24 de noviembre de 2022
Elvio E. Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 1947) tiene una amplia y reconocida trayectoria en el periodismo cultural a partir de la dirección de la revista El lagrimal trifurca (Rosario, 1968-1976). En 2022 reunió su obra poética en Tengo ganas de risas raquel y publicó la novela Un error de Ludueña.
Un efecto secundario inesperado de la Última Guerra fue la desaparición absoluta de los comics, o historietas. El modo en que se fundieron en el ardiente infierno de las bombas de calor casi todos los grandes edificios, las grandes avenidas, las grandes plazas, o incluso los enormes complejos militares, liquidó al mismo tiempo la serie de condicionamientos reales, imaginarios o filosóficos de un modo de producción tan complejo como el de las historietas. En particular por la eliminación de casi el 70% de la población mundial.
En las guerras anteriores, en cambio, que siempre se veían seguidas por postguerras lujuriosas, desbordantes de fluidez económica y enérgico consumo, las historietas quedaban no solo consolidadas en sus tirajes alcanzados en la guerra (donde los soldados leían sobre todo historietas), sino que los superaban con holgura.
En esas posguerras los consumidores principales eran los niños y adolescentes. El gran peligro de las grandes postguerras (por su tamaño desmesurado) era, después de la excitación y el horror de las batallas, el brusco aburrimiento. La chatura insondable en que habría terminado la vida cotidiana y callejera de las grandes ciudades, se vio matizada, mejorada, incluso cambiada por la existencia de la historieta. Autores importantes, literarios, de zonas como el Río de la Plata, por nombrar solo a dos, el argentino César Aira (influido en la infancia por Superman), y el uruguayo Mario Levrero (influido por La pequeña Lulú y La zorra y el cuervo) reconocían en ella buena parte del origen de sus imaginaciones desbordantes.
La Última Guerra, al ser tan mortífera, eliminó gran parte de las cadenas humanas de montaje necesarias para las historietas. No solo guionistas o dibujantes murieron, sino también bosquejadores, entintadores y coloristas (sobre todo mujeres). Eso, unido a la destrucción de casi todas las grandes imprentas digitales del planeta, hizo que la producción se redujera casi a cero.
El descenso de la población mundial a alrededor de 200 millones en total, produjo un fenómeno inusitado: la Gran Marea de Suicidios infantiles y adolescentes. En ese sentido se puede citar como ejemplo la corta vida de Joe Pass, niño de Miami, una de las ciudades menos castigadas por la guerra (a tal punto que seguían viviendo allí unas 500.000 personas). Joe Pass era el único hijo de John Pass (muerto en Filadelfia por una bomba de calor al comienzo de las hostilidades) y Mary Rudolph Pass (que sufrió el mismo destino). En ese momento Joe tenía dos años. Por suerte había sobrevivido su tía Dorothy, que se lo llevó a vivir con ella en Chicago (al revés que Miami, una ciudad casi totalmente destruida por la guerra).
En principio Joe era un niño equilibrado, tranquilo. Incluso con una cierta cuota de imaginación: había elaborado un relato mítico interno que explicaba la guerra como la invasión de una masa voladora de entidades extraterrestres. Pero ya al cumplir seis años, mientras asistía al inicio de la educación primaria, su imaginación se fue retirando, como el agua en marea baja.
Quienes lo trataron en la etapa final (de los 10 a los 14 años) lo recordaban sentado o parado, con los ojos muy abiertos, como mirando nada. Efecto que reforzaba con su respuesta a la pregunta “¿En qué estás pensando, Joe?”: “En nada. Nada”. Era su palabra favorita, sobre todo después de los 11 años. A las preguntas: “¿Qué querés comer, Joe?”, o “¿En qué estás pensando?”, contestaba: “En nada. Nada”.
Hay que subrayar que también el cine más comercial de Hollywood había sido barrido por la violencia bélica masiva. No solo en lo material (los estudios) sino también en las historietas y los libros de género, abundantes proveedores de argumentos para una masa de guionistas o sobre todo productores que no se caracterizaban exactamente por su imaginación o ingenio.
Joe tuvo un solo momento creativo final. Delgado, y a la vez terco como una mula, clavó la mirada vacía en el horizonte de Chicago (que ahora era una inmensa fuente abierta de cemento fundido) y lenta, parsimoniosamente, logró dejar de respirar.