internos, llegó hasta su última obra: El Cardenal, La ley de la vida, Alguna vez, Trabajo rítmico, Rojos globos rojos, El bocón, Poroto/Dirección contraria, Textos balbuceantes (conjunto de piezas breves), La muerte de Marguerite Duras, Pequeño detalle, Volumnia o La gran marcha, Imperceptible, Análisis en París, Variaciones Meyerhold, Solo brumas, Pequeño detalle y Asuntos pendientes. Todas sus obras son esenciales para comprender los últimos 50 años de nuestro país. En cuanto a su faceta de actor, participó en obras de su autoría y de otros dramaturgos (Eugene Ionesco, Samuel Beckett, Luigi Pirandello, Jorge Amado), y formó parte del grupo independiente de experimentación Yenesí. Intervino en numerosos films, entre ellos El santo de la espada, Los herederos, Heroína, Cuarteles de invierno, El exilio de Gardel, Los chicos de la guerra, Miss Mary, Prohibido, La nube, Potestad. En tanto teórico del teatro, el psicodrama, la cultura y la política, escribió más de 20 volúmenes, entre ellos Psicoterapia de grupo de niños y adolescentes y Terapia y existencia. Reunió parte de su producción periodística en tres tomos de consulta insoslayable: Micropolítica de la resistencia, La voz del cuerpo y Resistir Cholo.
Además de lo anterior, Pavlovsky fue uno de los pensadores más lúcidos sobre los nuevos rumbos y estéticas del teatro argentino. Destacó el trabajo grupal y generó el concepto de «teatro de estados» para designar su propia obra, la de Alberto Ure y Ricardo Bartís, en oposición a un «teatro de la representación». Habló de la necesidad de un teatro micropolítico, en el que se produce la fundación de nuevos territorios de subjetividad. Defendió el teatro como una forma de vivir, de estar en el mundo, como una biopolítica que define todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana. Será muy difícil aceptar su ausencia. Nos queda su obra, su pensamiento, su «ética del cuerpo», que sostiene lo que afirma la palabra. Gracias querido maestro, te llevamos en el corazón.
—Jorge Dubatti