28 de mayo de 2014
Desde principios de mayo de 1969 los trabajadores de las empresas metalúrgicas de Córdoba vienen reclamando aumentos de salarios, ya que han sido perjudicados por partida doble por las políticas económicas puestas en marcha por el dictador Juan Carlos Onganía. A la devaluación, aumento de tarifas y congelamiento de salarios implementados por el plan económico de la «Revolución Argentina», Onganía suma una serie de medidas que afectan particularmente a los obreros de estas industrias: las llamadas quitas zonales –que otorgan exenciones impositivas y les permiten abonar salarios más bajos que en el resto del país a las empresas radicadas en la provincia– y la eliminación del sábado inglés. Estas medidas, más el ataque a las libertades políticas, provocan la reacción de la clase obrera, a la que se suman otros sectores sociales. No obstante, no sólo en Córdoba el clima social bulle. Semanas antes, tienen lugar movilizaciones de gran escala en varias ciudades del país. Protestas en Tucumán, Corrientes y Rosario son reprimidas por la policía y provocan la muerte de tres estudiantes. Frente al clima político, las dos confederaciones obreras –la CGT de los Argentinos y la CGT vandorista– llaman a un paro general para el 30 de mayo. En Córdoba los sucesos se precipitan y los dirigentes sindicales provinciales deciden adelantar un día el paro.
El 29 de mayo, miles de obreros abandonan sus lugares de trabajo y marchan hacia el centro de la ciudad. Desde la central de la Empresa Provincial de Energía (EPEC) –que el gobierno ha propuesto privatizar parcialmente–, marchan los empleados agrupados en el sindicato de Luz y Fuerza, con Agustín Tosco a la cabeza. En la Ciudad Universitaria, en el barrio Clínicas, se agrupan las corrientes estudiantiles. Avanzan también los obreros de las automotrices. Desde el barrio Santa Isabel parten las columnas de SMATA y UOM. Son las más numerosas, con cerca de 5.000 trabajadores. La movilización crece. A su paso, otros trabajadores se suman a las columnas.
Cuando los cientos de miles de manifestantes se acercan al centro de la ciudad, la Policía comienza a reprimirlos. Bolitas de acero y bombas caseras obligan a la montada a retroceder. Las columnas se dispersan y se reconcentran. Pero es la muerte del trabajador industrial Máximo Mena en manos de la policía lo que desencadena los sucesos más violentos. La noticia surca la ciudad. Obreros y estudiantes deciden resistir y enfrentar a la policía. La violencia crece. Las fuerzas policiales se ven desbordadas y se acuartelan. Córdoba queda en manos de sus habitantes. Llega la noche, y un apagón generalizado –provocado por los trabajadores de Luz y Fuerza– deja la ciudad a oscuras. Sólo la iluminan las fogatas en las calles y los automóviles incendiados. Durante la madrugada, el Tercer Cuerpo de Ejército toma la ciudad. Los principales dirigentes sindicales son arrestados, juzgados por tribunales militares y condenados a varios años de prisión. Poco a poco, la ciudad vuelve a la normalidad. Sin embargo, ya nada volverá a ser como antes; como antes del Cordobazo, la rebelión popular que inaugura una nueva etapa en la historia del país, signada por la violencia y la lucha popular. Llegan los años 70.
—Texto: Mirta Quiles
Fotos: Acción/Archivo General de la Nación