18 de agosto de 2022
No solo es desigual el acceso a cargos públicos decisorios: las mujeres también enfrentan la violencia mediática y los estereotipos de género.
Congreso. Jura de Cecilia Moreau, primera presidenta mujer de la Cámara de Diputados.
Foto: NA
Luego de 158 años en los que la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación estuvo ejercida por varones, hoy una mujer detenta por primera vez ese cargo. «Cuando Cecilia se siente ahí con el voto de la mayoría, vamos a tener un Poder Legislativo femenino… Cecilia, vas a estar en los libros de Historia como la primera mujer que presidió la Cámara de Diputados de la Nación», expresó la legisladora Graciela Camaño en la sesión del último 2 de agosto que trató la renuncia de Sergio Massa a este cargo y la designación en su reemplazo de la diputada Cecilia Moreau.
En su discurso, Camaño habló de la necesidad de que no se restrinja el acceso de las mujeres a estas funciones relevantes para que haya verdadera paridad en la participación. «Soy consciente de que tengo una responsabilidad adicional por ser mujer, pero no voy a gobernar esta Cámara por mis hormonas, sino con mi cabeza, con mi corazón militante y con mis convicciones políticas», aseguró por su parte Moreau.
En una época marcada por el avance de la lucha y la conquista de derechos por parte de las mujeres, aún se evidencia una profunda inequidad en el acceso a los espacios de poder. Si bien en las Legislaturas –gracias a las leyes de cupo y de paridad– la situación es más equitativa, no sucede lo mismo con los cargos más altos del Poder Ejecutivo Nacional. La foto es de una contundencia rotunda: de los 20 ministerios, solo dos están encabezados por mujeres.
Pero además de este desequilibrio, las mujeres que deciden participar activamente en política en muchas ocasiones son, por un lado, destinatarias de un hostigamiento por parte de los medios y las redes sociales con discursos de odio relacionados con aspectos de la vida privada, físicos o estéticos; por otro, cuando logran ocupar los puestos de máxima autoridad y lo hacen en coyunturas adversas, existe cierta tendencia a vincularlas con una mayor capacidad de gestión a partir de atributos estereotipados como la empatía.
Sobre el ataque y la frivolización de la presencia de mujeres en la esfera pública, Ximena Cardoso Ramírez, politóloga e integrante del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), asegura que son una consecuencia de los roles de género planteados por el patriarcado. Esa división sexual del trabajo estableció que las mujeres estaban destinadas al ámbito doméstico para la reproducción, la crianza y el cuidado, y los varones para lo público, lo político, el debate y la producción. «Cuando las mujeres empiezan a romper con esa división taxativa, entran en el debate público y en la lucha del poder, se genera del otro lado un rechazo y por eso está todo el tiempo ese cuestionamiento a su idoneidad».
Abundan los ejemplos de violencia por razón de género contra referentes sociales, formadoras de opinión, militantes de partidos políticos, candidatas, representantes electas y funcionarias designadas. Luego de las elecciones de 2019, las organizaciones que integran el Foro Violencia Política Contra las Mujeres y Disidencias presentaron un informe que detalló que, de los mensajes identificados como expresiones discriminatorias hacia las candidatas, el 56% aludían al cuerpo y la sexualidad, el 30% menospreciaban sus capacidades y el 13% hacían referencia a roles y mandatos de género. Ofelia Fernández, la legisladora más joven de la Ciudad de Buenos Aires, muy afectada por lo que se decía de ella y cómo se la exponía, debió cerrar transitoriamente su cuenta de Twitter. Fuera de las fronteras de nuestro país, la situación no es muy distinta. El año pasado, Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, desistió de utilizar la misma red, donde contaba con más de un millón de seguidores, porque consideró que se había convertido en un lodazal sin lugar para el diálogo.
En este sentido, el Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará, MESECVI, expresa que: «Los juicios continuos contra las mujeres en los medios de comunicación –principales perpetradores de la violencia simbólica que, basada en prejuicios y estereotipos, socavan la imagen de las mujeres como líderes políticas eficaces– y los mensajes violentos y amenazas que reciben muchas mujeres que ocupan cargos públicos a través de las redes sociales constituyen solo algunos de los terribles actos de violencia que enfrentan las mujeres, por el hecho de serlo, en el ejercicio de sus derechos políticos».
Un rosario de ataques
Desde la Defensoría del Público se busca visibilizar que el costo de la participación política no puede ser la dignidad, ya que este tipo de violencia desestabiliza, intimida, silencia y tiene un alto impacto en las personas que la sufren. Su titular, Miriam Lewin, explica que cuando las mujeres y diversidades intentan participar con opiniones o políticamente en el ámbito público, generalmente son atacadas echando mano a características físicas, de identidad de género, sus capacidades de maternar, su sexualidad, sus presuntos consumos problemáticos o problemas de salud mental. «El rosario de ataques que recibimos las mujeres, principalmente en Twitter –que para mí es la red más tóxica–, es notorio y no es privativo de la ultraderecha sino de todos los sectores, donde se hacen comentarios como “borracha”, “mal atendida”, “gorda”, “voz de pito”, “¿cómo te aguanta tu marido?, con razón te dejó”, “lacra”. Y la verdad es que todas estamos dispuestas a debatir cuando nos confrontan con ideas o argumentos, pero no cuando es con insultos o cosas que tienen que ver con nuestra vida privada para degradarnos, para humillarnos», afirma Lewin.
En cuanto a la idea de una mayor efectividad en la gestión de crisis, Cardoso Ramírez explica que este concepto parte de un esencialismo que les otorga a las mujeres ciertas características específicas. Algunas especialistas de la economía feminista sostienen al respecto que lo que sucede es que los varones ceden cuotas de poder en contextos adversos porque, como tienen más oportunidades, evalúan los riesgos para no quemar su reputación. «Más allá de si somos mejores resolviendo situaciones conflictivas, el punto para nosotras es que en realidad la democracia se mejora cuando mayor cantidad de voces diversas hay en la discusión, cuando se tienen en cuenta realmente y no como algo figurativo porque las mujeres aportan opiniones distintas a las que se suelen repetir cuando se habla de soluciones políticas o de la agenda legislativa en espacios muy masculinizados».
Para que en los organismos de toma de decisión se pueda representar de manera sustantiva y real cómo está conformada la sociedad, desde ELA también hacen hincapié en la necesidad de la inclusión de todas las diversidades, del colectivo LGBTI, las personas con discapacidad, indígenas, migrantes y afrodescendientes.
De su extensa trayectoria como periodista, Lewin recuerda alguna vez haber descrito cómo estaba vestida, maquillada o peinada una candidata. «Precisamente porque vivimos en una sociedad machista, estamos acostumbrados y acostumbradas a que en una entrevista a una mujer de la política se le hagan preguntas del estilo “Si llega a ser electa, ¿cómo va a compatibilizar su rol de mamá con la función pública?”, o “¡Qué linda está gobernadora, está más delgada! ¿Está de novia?”. Y a un varón jamás le harían preguntas semejantes. Esto está naturalizado como prácticas del pasado que ya son anacrónicas porque las mujeres valemos por las propuestas que tenemos, por nuestro trabajo. Creo que esto forma parte de la transformación cultural que estamos transitando», concluye Lewin.