9 de octubre de 2013
Dentro de unos días tendremos un nuevo acto eleccionario y como esta es una columna de servicio, vayan aquí algunos consejos útiles para el votante.
Es muy común que durante la campaña los candidatos que estuvieron o están en la gestión de gobierno presenten testimonios de las cosas que han hecho. Algunos deben tener cuidado de que lo que han hecho, no sea hoy considerado un desastre. Pero si bien es cierto que hechos –igual que los goles– son amores, lo real es que la mayoría de los candidatos, sobre todo si no están en ningún cargo importante que los obligue a algo, son muy propensos a las promesas. Estas promesas, técnicamente, se denominan «promesas de campaña» y en cualquier diccionario verán que se diferencian de las «promesas en serio».
La clave para que el candidato-promesante pueda sembrar a diestra y siniestra «promesas electorales» que resulten efectivas en el electorado, es que el ciudadano que las escucha, escuche lo que desea escuchar. Promesas del tipo de que todo el mundo tendrá, no una, sino dos casas, una en el centro y otra en el country, dos coches, subvención para vivir trabajando poco, siempre y cuando que no llueva, y además juramento de que se llevará la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos sin grasas trans, suelen caer muy bien en el futuro votante. Puestos a asegurar un futuro promisorio pueden prometer que en vez de granizo caerán pepitas de oro, así el coche destrozado será un recuerdo feliz; que se plantarán árboles importados del FMI de donde brotarán billetes de 100 dólares; que el Quini y el Loto publicarán un día antes los números ganadores; que ningún equipo de fútbol podrá ir a la B, ni siquiera los que están actualmente en la B… y otras cosas tan bonitas como estas. También puede que prometan que van a cambiar todo sin aclarar que quiere decir «cambiar» y mucho menos que es «todo».
Pues bien, el votante debe saber que estas «promesas electorales» son válidas únicamente durante la campaña y que no comprometen a los que las efectuaron a seguir pensando lo mismo, y mucho menos a intentar hacer algo –ni alguito– para cumplirlas.
Esto para los que pierden no ofrece dificultades, pero esta actitud también vale para los ganadores en los distintos distritos, a los que tampoco se les podrá exigir que cumplan lo prometido. Las «promesas electorales» no son de cumplimiento obligatorio, ni optativo, ni nada. Son solamente para que los voten. Como dice el gaucho: «Prometer hasta meter, luego de metido, nada prometido».
Quedan ustedes avisados. De nada.
—Santiago Varela