23 de diciembre de 2015
De la mano de las nuevas generaciones y de referentes como Micaela Chauque y Nora Benaglia, los ritmos de la Puna jujeña entran en sintonía con bandas emblemáticas.
Cuando se hace alusión a la Quebrada de Humahuaca, hay dos íconos que vienen inmediatamente a la mente: el cerro de los Siete Colores, en Purmamarca, y la musicalidad y el colorido del carnavalito. Los sonidos del charango y la quena, marca indeleble de la sonoridad quebradeña junto con el erkencho, el sikus y la caja, son la energía misma de los ritmos andinos, que han ido fusionándose con otros géneros e instrumentos a partir de las inquietudes de las nuevas generaciones. Uno de los primeros en compartir esos sonidos fue Jaime Torres con su charango. Aunque nació en Tucumán –hijo de padre boliviano y madre chilena– su trabajo de difusión lo ha convertido en un referente de los ritmos de la Puna. Creador del Tantanakuy, uno de los encuentros musicales más importantes de la región desde 1982, el charanguista no solo reivindica las expresiones andinas, sino que promueve un intercambio con músicos, cineastas y antropólogos de distintas partes del mundo.
Aquella puerta que abrió Torres 33 años atrás permitió el desembarco de Soda Stereo. En pleno apogeo de la banda en los 80, grabaron el video de «Cuando pase el temblor» en el Pucará de Tilcara y en el cementerio de esa ciudad, el mismo al que se refiere León Gieco en «Los salieris de Charly».
Gustavo Ceratti explicó años más tarde a la revista Rolling Stone que la canción está «inspirada en paisajes del noroeste argentino que conocía de chico. Es un poco una fusión, no forzada, de una especie de reggae con un aire de carnavalito». Y detalló que «la batería está tocada de modo tal que suena como un bombo y una caja, la guitarra como un charango, el teclado como siku y la pandereta como chajcha». Este último instrumento es un manojo de uñas de llamas o cabras que suenan al sacudirlas.
En ese momento, Soda Stereo no contó con la colaboración de músicos de la Quebrada para la grabación pero fue todo un hito. Aquella canción mostró, por primera vez, a una banda de rock con un look punk y ropa de seda inmersos entre llamas, cactus y contrastando sonidos andinos sin perder su identidad primaria.
Hubo que esperar más de una década para que el rock y la música de la Quebrada se volvieran a juntar. En agosto de 2000, Divididos dio su primer recital en el Pucará de Tilcara. Envueltos en el viento de la Puna reunieron a distintas figuras de la región como Fortunato Ramos (erke), Tukuta Gordillo (bombo), las Hermanas Cari (copleras), el Grupo Chakra (aerófonos) y, por supuesto, a Jaime Torres. Ese día Mollo cantó «Guanuqueando», del humahuaqueño Ricardo Vilca. Y así nació el idilio entre la «Aplanadora del rock» y la música de la Quebrada.
Tiempo más tarde, fue Pity Álvarez con su banda Intoxicados el que desensilló el caballo en la Quebrada. Con un diseño de tapa donde se muestra el colorido paisaje jujeño junto con un obelisco, el rocker de Lugano abre el disco Otro día en el planeta Tierra con el tema «Niña de Tilcara» y tiene su propio video grabado en el Pucará.
Puentes
Diez años después de aquel primer recital, Mollo recorría Tilcara y se topó con los instrumentos de la luthier y música Micaela Chauque: la única mujer autorizada para tocar la quena. Bastó que escuchara uno de sus discos para que la invitara a sumarse a la gira nacional que quedó registrada en el DVD Audio y Agua, junto al grupo Los amigos de Ricardo Vilca (fallecido en 2007).
A partir de entonces, los oídos se detuvieron en las composiciones de Chauque y músicos de distintos géneros la integraron a sus respectivas obras: Hugo Bistofi, extecladista de Rata Blanca; Walter Meza, cantante de la banda de heavy metal Horcas; y el grupo de música electrónica Tremor, entre otros.
«La música de la Quebrada va en constante evolución, no solo buscada por los músicos más curiosos sino por reacciones o necesidades de la sociedad quebradeña», cuenta orgullosa Micaela Chauque. «Por ejemplo, desde hace 15 años se ha desarrollado un auge por las bandas de sikuris de mujeres, que antiguamente solo eran masculinas. Ahora hay 5 bandas de sikuris femeninas, de 30 a 40 integrantes cada una. Y la música popular de raíz se enseña en las escuelas, ya que hemos creado la primera tecnicatura en música folclórica», completa. Aportando también lo suyo en este momento de apertura está la cantautora Nora Benaglia. Tilcareña por adopción, con cuatro discos editados y mayoría de canciones propias, Benaglia ha compartido escenario con Rosario Bléfari, Tomi Lebrero y Ezequiel Borra. Sus melodías cargan con un aire de la Quebrada. Pero además de desarrollar su carrera, Benaglia también les enseña a tocar distintos instrumentos a los changuitos que integran la Orquesta Infanto Juvenil de Maimará. Para ella, los cambios en la música quebradeña comenzaron cuando «nos preguntamos qué queremos decir y no solo ofrecer “El cóndor pasa” que pide el turista. Hay que asumir riesgos y construir red entre nosotros, así nos fortalecemos todos y suena más heterogénea la sumatoria de cosas. Guardar alguito de lo ritual antiguo, impregnado en el sonido de este aquí y ahora», propone. Chauque, que este año hizo su primera gira por Europa, hace hincapié en el aporte de las nuevas generaciones, aquellos que «con sus creaciones buscan sentirse dueños de su cultura cantando unas coplas, tocando sikus y quenas en grupos musicales, sean del folclore u otro género como el rock».
Con una identidad milenaria, la música del norte profundo se deja llevar por los vientos de renovación. Los avances tecnológicos hicieron que otras músicas fueran a la montaña: a nutrirse de ella y, también, a alimentarla.
—Ulises Rodríguez