13 de octubre de 2022
Con 23 Grand Slams, Williams fue una de las más ganadoras de la historia. La revolución del juego, los derechos de las mujeres y el vacío que deja.
Un símbolo. La ex número uno del mundo se retiró ovacionada en el Abierto de EE.UU., torneo en el que consiguió impactantes triunfos a lo largo de su carrera.
Foto: Sipkin/AFP/Dachary
Serena Williams cambió la historia del tenis. Marcó un antes y un después. Quedó, con 73 títulos individuales, dentro de cuatro décadas en el circuito femenino de la WTA, como la tenista más ganadora de Grand Slam en la era profesional iniciada en 1968, hombres incluidos. Cerró su carrera en el último Abierto de Estados Unidos (US Open), a los 40 años, para «evolucionar lejos del tenis», como aclaró, con 23 Grand Slam, a uno del récord de la australiana Margaret Court. Su dominio –319 semanas como la número uno del mundo– le permitió reescribir hasta los manuales de tenis, porque Serena revolucionó el juego con números que impactan: 858 victorias y apenas 155 derrotas durante un período de 27 años (1995-2022). «Creo que realmente aporté algo, y aporto, al tenis», dijo en sus últimas palabras como profesional, en el US Open. La indumentaria distinta, el festejo con el puño, la intensidad frenética. «Pasión es la palabra adecuada. Seguir adelante a través de los altibajos. Podría decir más. Pero, honestamente, estoy muy agradecida. Soy Serena».
El repaso por la trayectoria de Serena podría continuar con los 14 Grand Slam en dobles con su hermana Venus, con sus cuatro medallas de oro olímpicas. Pero es acaso la más grande de todos los tiempos porque, dentro de los courts, transformó al tenis femenino en un juego más físico y más potente. Siempre compitió como si negase la existencia de la derrota. Mariana Díaz Oliva es una de las seis argentinas que enfrentó a la menor de las Williams, en la segunda ronda de Roland Garros 1999. Triunfo 6-3 y 6-4 de Serena. «Cuando empezamos a pelotear, tiraba pelotazos fuertísimos, no me dejaba entrar en ritmo, me quería intimidar. Después, el partido fue parejo. En un momento terminamos en la red y al ganar un punto lo grité. Ahí me miró con una cara de odio… Después, en los cambios de lado, yo temblaba», recuerda Díaz Oliva, hoy comentarista en ESPN, y puntualiza: «Cambió el tenis, dejó de ser solo vistoso, lo subió un escalón: nadie sacaba tan fuerte, nadie llegaba a la carrera y tiraba con tanta velocidad, nadie devolvía la pelota con tanta potencia. Hoy, tras Serena, casi todas las tenistas son atletas. Y siempre luchó por los derechos de las mujeres, por la igualdad económica y de exposición».
Otros impactos
El partido del adiós de Serena Williams promedió los 7 millones de televidentes en Estados Unidos, récord de audiencia en la historia del US Open. No solo la vieron los amantes del tenis. Serena simbolizó el poder negro en el «deporte blanco». Es su otro legado, el de afuera de la cancha. Madre de Olympia, diseñadora de moda, activista por los derechos afroamericanos, empresaria, presentadora de TV y actriz, es una de las dos mujeres entre los 50 deportistas más ricos del mundo según Forbes, con 255 millones de dólares (menos de la mitad, 95 millones, por los títulos en el tenis). Serena inspiró a miles. Coco Gauff, 18 años, N° 8 en el ranking, finalista del último Roland Garros, dijo que juega porque vio «a alguien como yo que dominaba el tenis». «Al ser un deporte predominantemente blanco, ayudó mucho –agregó Gauff–. Me hizo creer». Hasta una editorial de The Economist analizó su efecto: «El tenis, durante tanto tiempo un deporte serio practicado por tipos elegantes de clubes de campo, ahora es mucho más diverso gracias a Serena».
Lo que vendrá en el circuito femenino después de Serena Williams es un campo a explorar. En 2022, la australiana Ashleigh Barty ganó el Abierto de Australia. La kazaka Yelena Rybákina se quedó con Wimbledon. Y la polaca Iga Świątek se apoderó de Roland Garros y del US Open: es la N° 1 de la WTA y duplica en puntos a la segunda, la tunecina Ons Jabeur. Pero no hay un relevo de impacto a la altura de Serena. Barty ya no juega: anunció su retiro en marzo, a los 25 años –en ese entonces como N° 1 del mundo–, espantada por la rutina agotadora del tenis. La polaca Świątek (21 años) no cumple con las expectativas mediáticas y su juego rocoso no enamora. «La WTA no logra dar con la tenista que pueda suavizar la transición –escribió Alejandro Ciriza, periodista especializado en tenis, en El País–. La japonesa Naomi Osaka era la gran señalada. Sin embargo, a los 24 años entró en un túnel mental del que no consigue escapar». Osaka ya fue N° 1 y suma cuatro Grand Slam. En el US Open, igual, cayó en primera ronda.
Serena Williams dominó el tenis, es cierto, pero también lo adelantó, lo excedió, con y sin una raqueta en las manos, lo que la coloca como una leyenda del deporte. Si le criticaban la ropa colorida, le agregaba brillos y perlas (llegó a jugar en tutú de bailarina). Si le cuestionaban las trenzas en el pelo, subía la extravagancia del look. Si escuchaba que su cuerpo era «demasiado masculino», trabajaba aún más la musculatura de sus piernas. Cuando ganó Wimbledon 2002, se llevó el 7% menos que el campeón masculino: hoy las mujeres ganan los mismos premios que los hombres en los Grand Slam. Nadie duró tanto en el tenis femenino, plagado de prodigios precoces: dos días antes de su adiós, Serena le ganó a la N° 2. Siempre con su carácter, forjado en el ghetto de Compton, California. «Amo estar ahí para la gente y apoyar a las mujeres: ser la voz de millones que no tienen una –dijo ella–. Quiero ser recordada como una luchadora».