30 de noviembre de 2015
Todavía estoy buscando mi estilo», jura y perjura Gustavo Sala, y cuesta creerle. El humorista gráfico marplatense la rompe: publica en el suplemento No de Página/12, en la Rolling Stone, saca dos libros por año (los últimos, Bife angosto 4 e Hijitos de puta) y, como si eso no alcanzara, hace pininos en el aire mañanero de Radio Nacional. También integra un dúo musical, hizo teatro y dio talleres de dibujo. Y es un referente ineludible para quienes aspiran a vivir de hacer reír a los demás por fuera de lo que la tradición presupone para los grandes medios. Sala hace chistes escatológicos, guarangos y no parece cohibirse ante ningún tema. La acidez, el grotesco y la negrura de sus tiras no tienen límites.
Y aunque parece haber encontrado un momento de madurez artística, él se ocupa de despegarse de ese lugar. «En todo caso, estoy en una etapa de búsqueda», contrapropone y, de ese modo, explica la constante incorporación de recursos gráficos y retóricos a su repertorio de herramientas para hacer reír a sus fans. «No me puedo relajar, me siento como si recién estuviera empezando, como cuando hacía mis propios fanzines Falsa modestia en el 98», recuerda. «Las cosas más interesantes las haré el año que viene», promete.
¿De dónde proviene el material que alimenta su obra? «Más que buscar situaciones o temas, me los choco. Y antes de que la idea me atropelle o salga herido, la uso para trabajar», explica. «Vas a la presentación del libro Cemento y te encontrás con Wallas, Piltrafa y la acumulación de historias, de rock underground, los 90, todo lo que ves o atravesás puede aparecer en las tiras».
En cuanto a lo grotesco y escatológico, irrefrenable en sus cuadritos, dice que se debe a un intento de «darle vida a algo que no la tiene». Y agrega: «Que un personaje coja, cague, escupa o coma, es algo que todos hacemos en mayor o menor medida». En última instancia, reconoce, se limita a dibujar algo que lo divierta. «Arriesgando una respuesta, tiene que ver con lo infantil, con seguir jugando con la mierda, con lo prohibido, pero a los 42 años», agrega.
Lo «prohibido» es todo un tema para tratar con Sala, que suele moverse más allá de los márgenes de lo que muchos consideran reprobable y hasta censurable. «Los límites no existen en sí mismos, hablar de los límites del humor es como hablar de los límites de la música o de la comida: los hay según el talento, ideas o decisiones», considera. «Hay tipos interesados en dar un mensaje familiar y otros que se van para otro lado, luego el editor pondrá límites y habrá lectores que se escandalizan o se ofendan más o menos», completa.
«Yo tengo completa libertad dentro de un cuadrito, en el papel», afirma. La cuestión de fondo, advierte, pasa por el exceso de corrección política imperante: «Se está revisando el humor de los 80 y 90, el machismo, me parece saludable que todo se discuta y aparezcan nuevas miradas, pero también me parece necesario hacer humor con eso».
—Andrés Valenzuela