23 de julio de 2013
Si hay una jornada especial para los paisanos de a caballo y tradición, ese es el día de la yerra, que se realiza durante el otoño, cuando se fueron los calores del verano y sus moscas, que podrían embichar la quemadura de la marca o las heridas de la castración. Aunque su nombre se vincula con frecuencia con grandes festivales y celebraciones, la yerra es en realidad una larga jornada de trabajo en la cual peones y productores rurales hacen uso de toda su experiencia y destreza en el manejo del ganado. Sin fecha determinada, es posible que la marcación de los animales haya comenzado a fines del siglo XIX, cuando los campos comenzaron a ser alambrados para determinar las propiedades y evitar así el cuatrerismo. El nombre yerra proviene de hierro, ya que históricamente el objeto principal de la faena era marcar el ganado nuevo con un hierro candente. En algunos lugares, en lugar de utilizar el hierro candente – y arruinar así el cuero destinado para la venta– se los marca con un corte o perforación en una oreja. De esta costumbre deriva el nombre de orejana (oreja sana) para la hacienda no marcada.
Sin embargo, desde hace ya unos años, la yerra no es una faena común en algunas regiones del campo argentino. Desde la llegada de los paquetes tecnológicos para la agricultura –maquinaria, agroquímicos y semillas– y el crecimiento de las exportaciones de commodities agrícolas, las tradicionales zonas ganaderas extensivas (el ganado pastando a demanda en grandes extensiones) han perdido terreno. Este desplazamiento de la ganadería hacia zonas menos productivas llevó a una intensificación del sector, donde se impusieron otras organizaciones, como el corral de encierre o los feedlots, donde se engorda el ganado en establos con alimento balanceado. Estos sistemas permiten controlarlos con mayor facilidad.
Pero la tradicional jornada de yerra continúa en algunos establecimientos de la región pampeana. En la localidad de Inés Indart, en el partido de Salto, al norte de la provincia de Buenos Aires, el día de marcación convoca a los peones, pero también a pequeños propietarios, que a pesar de no contar ya con ganado propio, recrean la tradición de la yerra, para no olvidar las enseñanzas que les trasmitieron padres o abuelos. La jornada comienza temprano en la mañana. Acompañados por su familia, peones y pequeños productores de otros campos se acercan al corral para marcar a los terneros. Algunos llegan a caballo. Serán quienes enlazarán el ganado montando. Otros a pie, azuzarán a los animales y serán los que, una vez enlazados, los pialarán –atarán sus patas traseras y delanteras–, mientras que otros se dedicarán a la preparación del asado que, como es ley, coronará la jornada con una achura especial, la criadilla. Es que la marcación de los animales es apenas una de las muchas tareas que tiene lugar durante el encuentro. Aprovechando la reunión del ganado, además de vacunarlos y desparasitarlos, se castran los machos destinados a engorde. Hombres y animales agotados es el resultado de la tradicional jornada. Los únicos que aún continúan intentado enlazar y montar a las crías de terneros son los chicos, continuadores de la ancestral tradición que, a su vez, transmitirán a sus hijos.
—Texto y Fotos: Diego Giudice/archivolatino