24 de febrero de 2016
El 7 de febrero de 1986 Jean Claude Duvalier renunció al poder en Haití y huyó del país sin dejar sucesor. El 7 de febrero de 2016, Michelle Martelly dejó su cargo envuelto en denuncias de fraude y manifestaciones populares que obligaron a suspender la segunda vuelta electoral y tampoco pudo poner la banda presidencial a un sucesor. El contexto de hoy es diferente, aunque hay puntos en común. Entonces se desmoronaba una dictadura familiar de 29 años y se abrían las puertas de la esperanza. Treinta años después, Haití no tiene un sistema político democrático consolidado y sigue siendo el país más pobre de América. Ni siquiera ayudó la asistencia tras el terremoto de 2010 que dejó más de 200.000 muertos.
Hoy nuevamente reina la incertidumbre aunque hay un gobierno provisorio que debe organizar elecciones el 24 de abril. Haití no puede ponerse de pie por décadas de corrupción, luchas políticas internas y una economía de subsistencia afectada por los desastres naturales. Pero no es menor el daño provocado por las intervenciones de los Estados Unidos. Uno siempre piensa en el factor de las ocupaciones militares como elemento central de los problemas, pero lo económico termina impactando en la vida cotidiana de manera mucho más «sutil». Esto fue reconocido incluso por el expresidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, nombrado por Naciones Unidas responsable de la reconstrucción del país luego del terremoto de 2010. Ese mismo año, Clinton dijo ante un comité del Senado que él había sido responsable directo de la destrucción de la producción arrocera haitiana al fomentar la importación de arroz estadounidense de Arkansas. Según sus propias palabras, tendría que vivir todos los días con las consecuencias de la pérdida de la capacidad de los productores de arroz haitianos para alimentar a su gente. Por eso, muchas veces, parece que los haitianos vivieran en un laberinto sin salida.