13 de abril de 2015
A300 kilómetros de la ciudad de Santiago del Estero sobre la Ruta Provincial 2, se encuentra la zona del Salado Norte que ocupa parte de los departamentos de Alberdi, Copo y Pellegrini, donde viven aproximadamente 1.200 familias campesinas, protagonistas de históricas luchas para evitar ser expulsados de sus tierras ante el avance de la frontera del agronegocio.
Los orígenes de la lucha por la ocupación del espacio en la zona del Salado se remontan a la década del 80, cuando se conformó la Unión de Pequeños Productores del Salado Norte (Uppsan) con unas 500 familias asociadas, quienes debieron afrontar innumerables conflictos vinculados con la regulación dominial de sus tierras. «La cosa se puso fulera. Teníamos que unirnos y parar las topadoras como sea –recuerdan Juan Cuellar y su hijo, integrantes de la Asociación–. Sufrimos muchísimas amenazas de expulsión y persecuciones, pero hicimos un trabajo de resistencia enorme».
En la actualidad, y de acuerdo con datos oficiales, la agricultura familiar explica el 20% del PBI del sector agropecuario nacional; ocupa el 30,9% de hectáreas en el país y el 65% del total de la producción. Según el recién creado Registro Nacional de la Agricultura Familiar (Renaf), existen 100.000 unidades productivas, mientras en todo el país unas 500.000 familias realizan producción para autoconsumo y comercialización. «Estos pequeños productores rurales tienen organizaciones con las que se integran a una Mesa de Gestión Local que, junto con la Secretaría de Agricultura Familiar (Saf), articulan diferentes estrategias para la defensa y promoción de sus territorios», explica Lucrecia Gil Villanueva, coordinadora del equipo de la Secretaría para la Región Norte-Oeste de Santiago del Estero. «Estas organizaciones hace más de 20 años que vienen resistiendo en los contextos devastadores del neoliberalismo a nivel país, y localmente, ante el autoritarismo del régimen juarista. Podemos decir que en los 90 los unía la necesidad, y que ahora es la voluntad de fortalecerse institucionalmente, para pasar de las luchas defensivas a las luchas proactivas, consolidando sus territorios y recuperando sus producciones agrícolas», señala Gil Villanueva.
Desde hace unos meses, los técnicos de Agricultura Familiar junto con cada familia están configurando nuevas unidades productivas para obtener los títulos comunitarios. «Cada familia planteará lo que necesita para sembrar y mantener sus animales. También estamos recibiendo ayuda para construir cisternas para agua y capacitación en esta nueva etapa donde cada familia será dueña de su producción», cuenta Cuellar. Y señala que allí «ya se está acabando la esclavitud. Así era. Casi todas las familias de estos parajes eran trabajadores golondrinas, iban a la zafra y a cosechas de aceitunas y limón. Ahora van los más jóvenes y si es buena la paga, si no, se quedan en sus chacras tratando de aumentar sus majaditas para que no sean animales solo para “el gasto” y tengan algunos excedentes para vender; y así recuperar el orgullo de trabajar para uno mismo».
—Texto y fotos: Bibiana Fulchieri