23 de enero de 2023
En su nueva película, el director de E.T. y La lista de Schindler describe el origen de su fascinación por las cámaras y evoca sus primeros cortos caseros.
Que su nueva película ya se haya metido de lleno en la carrera por el Oscar con 5 nominaciones a los Globos de Oro, incluyendo Mejor película dramática, Mejor director y Mejor guion (junto a su colaborador Tony Kushner) no es ninguna sorpresa, sobre todo porque a los 75 años y con una trayectoria profesional que supera el medio siglo, cada trabajo suyo es esperado con ansiedad por los amantes del cine. Lo diferente es que Los Fabelman cuenta en primera persona cómo fue que Steven Spielberg se enamoró de las cámaras y encontró el camino para convertirse en uno de los mayores maestros del séptimo arte. Aunque todos los nombres han sido cambiados, el hombre detrás de E.T., La lista de Schindler y la saga de Indiana Jones no niega que Sammy, el personaje que interpreta Gabriel LaBelle, es su alter ego; de la misma manera que Michelle Williams y Paul Dano reflejan a sus padres en su niñez y adolescencia. Por eso, más allá de su indudable calidad, la más reciente producción de Spielberg es también una mirada íntima que nos permite entenderlo mejor. Y aunque muchos temían que sus memorias fueran el broche de oro de una trayectoria simplemente espectacular, el gran director ya se encuentra trabajando en su siguiente película, una remake de la Bullitt con Steve McQueen, que estará protagonizada por Bradley Cooper.
–¿Cómo fue la experiencia de hacer una película tan personal?
–Pensé que iba a ser mucho más fácil de lo que resultó, porque estoy muy cerca del material y conozco a todos estos personajes de toda mi vida. Y sin embargo, descubrí que esta era una experiencia muy sobrecogedora, porque intenté, de una forma semiautobiográfica, recrear muchos momentos no solo de mi vida, sino también de la de mis tres hermanas, de mi madre y de mi padre, que ya no están con nosotros. Y poco a poco me di cuenta de toda la responsabilidad que eso implica. Cuando me senté con Tony Gilroy a tratar de poner en el papel lo que quería contar, no fue nada fácil. Tony fue en cierta forma mi terapeuta a la hora de extraer todo esto de mí. En cuanto nos sentamos a trabajar me di cuenta de que no había una distancia entre mi mirada de director y mi experiencia personal. Siempre pude poner la cámara como una forma de protegerme de la realidad, pero en este caso me di cuenta de que no iba a ser capaz de hacerlo. Emocionalmente, para mí esta fue una experiencia muy difícil. No toda la película, pero sí algunos momentos.
–¿Qué es lo que pudo compartir por primera vez con la audiencia?
–Que hubo momentos de mi vida en los que estuve muy triste. Todos tenemos esas situaciones en nuestras familias: el divorcio es algo que suele traumatizarte. Yo estaba decidido a contar la historia del divorcio de mi padre y de mi madre cuando hice E.T. Escribí algunas páginas sobre el divorcio, y luego me dejé llevar por otras cosas, porque siempre he puesto algo en mis historias que me protegiera de la realidad, así que terminé poniendo a un extraterrestre para que me distanciara de ese tema tan doloroso. Pero en este caso intenté contar una historia que fuera complemente honesta sobre mis recuerdos de cómo había sido crecer con mis hermanas, mi madre, mi padre y mi tío Benny. Creo que parte de haber hecho esta película tuvo que ver con haber pasado por la epidemia de Covid, cuando ninguno estaba trabajando. Todos nos tuvimos que quedar en casa. Recuerdo que mientras subían los números de muertos y mirábamos las noticias sobre lo que estaba pasando en el mundo, yo me preguntaba cuál iba a ser el impacto que todo eso iba a tener para la humanidad. Fue entonces que me puse a pensar que sí podía contar una historia que siempre me había quedado en el tintero, sobre el despertar sexual en una familia tan única, este era el momento de hacerlo, porque tenía todo el tiempo del mundo en mis manos. Y así fue cómo nos sentamos a trabajar en Los Fabelman con Tony, a través de Zoom.
«La era digital está muy bien, hemos encontrado la forma de trabajar con la tecnología, pero yo extraño el olor del celuloide, tenerlo en mis manos.»
–Recrear sus cortometrajes en 8 milímetros debe haber sido un desafío.
–Tengo que admitir que trabajé mucho para asegurarme de que la recreación de los cortos de 8 mm que filmé en aquel entonces fueran mejores que los que filmé de chico. Los ángulos que había elegido entonces estaban muy bien, en cierta forma me adelanté a lo que luego hice en Rescatando al soldado Ryan. Simplemente traté de que se vieran mejor. Cuando hice Rescatando al soldado Ryan, le mostré a todo el elenco Escape to Nowhere, el corto que había hecho con mis amigos cuando tenía algo así como 16 años. Tengo que reconocer que recrear esos cortos fue muy disfrutable. Hice muchos cortos cuando era chico y adolescente, todos en 8 milímetros. Era algo verdaderamente único. No había muchos chicos de mi edad que salieran a filmar en ese formato. Era algo muy físico y muy artesanal. No existían todos esos programas que tenemos hoy en la computadora, como el Pro Tools. Uno tenía que sentarse a pegar celuloide con mucha paciencia para poder montar la película. Yo fui la última persona que seguía montando en celuloide en Hollywood. La era digital está muy bien, hemos encontrado la forma de trabajar con la tecnología y nos hemos beneficiado desde un punto de vista práctico, pero yo extraño el olor del celuloide, tenerlo en mis manos y cortarme los dedos haciendo el montaje.
En el set. El director junto a Paul Dano, que interpreta a su padre en Los Fabelman.
–¿El director que hizo que se enamorara del cine fue John Ford?
–No, en realidad la primera película que de verdad me enamoró era de Walt Disney. Fue el primer realizador con el que verdaderamente me familiaricé. Pero, por supuesto, no es ningún secreto que me gustaba el cine de John Ford. No voy a contar cuáles son las escenas de Los Fabelman que son absolutamente auténticas y cuáles están un poco exageradas, basándome en mis recuerdos. Pero puedo decir que la escena de John Ford ocurrió palabra por palabra tal como se la cuenta, no hay nada que hayamos exagerado ni que hayamos quitado.
«La primera película que de verdad me enamoró no era de John Ford sino de Walt Disney. Fue el primer realizador con el que verdaderamente me familiaricé.»
–En la película podemos ver que en su adolescencia lo acosaron.
–La verdad es que el acoso fue un pequeño aspecto en mi vida, como también lo fue el antisemitismo. No fueron hechos que hayan marcado mi existencia, pero me hicieron sentir un forastero desde una edad muy temprana. Tengo que aclarar que los que me acosaban en mi último año de escuela secundaria eran solamente dos compañeros, tal como se muestra en la película. No es que lo hacían todos. Yo la pasé muy bien en esa escuela.
–¿Cree que Los Fabelman cambiará el rumbo de su carrera, de la misma manera en que ha ocurrido en el pasado?
–La verdad es que no me di cuenta de que Tiburón, La lista de Schindler o El color púrpura habían cambiado mi carrera hasta que pasaron veinte años desde que hice cada una de ellas. Solo puedo decir que Los Fabelman para mí fue la forma de traer de regreso a mi madre y a mi padre. Y también sirvió para que me acercara a mis hermanas Annie, Susie y Nancy mucho más de lo que yo creía posible, y solo por eso valió la pena haber hecho esta película.
–Alguna vez habló sobre sus sueños y dijo que estos nunca gritan, solo susurran. ¿Cuándo sintió ese susurro por primera vez?
–Me acuerdo muy bien de ese momento. Estaba en mi casa y debía tener unos 15 años, y obviamente a esa altura ya era un gran fan del cine. Vivía en Phoenix, Arizona, e iba a ver una película cada vez que tenía algo de dinero. Recuerdo que se me ocurrió una idea para una historia. Fue como un susurro muy suave, y era algo que nunca me había pasado antes. Pero no tenía todo perfectamente claro: era simplemente una idea muy básica para una película. En aquellos tiempos teníamos máquinas de escribir y recuerdo que comencé a tipear la historia y que me pasé toda la noche tratando de darle forma. No pegué un ojo. Debo haber escrito unas treinta o cuarenta páginas del guion. En esa época yo pintaba los árboles de blanco para que no se secaran los cítricos. Me daban 25 centavos de dólar por cada árbol que pintaba, y así fue como reuní el dinero que necesitaba para comprar la película y pagar el laboratorio. Me pasé todo el año siguiente filmando durante los fines de semana basándome en ese guion.
«No me di cuenta que Tiburón, La lista de Schindler o El color púrpura habían cambiado mi carrera hasta que pasaron 20 años desde que hice cada una.»
–¿Fue su primera película?
–No, la verdad es que hice un montón de cortos desde que tuve 12 años, pero este fue el primer largo: duraba dos horas y media. Y no me imaginaba que era una forma de adelantarme a mi trabajo profesional, en el que mis películas suelen durar dos horas y media. Pero esta película tenía esa duración y participaron estudiantes que asistían al departamento de teatro de la Universidad Estatal de Arizona, además de algunos amigos de mi barrio. Se llamaba Firelight.
–¿Es cierto que le destrozó la cocina a su madre mientras la filmaba?
–Sí, mi madre nunca me lo perdonó, aunque creo que en el fondo se quedó gratamente impresionada por lo que había hecho. Era una escena en la que explotaba una olla a presión y se suponía que lo que estaba dentro salpicaba el techo, el piso y las paredes. Mis padres se habían ido y yo había conseguido unas latas de cerezas, así que salpiqué con lo que había en las latas toda la cocina, pensando que iba a limpiarlo todo antes de que ellos volvieran a casa. Filmé la escena durante una hora y luego con mis hermanas nos pusimos a limpiar, pero no sabíamos que las cerezas manchan. Así que las paredes quedaron de color rojo y, lógicamente, me metí en un gran problema. Lo que quedó filmado tuvo un alto valor de producción, pero tuve que pagar por eso.