23 de febrero de 2016
El drástico giro en la regulación de la actividad entusiasma a los productores. Tras la devaluación y sin retenciones, la suba de precios internos apunta a generar excedentes exportables.
en su mayoría tendrá como destino mercados externos. (Jorge Aloy)
Durante largo tiempo, el producto estrella del campo argentino –y carta de presentación en el mundo– fue la carne vacuna. Su brillo se opacó en los últimos años, a medida que la soja ocupaba el centro de la escena agrícola nacional. Pero las condiciones del negocio cambiaron en forma radical en las últimas semanas y los mismos actores concentrados que se beneficiaron de la explosión granaria anticipan ahora un nuevo auge de la ganadería, asentado en renovadas expectativas de hiperrentabilidad.
La contracara, como ha sido tradicional en diversos tramos de la historia argentina del siglo XX, es el encarecimiento interno del producto, para alejarlo del consumo popular y reservar los excedentes de producción a los mejores postores del exterior.
El contexto de la actividad, por cierto, era promisorio ya antes de que en diciembre se dispusiera una enorme transferencia de recursos a los integrantes de la cadena cárnica con la devaluación del peso (más de 40%), la eliminación de las retenciones a la exportación (que eran de 15%) y el fin de las restricciones a los embarques. Con todo, a dos meses del nuevo gobierno hasta los más optimistas se pellizcan para ver si es realidad o sueño el cariz adoptado por la situación.
Los voceros de los grandes ruralistas y frigoríficos, por lo pronto, no logran ocultar su entusiasmo y aplauden el violento encarecimiento de la hacienda en pie (casi 50% entre fines de octubre y comienzos de diciembre), a la vez que acusan a supermercados y carnicerías por no trasladar al consumidor la baja parcial registrada durante enero (de 15% considerando el pico de precios en el Mercado de Liniers).
Todos coinciden en que se trata de un artículo demasiado valioso como para consentir que llegue al plato de los sectores de menores ingresos: mejor fletarlo al Norte occidental o a los ávidos mercados de Asia. En tanto, se reiteran las críticas a la política sectorial del gobierno anterior, a la que se acusa de haber achicado el stock de ganado (cuando la liquidación de animales se relacionó más bien con factores como el desplazamiento por la extensión del cultivo sojero, y con fenómenos climáticos como las inundaciones).
Expectativas
«A grandes rasgos, puede decirse que la alta productividad y rentabilidad de los cultivos (principalmente la soja), en un contexto de altos precios internacionales, jugó en contra de la ganadería y de toda su cadena de valor», reconoce un estudio reciente de la consultora KPMG.
En la relativa falta de vacunos para faenar, que incluso llegó a impedir que se cumpliera con la cuota Hilton (de exportación a Europa de los cortes más caros), se encuentra uno de los desafíos actuales de los productores para aprovechar plenamente los mejores precios. De allí que el ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, haya recomendado a la población «comer menos carne» para no convalidar las alzas de precios.
Omar Príncipe, titular de la Federación Agraria Argentina, salió al cruce de esa sugerencia: «No creo que haya que aconsejar consumir menos carne», porque la demanda interna del producto «es una cuestión cultural», afirmó. El problema de «escasez de oferta», sin embargo, fue admitido por el titular de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Dardo Chiesa. «La destrucción del rodeo –dijo– comenzó en 2005, cuando el gobierno empezó a manipular el mercado y llegó a destruir las exportaciones. Eso llevó a que en 5 o 6 años la Argentina perdiera 12 millones de cabezas, que es la totalidad del stock de Uruguay y casi el mismo de Paraguay».
Exageraciones y distorsiones argumentativas aparte, el dirigente (extitular del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna) recordó que el 60% del stock liquidado «eran hembras, con lo cual se vulneró el aparato productor, de manera que se mantiene la calidad pero falta carne, y esto no se va a resolver ni en 15 ni en 20 años, aun haciendo las cosas bien». En parte, porque el crecimiento demográfico sería probablemente superior a la tasa de renovación sobre el actual stock de ganado.
De momento, los análisis oficiales y privados señalan que las existencias cayeron 11% desde 2009 y, tras un ligero repunte que se inició en 2014, se ubicarán a fines de este año cerca de las 54 millones de cabezas, el nivel más alto desde 2008.
Dicho de otro modo, la cantidad de vacunos por habitante pasó de 1,4 en 2008 a 1,2 el año pasado, cuando tres décadas atrás era mayor a 2.
Para que un rodeo más robusto se transforme en los ansiados agrodólares, los principales referentes de la cadena cárnica defienden que el consumo interno no supere el nivel previsto para 2016, de 52 o 53 kilos anuales por habitante (en nivel más bajo desde 2011 y 12% menos que los 59 kilos de 2015). El bife y el asado, proponen desde esos escritorios, debe ser reemplazado en parte por sustitutos como las carnes de aves y porcinos.
Como se ve desde el balotaje de noviembre, los altos precios internos y externos generan un fuerte incentivo para la producción de novillos. Tras la apertura de exportaciones, la oferta no alcanza a satisfacer «ni la mitad de la demanda, y por tanto, el que tenga los animales tendrá la sartén por el mango», grafica el analista Tonelli.
Fiesta
La próxima ExpoAgro, que este año se realizará en el corredor bonaerense Ramallo – San Nicolás, prestará el escenario ideal para el festejo de los ganaderos (y de la cadena agropecuaria en general). La siguiente cita, en la mejor tradición oligárquica, será durante el invierno, cuando el presidente Mauricio Macri inaugure formalmente la Exposición Rural de Palermo.
Quienes manejan la mayor cuota del negocio ganadero se ilusionan con recuperar rápidamente las posiciones perdidas. KPMG recuerda que en los años 60 y 80 del siglo pasado, la participación argentina en la producción mundial de carne vacuna promediaba el 6,2%. Luego, entre los 90 y la primera década del nuevo siglo esa proporción cayó al 5%, hasta que en el último lustro se desplomó al 4%. El retroceso del sector se advierte además en el fuerte descenso de la faena de bovinos, que pasó de 16 millones en 2009 (cifra récord que no se registraba desde 1978), a una media de 11,5 millones en el lustro 2011-15.
El país experimentó, en ese contexto, una fuerte caída en el ranking de los principales productores y exportadores globales de carne. Según las estadísticas elaboradas por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), a principios del nuevo siglo la Argentina se ubicaba entre los cinco primeros exportadores de carne (intercalando posiciones con EE.UU., Brasil y Australia), pero en 2014 se colocó en la posición 11, detrás de Nueva Zelanda, Canadá, la India, Bielorrusia y la Unión Europea, o países de la región como Paraguay o Uruguay.
La contracara de esa ausencia en el exterior fue el consumo interno sostenido de la carne vacuna –dados los precios accesibles para la población–, lo cual permitió incluso mantener la actividad en años en los que era arrinconada por la soja, y apartada hacia zonas menos aptas para la producción. Pero hoy la expectativa del gobierno y de los grandes empresarios del área es desligarse todo lo posible de la demanda local para recoger los frutos de un mercado mundial «demandante, en crecimiento y subabastecido», según lo define el analista del sector Víctor Tonelli.
Ciclo
Lo cierto es que se avizora claramente un nuevo ciclo para los productores ganaderos, ya a corto plazo, por el buen escenario de precios (inverso al que se presenta para el consumidor local) planteado a partir de un mercado con stocks menguados y oferta acotada. Dicho en números, la producción de este año según la proyección del USDA, no llegaría a 2,7 millones de toneladas, el volumen más bajo en los últimos 4 años (y 9% inferior al de hace 10 años), con una paralela caída del consumo interno. Mientras, la exportación de carne –de acuerdo con el cálculo de Miguel Gorelik, exdirectivo de Quickfood (fabricante de Paty)– crecería en 300.000 toneladas, el nivel más alto de los últimos 7 años.
La tendencia en los envíos será ascendente, según se espera, a la vez que el menor nivel de faena proyectado se fundamenta en una retención moderada de hembras (terneras, vaquillonas y vacas), en tanto se procura aumentar el stock con mayor nacimientos de terneros.
Un punto adicional, a favor para los embarques de carne bovina, data de setiembre pasado, cuando se logró reabrir el mercado de Estados Unidos tras 14 años de suspensión de operaciones hacia ese destino. La Argentina había perdido a los clientes de ese país luego de que se declarara en marzo de 2001 un brote de fiebre aftosa, ocultado durante varios meses por el entonces gobierno de la Alianza. El mercado norteamericano es uno de los mayores importadores del mundo (más de 1,5 millón de toneladas, el equivalente al 15% de su producción) y llegó a ser el segundo comprador de la Argentina, detrás de Alemania.
Jugosas perspectivas para un negocio cada vez más concentrado.
—Daniel Víctor Sosa