26 de febrero de 2015
Tarde de verano. Y en medio de la tarde, se escucha una voz juvenil. Ansiosa, tal vez, no necesariamente angustiada, pero sí siempre interrogante.
–¿Pa, vos sos un agente secreto?
–Pero no, Boni, ¿por qué se te ocurre una cosa así? ¿Acaso te parezco un agente secreto?
–Ay, pa, no seas antiguo que me confundís más todavía. ¿Cómo me preguntás eso? Si vos «parecieras» un agente secreto yo no te lo preguntaría, porque entonces sabría que no «sos» un agente secreto. Justamente, si son secretos, eso quiere decir que nadie se tiene que dar cuenta, ¿no?
–Ah, entonces, porque no parezco un agente secreto, ¿pensás que puedo serlo?
–Yo no, pa, yo no pienso nada, eso es antiguo, yo chateo, tuiteo, feisbuqueo, gugleo, que son las formas de pensar actuales.
–No, Boni, en la actualidad también hay mucha gente que piensa, y también chatea, y todo eso.
–Debe ser que lo hacen en secreto, pa.
–¿Y eso por qué?
–No sé, pa, pero vos me explicaste una vez que «pensar» tiene que ver con la inteligencia, y yo leí que los agentes secretos hacen «inteligencia», o sea, que piensan. Así que si vos pensás, sos un agente secreto.
–No, Boni, yo pienso, y sé que no soy agente secreto.
–¡Anda a saber! La tecnología avanzó tanto que capaz que sos un agente secreto, pero tan secreto que ni vos mismo sabés que lo sos. ¡Por ahí tenés una camarita insertada en una oreja, o en el codo, o en los glúteos, que registra todo y después le hace llegar la información a quien corresponda.
–Boni, no te rayes con cosas que no son. Además ¿qué información podría registrar yo? ¡No estoy en lugares donde ocurran cosas secretas!
–¿Cómo lo sabés? ¿Sos agente secreto y sabés qué cosas son secretas y qué cosas no? Capaz que la receta de las milanesas que hace mamá tienen un componente muy buscado por todas las potencias nucleares para crear la «bomba milanesónica».
–Boni, ¡por favor!
La charla terminó ahí. Pero esa noche hubo milanesas… Y no podemos negar que el padre las miró de otra manera.
—Rudy