19 de junio de 2013
Todo está listo. Los caballos acomodados en sus gateras y los jockeys, esos diminutos hombres vestidos con chaquetillas y gorras multicolores, apretando con firmeza las riendas, fusta en mano. La señal de largada se demora por algún caballo brioso que empuja antes de tiempo la barrera de madera que lo cruza a la altura del pecho para detener su partida. El nerviosismo de los caballos contagia a los jinetes, quienes no dejan de hamacarse parándose sobre los estribos. Saben que menos de un minuto –lo que tardarán en recorrer 1.000 metros– los separa de la victoria o de la derrota. Poco tiempo para pensar, sólo resta correr. Correr para llegar primero al disco.
Esta escena se repite más de 10 veces todos los días de la semana. En ocasiones, sobre pista de arena de cava, como en el Hipódromo Argentino de Palermo; en otras, sobre pista de tierra con arena, como en el de la ciudad de La Plata. O sobre césped, como en el Hipódromo de San Isidro en el norte del conurbano bonaerense. «La pista de San Isidro es la mejor. Fijate que en la mayoría de las carreras, no hay codo o hay sólo uno, lo que la hace más segura para animales y jockeys», comenta Octavio, asiduo concurrente de San Isidro, quien se enorgullece de conocer todos los hipódromos de Argentina, «y también varios de países vecinos», agrega.
El Hipódromo de San Isidro, propiedad del Jockey Club, fue inaugurado el 8 de diciembre de 1935 y ocupa una superficie de 148 hectáreas. Su pista de césped hace las carreras más rápidas «y vistosas», señalan los autodenominados «burreros». La superficie cubierta es casi de 32.000 metros cuadrados, divididos entre una tribuna oficial, otra de profesionales, el paddock y las tribunas generales. Con capacidad para 100.000 espectadores en las 6 tribunas, el récord de asistentes se alcanzó en 1952, cuando se disputó el Gran Premio Carlos Pellegrini –el Derby por excelencia del hipódromo– al que asistieron 102.600 personas, testigos de la victoria del caballo Branding que, contra todos los pronósticos, venció a la dupla Irineo Leguisamo-Yatasto.
Pero el hipódromo más grande del país no se agota en las pistas oficiales, tribunas y paddock. El campo de entrenamiento ocupa casi 100 hectáreas, con 5 pistas y 1.800 boxes para los ejemplares locales y visitantes. En este predio funcionan también dos escuelas: una de jockeys aprendices, en la que se forman los futuros jinetes, y otra de herradores.
Cada año en San Isidro se celebran cerca de 120 reuniones hípicas. Con asistencia dispar en cada reunión, hoy las tribunas no se completan. Las casas de apuestas electrónicas acercan las carreras a los apostadores que no quieren trasladarse hasta el escenario hípico. Sin embargo, en las tribunas populares aún puede encontrarse a sus «habituales». Hombres y mujeres de mediana edad que estudian la grilla de cada carrera, susurran nombres de caballos con algún compañero, y esperan ansiosos cada señal de largada, sin importarles demasiado el sol, el viento o el frío que asuela las gradas, porque de lo que disfrutan en verdad es de toda esa escena, que dura menos de un minuto, pero que les permite soñar durante esos segundos, con un final cabeza a cabeza, con un «batacazo», que los corone ganadores.
—Texto y Fotos: Martín Acosta