30 de marzo de 2016
Hace algunos años que en América Latina existe un debate sobre la dificultad de definir a los movimientos que buscan destituir a los presidentes electos de la corriente progresista. No cabe duda de que hoy es muy difícil pensar en que las Fuerzas Armadas destituyan un mandatario, cierren el Congreso y disuelvan los partidos políticos. El debate puede tener aspectos conceptuales complejos de definir, pero la trama que existe hoy en Brasil para impedir la continuidad del Partido de los Trabajadores (pt) en el poder es tan clara como el cristal. Cuando Dilma Rousseff insiste en que no va a renunciar es porque existe un movimiento público y explícito que pide su renuncia casi desde el momento que asumió su segundo mandato el 1 de enero de 2015. Si el comandante del ejército, el general Eduardo Villas Boas, dice que se está urdiendo «un golpe que no es militar sino político-judicial» es porque algo se está moviendo. Y si un juez impide que Lula da Silva asuma como jefe de Gabinete, es porque existe un aparato judicial dispuesto a colaborar para que este gobierno no se sostenga. A esto hay que agregarle los poderosos medios de comunicación opositores que saben que la figura de Lula todavía es imbatible de cara a las elecciones de 2018 y están haciendo lo imposible para destruirlo ahora. La influyente revista Veja publicó en tapa un supuesto plan secreto de Lula de pedir asilo en Italia para eludir la prisión. La importancia de la revista es tal que motivó una respuesta de la embajada italiana en Brasil declarando que dicho «plan secreto» era inexistente.
La trama política, judicial y mediática es muy poderosa y no queda claro si Dilma Rousseff terminará su mandato. La manifestación de apoyo a su gobierno y a Lula el 18 de marzo demostró que la política también se sigue definiendo en las calles.