6 de junio de 2013
Desde que soy chico me gusta andar en bicicleta. No compito, simplemente, cuando tengo la ocasión, agarro la bici y salgo a andar. Con algunas reservas, pero debo reconocer que como usuario frecuente recibí con alivio las famosas bicisendas del señor Macri. Alivio porque, aunque sea mínimamente, uno puede sentirse seguro circulando por avenidas y calles concurridas por automóviles. Incluso, como usuario esporádico, también recibí con agrado el sistema de bicicletas públicas. Pero también debo decir que recibí con más agrado todavía la decisión de la Justicia porteña de suspender el proceso de privatización del servicio.
Es que en un país donde las bicicletas no configuran un medio de transporte masivo, los ciclistas nos sentimos un poco como intrusos, y no estoy tratando de tomármelas indiscriminadamente con los automovilistas. Sólo con los que se creen dueños de la calle. De la misma forma desapruebo conductas como las del colectivo Masa Crítica, que no sólo no respetan semáforos ni señales sino que se arrogan el derecho de cortar el tránsito y obligar a peatones y automovilistas a esperar 10 o 15 minutos a que pase un centenar de ciclistas como si fueran reyes. Me parece nefasta la actitud que tomó hace poco un taxista cuando, harto de esperar, decidió atropellar a uno o más integrantes de este movimiento «libertario». Pero también debo repudiar la conducta de uno de los integrantes de Masa Crítica que comenzó a saltar sobre el techo de un auto porque el conductor le había arruinado una de sus ruedas (eran más de 100 ciclistas) y pretendía que se la pagara en el momento.
En algún momento habrá que pensar seriamente en la convivencia entre automovilistas y ciclistas, pero atropellar a quienes van en bici o saltar sobre el techo del auto de un hombre humilde no es de ninguna manera el camino a seguir.
Juan José Armendia
Ciudad de Buenos Aires