6 de junio de 2013
La política, el amor, la música y el saber son algunos de los temas sobre los que reflexiona Darío Sztajnszrajber, quien se autodefine como un militante de la filosofía.
Se pronuncia stainshraiber», aclara cada vez que se lo preguntan y aun sin que lo interroguen al respecto, en el inicio de una conversación. El hombre que se acostumbró a vivir agregándole una postdata a su DNI tiene un apellido con tres vocales para once consonantes. Su hermano lo resolvió de manera más práctica. Se bautizó «Mauro Z» y así se presenta para contar las noticias policiales en la señal de cable C5N como antes lo hacía en Canal 13 y TN. Él se llama Darío y también aparece en la televisión. Su currículum vitae es extenso y responde por sí solo a esa cuestión a la que Sztajnszrajber tuvo que enfrentarse cuando les contó a sus padres que iba a estudiar filosofía. «Me preguntaron de qué iba a trabajar y cómo iba a ganarme el mango. No fue un lindo momento», recuerda y se ríe. «Con el tiempo, esas situaciones que de adolescente las vivís con enojo, las vas resignificando, más cuando tus padres son grandes y ven el desarrollo de tu carrera. Lo que al principio fue un problema, después se fue matizando, ellos fueron tomando conciencia de que la cosa no era tan tremenda. No sólo pude estudiar lo que me gustaba sino que pude vivir de la filosofía, a través de la docencia. Vivir de la filosofía, salvo los que siguen la carrera de investigadores, no es que genere demasiado dinero… Nadie hace mucha plata con la filosofía, si mis viejos tenían esa idea en la cabeza, se les derrumbó. Pero quiero remarcar, como homenaje, que me lo podrían haber prohibido. A esa edad, tenía yo 17 años, podrían haberme dicho que no».
Don Enrique y doña Felisa pueden quedarse tranquilos. Su hijo tiene trabajo, y en múltiples lugares. Darío es profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Pero rompió el molde de una disciplina más bien reservada para los intramuros académicos volcándose a los medios: en el canal Encuentro conduce el programa Mentira la verdad y también está al frente del ciclo El innombrable, por AM 530 Radio Madre. Actualmente presenta en el centro cultural Konex el espectáculo Desencajados, donde cruza conceptos filosóficos con letras de canciones del rock nacional. Multifacético y multimediático, el filósofo no cree que sus variadas tareas lesionen el espíritu de Sócrates y Platón.
–¿Puede el mensaje masivo atacar la calidad de los contenidos que se difunden?
–La filosofía no se degrada por esto. Asumo que por ver un programa de televisión nadie va a aprender filosofía erudita o va a ser experto en Kant. La filosofía mediática no está dirigida al especialista, el especialista puede recurrir a la academia. Este tipo de proyectos está dirigido a la gente que vive en su vida cotidiana la presencia de los medios de un modo contundente. Lo que ofrecemos es que ese poder que los medios ejercen sobre la gente tenga otras derivaciones. Está la posibilidad de que esos mismos medios que interpretan la realidad desde una posición exitista ofrezcan, desde estas propuestas, otro tipo de camino, ese que propicia el pensamiento crítico, el cuestionamiento.
–Tu estilo de divulgación tiene antecedentes. Pienso en el español Fernando Savater y su Ética para Amador. La BBC de Londres, hace una década, presentó una serie de programas del filósofo Alain de Botton, que originaron el libro Las consolaciones de la filosofía. Y aquí tenemos a José Pablo Feinmann, desde el canal Encuentro.
–Dejame agregar, en otras ramas, a Felipe Pigna con su Algo habrán hecho y a Adrián Paenza con sus lecciones de matemática en la televisión pública. Todos son intentos de poder comulgar el saber académico con los medios populares. Se produce, claro, una tensión. Como en toda tensión los dos polos se automodifican. El saber académico tiene que lidiar con la irrupción de la divulgación, que no es ni más ni menos rigurosa, sino que es otra faceta del saber. El saber de la investigación tiene su propósito, pero no puede quedarse sólo en eso. Si la filosofía fuese sólo investigación, sería elitista y aristocrática. Pero si fuera sólo divulgación, se perdería la actividad de los pensadores en las cuestiones fundamentales de la ciencia. Yo pienso en tres vías: la divulgación, la docencia, y la investigación. El saber se automodifica. Y la televisión, también. Porque hay contenidos que históricamente parecían vedados que ahora venden. Y eso pasa hasta con las novelas. Son temáticas que se vuelven rentables, en la multiplicidad de variables que se puede hablar de rentabilidad en televisión. Me refiero al prestigio, al posicionamiento de marca.
–Pero no parece sencillo programar espacios de filosofía en pantallas de relevancia. No imagino ofertas así en horario central…
–Nosotros, en FLACSO, debatimos permanentemente sobre si este tipo de programas podrían ir a la televisión masiva con relativo éxito. Habría que definir, claro, qué entendemos por éxito en la tv, y de qué tipo de señal hablamos, si privada o pública. Hay algunos intentos. Juan Sasturain hizo algo muy bueno en Telefe, Ver para leer. Pero salía los domingos, casi de madrugada. ¿Un programa cultural podría tener alto impacto de rating? Yo creo que no, pero la polémica es interminable.
–Es complicado, para los no eruditos, entender la fascinación por la filosofía. A primera vista, el lugar común imagina a un hombre más anciano que joven, aprendiendo a transitar por callejones sin salida, hablando de cosas que casi nadie entiende.
–Yo soy un militante de la filosofía, es una disciplina que tiene un poder transformador. Eso no significa que sea mejor o peor que otra, que esté más cerca de la verdad que otra. Suelo pensar al saber como una búsqueda que se está reinventado a sí misma, que se niega a sí misma y no creo que haya una disciplina jerárquicamente superior a otra. Considero, sí, que la filosofía crea una manera de pensar en la que se prioriza la pregunta. Me gusta describirla como hacía (el filósofo francés Jacques) Derrida, que llamaba a la filosofía «un género literario». Es una manera de expresarse que, como el arte, tiene poder, impacta, provoca un movimiento. La filosofía permite salirse de ciertos criterios que se juzgan incuestionables, que se dan por obvios, cierto pensamiento rutinario y perezoso, esa aceptación de las cosas como terminantes, como definitivas. Al poder escapar de esos lugares, uno empieza a ponerse en movimiento. Y ese movimiento es transformador.
–¿Y cómo esa transformación puede hacer pie en el pesimismo? En tu blog escribiste que es el pesimismo el que mueve los hilos, no el optimismo.
–El pesimismo es fuente de emancipación. La palabra optimismo es un significante vacío, todo depende con qué la llenemos. Me parece que hay un discurso desde el consumo fácil, un discurso mediático rápido, que elabora un optimismo de autoayuda. «Bueno, bueno, vos ponete contento, que todo va a estar bien. Sacate las ideas malas de la cabeza que vas a estar bárbaro». Y la gente se muere de hambre, y La Plata se inundó… Está claro que ese optimismo ingenuo tiene más que ver con cierta necesidad milagrera, un redimensionamiento de ciertas prácticas tradicionales «religiosas», que al no poder resolver problemas concretos se aferran a este tipo de deseo. Pero en el mundo en que vivimos el optimismo se ha secularizado, se ha vuelto una pauta publicitaria, un eslogan que se mete en el marketing de las creencias. En la feria de las creencias, hay mucho de la autoayuda y de la nueva espiritualidad que con el objetivo de venderte el «sentite bien», te dan un optimismo ingenuo que te convierte en un idiota al servicio del mercado. El pesimismo es una forma de poder plantarse frente a un mercado que te ofrece una única linealidad de las cosas.
–Me cuesta pensar una propuesta política desde el pesimismo. Como lema de campaña, por lo menos, sería bastante resistido.
–(Risas) Yo creo que el pesimismo puede ser político, tal vez no partidario. Todo el pesimismo es político y creo que la política es un ejercicio de cuestionamiento permanente en ese sentido. ¿Se puede construir un orden desde el pesimismo? Le haría muy bien a cualquier proyecto político una pata pesimista, una tensión interna. El kirchnerismo la tiene. Se lo ve de afuera de un modo mucho más reductivo de lo que realmente es. Creo que hay dirigentes en el poder que, sí, tienen mayor peso, pero alrededor del kirchnerismo hay un conjunto de pensadores, intelectuales, periodistas, gente del mundo de la cultura, todos ellos plantean estas tensiones, manifiestan críticas.
–No es esa la imagen que algunos le asignan al partido gobernante. Le endilgan precisamente lo contrario, la idea de un pensamiento único, monolítico, sin espacio para las disidencias…
–Esa es una estrategia de los sectores de la oposición para etiquetar al kirchnerismo. Y en ese mismo sentido, se lo busca cuestionar por autoritario. No hay mejor manera para hablar de un autoritarismo que pensar que en el interior de ese movimiento no hay diferencias. Yo creo que el kirchnerismo es una explosión de diferencias. Es indiscutible que la Presidenta tiene una capacidad de toma de decisiones mayor al resto, pero no es que no escuche o no se nutra de otras voces ni que la información no fluya.
–Estuviste varias veces como invitado en 6,7,8… ¿Recibiste críticas?
–Sí, la presencia en 6,7,8 es muy estigmatizadora.
–¿Cómo lidiás con eso?
–Me lo banco, porque asumo que soy kirchnerista. No tengo por qué ocultarlo, ni es algo de lo que no esté orgulloso, todo lo contrario. Creo que esas críticas tienen que ver con la misma imagen del kircherismo de la que hablábamos antes. En la medida que se lo considera de una sola manera, si vos te definís como kirchnerista te señalan de estar sometido a una verticalidad que en realidad no existe. Yo creo en este modelo. Es un modelo que revolucionó y transformó a la sociedad en estos últimos años. Creo, también, que es un modelo que hay que profundizar, creo que el modelo es más importante que las personas y que no puede estar reducido sólo a los nombres. Sostengo, incluso, que podría venir otra fuerza política que no sea kirchnerista y mejorarlo. Y estaría buenísimo. Hay un cambio en la forma en que se plantea la relación entre la sociedad y el Estado. Y eso es lo novedoso que instaló Néstor y ahora sigue Cristina. Me quedan claras todas las falencias de hoy. La deuda social me sigue pareciendo importante, pero estamos en un rumbo que se debe valorar.
–En uno de tus textos, decís que «lo imposible no está en la utopía de lo irrealizable, sino en el poder distanciarse de concepciones lineales que sólo dan lugar a lo posible». Siempre se consideró a la utopía como horizonte a donde todo cambio debiera poner proa…
–Es útil la dicotomía. Aristóteles cree en la política como arte de lo posible. Yo contrapongo este concepto con la gran frase del Mayo francés, «seamos realistas, pidamos lo imposible». Es interesante el debate que estos tiempos presentan sobre una cuestión dual, ¿gestión o ideología? Creo que habría que desechar esa lógica binaria. Si la política sólo fuese gestión de lo posible, no hay transformación, se da por aprobado el statu quo. Pero si la política se vuelve sólo adoración ingenua de lo imposible es exactamente lo mismo pero a la inversa. Se legitima el statu quo, poniendo el acento en el futuro que nunca va a venir. Creo que habría que redimensionar la idea de lo posible y lo no posible.
–Podríamos redimensionar, también, a la filosofía. ¿Cuándo cualquiera de nosotros, los que no somos filósofos, estamos filosofando sin saberlo?
–Cuando se colocan frente a las cosas desde un lugar que tiene como principal característica la desnaturalización. Hay que negar la idea de que sobre cualquier cosa hay una versión definitiva que corresponde a la naturaleza de esa cosa. Hacer filosofía es partir del axioma de que todo puede ser de otra manera. En la medida que cada uno pueda, con la única arma que contamos, nuestra mente, plantear perspectivas posibles frente a lo mismo, diferentes perspectivas que abran ese concepto hermético que se presenta como lo único, está dando un paso importante. Resta otro ejercicio, un pesimismo interesante: negarse a sí mismo. Se trata de entender que uno, antes que nada, debe poder transgredir sus propias limitaciones. Solemos aferrarnos a nuestras verdades, a nuestras certezas, a nuestras creencias, para convertirlas en dogmas. Desdogmatizar al otro es fácil, lo difícil es desdogmatizarse uno. Para que uno pueda entender que eso que piensa puede mañana ser de otra manera, tiene que poder conectarse con el otro. Y ese es un desafío fascinante. Y vale la pena intentarlo.
—Diego Pietrafesa
Fotos: Jorge Aloy