25 de septiembre de 2022
El filósofo y asesor presidencial reflexiona sobre la gestión de Alberto Fernández, el atentado a la vicepresidenta, el lawfare y el rol del poder judicial.
Sin prisa pero sin pausa, el entusiasmo habla por él y sus respuestas proponen diálogo. Su honestidad intelectual hace que sus pasiones e identificaciones políticas no lo enceguezcan ni le impidan una mirada crítica y aguda de los tiempos que corren. Ricardo Forster es doctor en Filosofía, docente, investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA), escritor y parte del Consejo de Asesores del presidente Alberto Fernández.
Es autor, entre otros libros, de El litigio por la democracia (2011), Huellas que regresan (2018), La sociedad invernadero (2019), El derrumbe del Palacio de Cristal (2020) y Por el desfiladero de la cultura y la barbarie. En torno a lo judío (Akal, 2022).
–¿Cuál es su lectura del proceso judicial contra la vicepresidenta Cristina Fernández y qué consecuencias cree que acarreará?
–Es claro que forma parte de una tremenda ofensiva de la derecha mediática, judicial y política que conjuntamente arremeten contra quien representa la tradición más potente de políticas populares, de igualdad, de nuestro país. Esto tiene que ver también con un condicionamiento de la democracia y con convertir al sistema político y al estado de derecho en un pellejo vacío. En otras épocas infaustas de la historia argentina se utilizaban los recursos de los golpes militares. En las últimas décadas, bajo dominio neoliberal y en la medida de que ha quedado fuera de agenda –por lo menos en nuestro país– el golpismo militar, lo que aparece es precisamente esta estrategia que se llama del lawfare, a través de la cual se descalifica y se acusa de todo tipo de actos de corrupción –generalmente no probados, por supuesto– a los líderes populares, como Lula, Correa, obviamente Cristina Fernández de Kirchner. Acá estamos frente a una ofensiva de la derecha política que busca proscribir a la figura central de la vida política popular argentina, pero también condicionar históricamente lo que es el funcionamiento de las instituciones democráticas. Lo que no hay, y esto es claro también, es una división de poderes. El poder judicial se ha colocado por encima de los otros dos poderes, el ejecutivo y el legislativo.
«Hay una arremetida contra quien representa la tradición más potente de políticas populares, de igualdad, de nuestro país, que es Cristina.»
–Como parte del Consejo de Asesores del presidente Alberto Fernández, ¿qué análisis hace de la coyuntura argentina?
–Siempre pensé que la decisión de Cristina, esa decisión estratégica que fue tan aplaudida, era brillante; pero que, al mismo tiempo, era un experimento rarísimo y de difícil pronóstico. No había antecedentes de que quien tiene todo el volumen político, el carisma, el liderazgo, tome una decisión de colocar en primer lugar –en un país presidencialista además– a alguien con el que estuvo distanciado durante casi una década. Por otro lado, me parece que es muy difícil hacer historia contrafáctica. La pandemia es un antes y un después. A eso agreguemos parálisis económica, caída brutal del PIB, desestructuración del tejido económico-social, a lo que hay que sumar, como es obvio, la brutal herencia del macrismo.
–¿Qué situaciones o decisiones considera bisagras para el Gobierno?
–Hay dos golpes simbólicos fuertes para Alberto. El primero es Vicentin; el otro, la foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez, que le hizo mucho daño, porque se sintió profundamente amargado por algo que no tenía que haber sucedido y por el inmenso costo que le hicieron pagar. Está claro que hoy, en una sociedad como la nuestra, cualquier error, por mínimo que sea, del campo popular, es convertido en el horror de los horrores. Esos dos momentos fueron cimbronazos. El segundo es muy importante porque una parte significativa de la sociedad había visto en la forma en que Alberto asumió la pandemia, una decisión valiosa. También es inédito que las disputas entre las dos personalidades claves del Gobierno se den de cara a la sociedad. A mí siempre me sorprendió la primera carta de Cristina.
–¿Qué le sorprendió, puntualmente?
–La primera carta que hizo pública Cristina fue en un día muy particular, el 27 de octubre de 2020, en el 10º aniversario de la muerte de Néstor. Haber elegido esa fecha para iniciar una carta con «aquellos funcionarios que no funcionan» y terminar con los dos problemas centrales de la Argentina, el bimonetarismo y la restricción externa… Entonces yo leía eso y pensaba que Cristina eligió a Alberto por varios motivos: para garantizar la construcción del Frente de Todos, porque la decisión de que fuera Alberto candidato a presidente iba a terminar cerrando la llegada del Frente Renovador y eso iba a abrir la chance real de poder traer esa parte del electorado que se necesitaba para ganar las elecciones, pero también porque Alberto era alguien que podía encarar la nueva etapa de la Argentina de un modo que ella creía que no podía hacerlo por sus características y por lo que había que enfrentar, entre otras cosas, la deuda con los acreedores privados y la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Quizás uno de los problemas de origen fue no haber explicitado cuáles deberían haber sido las condiciones del acuerdo con el FMI. Y después, el acuerdo al que se llegó expresó la profunda discrepancia que habitaba al FdT. Pero me parece que el gran problema fue que los dos perdieron la confianza entre ellos y en la ruptura de la confianza está uno de los puntos nodales de todo lo que viene sucediendo después.
«Nunca hubo tal cantidad de inversión pública para sostener la vida de los más desprotegidos de la sociedad como durante la presidencia de Alberto.»
–¿Cuáles son, a su entender, los principales logros y las principales debilidades de la gestión?
–Debería haber sido una gestión con una presencia mucho más activa sobre cada uno de los espacios por parte de Alberto. También creo que al Gobierno le faltó tomar riesgo. Pero nadie recuerda que durante la presidencia de Alberto se votó la Ley de Interrupción del Embarazo o que nunca hubo tanta cantidad de inversión pública para sostener la vida de los más desprotegidos de la sociedad argentina.
–Dijo hace poco que hay que «tomar el toro por las astas». ¿A qué se refería?
–Hoy la decisión está clara. Se busca frenar el impacto inflacionario. Creo que no hay equilibrio económico si al mismo tiempo no se construye una política de reconstrucción también del salario frente a la brutalidad del aumento del costo de vida. A mí me sorprende Sergio Massa asumiendo como una especie de ministro plenipotenciario de Economía y que todo ese debate concluya con este tipo de alternativa. Ojalá que le vaya bien, pero tampoco somos ingenuos. No me parece que Massa esté a la izquierda de Martín Guzmán. Más bien, creo que no. Mi percepción es que el tiempo de Massa no es mi tiempo. Ahora Massa aceptó ser parte del Frente de Todos. Yo no creo que las personas no cambien. Eso no quiere decir que no haya continuidades en la vida de una persona. ¿Massa es el mismo de 2013? ¿El mismo de 2009 cuando se fue de la jefatura de Gabinete enemistado, sobre todo, con Néstor Kirchner? ¿Es el mismo de 2015? Y quizás no sea estrictamente el mismo después de cuatro años de macrismo y después de estos años del Frente de Todos. Ojalá que no sea exactamente el mismo porque si es el mismo vamos a estar en problemas.
–Además de la política, otras de sus pasiones son la filosofía y la investigación. Su libro más reciente, Por el desfiladero de la cultura y la barbarie. En torno a lo judío, es una recopilación con reescritura de una parte de los ensayos que fue escribiendo desde finales de la década del 80. ¿Cuál es el lugar de la memoria y la identidad en ese camino?
–El libro se titula así porque precisamente lo judío ocupó el lugar en el que se cruzó la potencia creadora que tuvo una incidencia fenomenal sobre la cultura occidental, pero también la persecución, la violencia, la destrucción que implicó el holocausto, durante los años del nazismo. Aborda el lugar del judío entre el siglo XIX y particularmente en el siglo XX, en los grandes procesos de transformación social, en las utopías revolucionarias; y, además, la peculiaridad de una tradición judeo-argentina muy vinculada generacionalmente que vivió la intensidad de la política de los años 70, sobre todo. La obra abarca mi formación política y filosófica, lo que un joven en los años 70 pensaba del mundo, que a su vez tiene que ver con la vida judía en la Argentina. Es como un viaje; un viaje que se vincula con un tema que recorre el libro: la relación entre judaísmo y memoria. Para mí la memoria es un punto clave para pensar críticamente el presente.
–¿Cuánto de esa memoria está impregnada de nostalgia y dolor?
–Está buena la pregunta porque yo siempre me sentí a gusto con mi identidad judía, una identidad que no es cerrada, sino que es abierta, compleja, contradictoria, múltiple. Siempre me interesó el judaísmo ligado con lo libertario, con lo utópico, con la experimentación también. Siempre sentí que lo judío me acompañaba en mis indagaciones sobre la filosofía alemana o la política.
«La idea de un magnicidio estaba fuera de registro de la mayoría de los actores de la vida política, social y hasta mediática de Argentina.»
Violencia extrema
El intento de magnicidio a la vicepresidenta Cristina Fernández es «un antes y un después, un parteaguas en la historia contemporánea argentina, lo que no quiere decir que previamente no hubiera habido momentos de violencia extrema incluso a lo largo de las cuatro décadas de democracia recuperada», asegura Forster. No obstante, agrega, que «la idea de un magnicidio estaba fuera de registro y de la imaginación de la mayoría de los actores de la vida política, social, económica y hasta mediática de la Argentina. Sin embargo, a lo largo de los últimos años y ya no solo de los últimos días o semanas, hemos visto cómo una estrategia persistente se dirigió a demonizar y a criminalizar la figura de Cristina Fernández de Kirchner; una violencia retórica de todo tipo que buscó construir sentido común, que fue generando las condiciones para que una parte de esta sociedad proyectara sobre Cristina odio y resentimiento». Frente a lo sucedido, Forster destaca «la respuesta popular el viernes siguiente al intento de asesinato de Cristina cuando en muchísimas ciudades del país y con epicentro en Plaza de Mayo se movilizaron centenares de miles y miles de argentinos y argentinas que sellaron su solidaridad con Cristina y que también, y por sobre todas las cosas, exigieron la defensa irrestricta de la democracia como el único ámbito posible en el que seguir construyendo una vida en sociedad».