23 de junio de 2015
Plazas, canchas de fútbol, estacionamientos, restoranes, asentamientos, depósitos de autos y hasta ruinas de un centro clandestino de detención ocupan algunos de los 198 predios que asoman bajo la traza de las autopistas porteñas que parten en dos la ciudad. El Plan de autopistas urbanas –bastión de la gestión del intendente de la dictadura, brigadier Osvaldo Cacciatore– contemplaba la construcción de una red de 9 vías rápidas que atravesaría la ciudad y que sumaría 74 kilómetros. Solo se construyeron dos con un costo de más de 700 millones de dólares, denuncias por pago de sobreprecios millonarios, elevado costo ambiental y la expropiación compulsiva de centenares de casas en barrios que quedaron literalmente cortados a la mitad.
La autopista 25 de Mayo fue la primera –inaugurada en 1980– y unió el Bajo porteño con el barrio de Liniers. Bajo su traza se erigen mayoritariamente –con concesiones precarias o sin ellas– estacionamientos, canchas de fútbol, polideportivos y centros comunitarios. «Desde hace más de 15 años lo usamos como depósito de nuestros carros», aclara Diego, quien acaba de «estacionar» el suyo entre las columnas, al costado de la estación Villa Luro de la línea ferroviaria Sarmiento. Junto con otros cartoneros organizaron un comedor-guardería comunitaria donde sus hijos esperan mientras los padres recogen cartones por la zona. El improvisado «estacionamiento» limita con un depósito policial de autos y hasta hace unos meses, con una familia que había improvisado una casa de chapas y cartón con la autopista como techo. «Cuando empezaron a arreglar la estación no se vio más a la familia», remarca Gisela, a cargo del comedor.
La autopista 9 de Julio Sur trazó también un surco que dividió los barrios de Barracas y La Boca. Bajo su recorrido se erigen hoy viviendas precarias de material de uno, dos y hasta tres pisos de altura, fiel imagen de la crisis habitacional que hizo pie en estos predios abandonados a su suerte. Sin embargo, y como contracara de lo que sucede en el sur, bajo la traza de la autopista Illia, en Retiro, coquetos restoranes de lujo, a metros de avenida Libertador, iluminan las noches. Entre las columnas de la autopista no hay emprendimientos comunitarios ni centros deportivos. Hay solo locales comerciales con concesiones que promedian los 20 años de duración. «En San Telmo, desde 2006, el Gobierno de Macri quiso “vendernos” un proyecto como el de Libertador», cuenta Jorge, vecino e integrante del grupo barrial que se opone al plan. «Eran locales y nada más, aunque lo presentaban como de integración del barrio. ¿Y los centros comunitarios?, ¿y los predios deportivos que usan las escuelas de la zona? ¿Y las casas medio destruidas donde vive gente?», resume Jorge.
La construcción de autopistas significó un corte profundo en distintas zonas de la ciudad, destruyó al mismo tiempo una parte importante del espacio público y dejó como marcas siempre presentes los bajo autopista. Hoy, a más de 35 años, estos predios continúan siendo territorios en disputa. Espacios comunitarios, entidades sociales y deportivas luchan por sobrevivir ante los intentos gubernamentales de privatizarlos bajo la excusa de integrarlos a la vida barrial.
—Mirta Quiles
Fotos: Jorge Aloy