Cultura

Sueños en puntas de pie

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La bailarina argentina triunfa en el Royal Ballet de Londres y recibe premios en todo el mundo. Perfil de una estrella de la danza que entrena y ensaya en busca de la perfección.

 

Raíces. A pesar de su apretada agenda, este año Núñez vino a bailar a la Argentina. (Horacio Paone)

Ludmila Pagliero, Herman Cornejo y Luciana Paris son algunos de los grandes bailarines argentinos que triunfan internacionalmente, pero que son escasamente conocidos en nuestro país. Marianela Núñez es otro caso emblemático. A los 33 años, disfruta de su lugar como estrella del Royal Ballet de Londres, una de las tres más prestigiosas compañías de danza clásica del mundo, junto con el American Ballet de Nueva York y el Ballet de la Ópera de París.
La relación de Núñez con el universo de las puntas, los tutús y la música arrancó en su infancia. «Tengo tres hermanos, soy la más chica de la familia. Cuando nací, mi mamá estaba desesperada: “Ya basta de fútbol y de pelotas”. Me vistió de rosa, me puso un moño enorme en la cabeza y me mandó a tomar clases de ballet», cuenta entre risas. «Y me enamoré: desde el principio, siempre lo tomé muy en serio. Tendría 3, 4 años, iba a una escuelita cerca de mi casa en San Martín. El estudio de la maestra era en el garaje de su casa, iban todas mis compañeritas de jardín. Me acuerdo que las retaba a todas, porque no se lo tomaban en serio, y les decía: “Pónganse en línea”, o “Escuchen”; yo era insoportable».
Tiempo más tarde, otra maestra percibió que su talento y su potencial estaban por encima de la media.  Y le dijo a su madre: «Si realmente le gusta y lo quiere tomar en serio, llevala al centro, que alguien la prepare y la lleve para presentarse al Colón». «Así lo hicimos, entré al Colón, conocí a mis otros maestros, Katty Gallo y Raúl Candal. Y ahí empezó todo. Hice solo 5 años de la Escuela del Colón; después hice funciones con Maximiliano y pasé un año en el Ballet Estable del Colón: tenía 14 años y ya estaba bailando Don Quijote», completa.
Cuando dice «Maximiliano» se refiere, claro, a Maximiliano Guerra, quien la eligió como su partenaire para galas internacionales. Cuando ella tenía apenas 15 años, él la llevó a bailar a Japón y enseguida la impulsó a aspirar al más alto nivel de ballet europeo. Poco después recibió propuestas del Ballet de la Ópera de Viena, del Ballet de Stuttgart y del Royal Ballet de Londres. Así fue como eligió a este último y entró a la escuela inglesa. Solo un año después, fue convocada para incorporarse a su cuerpo de baile.
Lo que a otras aspirantes puede tomarles más de una década –o no lograrlo nunca–, a Núñez le sucedió de manera fulgurante: 3 años más tarde ascendió a la categoría de primera solista y, en 2002, obtuvo el puesto máximo de bailarina principal, que le permite, entre otros placeres, protagonizar las obras de grandes coreógrafos de la historia del Royal Ballet, como Romeo y Julieta, de Kenneth MacMillan, o Sylvia, de Frederick Ashton, y las de nuevos coreógrafos, que hacen sus creaciones a medida de la propia Núñez, única argentina de la apreciada compañía. De su parte, no hay más que agradecimiento. «Yo le debo todo al Royal Ballet. Es mi casa, es mi familia. Hicieron algo muy lindo conmigo: me cuidaron, abrieron mi mentalidad», dice. Cada uno o dos años, Núñez encuentra algún espacio para venir a bailar a la Argentina. Recientemente, en 2015, hizo una gira por varias provincias. El resto del tiempo de su agenda se reparte entre el Royal Opera House y los más prestigiosos teatros del mundo, adonde es invitada. Nada parece cansarla: «Lo que me hace seguir es el amor y la pasión. A veces, uno se levanta con dolor, pero va más allá de eso. Es una necesidad que tengo, la de buscar la perfección, aunque sé que no existe. La danza es algo inexplicable, es un amor incondicional. En momentos difíciles de la vida, es lo que me salva, es mi cable a tierra. Me mueven la disciplina y las ganas. Cuando entro a un estudio de ballet, soy como una esponja, porque me gusta mucho aprender: eso es la llave de todo, no solo para el ballet sino en general».
En la vida de Núñez no parece haber espacio para nada más que para entrenar, ensayar y bailar. «Viajes constantes, horas y horas de trabajo: el ballet ocupa la mayor parte de mi vida, y estoy feliz de que sea así. Hay mucha gente que quizás dice: “Tiene que tener otra cosa. ¿Cómo puede ser que ballet, ballet y ballet?”. Yo asumo con orgullo que es así, me costó mucho y lo logré. Sí, claro, en mi tiempito libre, tengo mi vida personal, que ahora estoy intentando reconstruir», dice, tras su divorcio del bailarín brasileño Thiago Soares, luego de 13 años de noviazgo y 3 de matrimonio. «Viajo mucho a lugares increíbles, veo espectáculos y me despejo un poco», describe.
El resto son aplausos, flores y premios. Estos últimos son tantos, que Núñez elige para recordar solo algunos de ellos, como el Laurence Olivier, el más prestigioso de los reconocimientos ingleses al ámbito escénico, «que lo gané en 2013; el Konex que gané en la Argentina; también el María Ruanova, que entrega el Consejo Argentino de la Danza, porque es algo muy sentimental: me hubiese gustado estar en la ceremonia de 2011 pero lamentablemente no pude: en mi lugar fueron todos, mis papás y mis hermanos. También ha sido importante para mí la nominación al Benois de la Danse, que es el premio más importante del ballet en el mundo. La ceremonia se realizó en el escenario del Bolshoi, en Moscú, donde bailé. No lo gané, pero solo por la nominación, dije: “¡Guau!”. Y, también, los críticos de ballet de Gran Bretaña casi anualmente me nominan a diversos premios, que son especiales para mí porque significan el reconocimiento al trabajo que hago durante todo el año».
Plena, colmada de satisfacciones, así está Marianela Núñez: «Desde que audicioné para el Royal Ballet, todos los sueños que tenía se me hicieron realidad, e incluso algunos que yo pensaba que no se me iban a cumplir, también sucedieron. Estoy viviendo la carrera de mis sueños».

Analía Melgar

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