De cerca | ENTREVISTA A JUANO VILLAFAÑE

Medio siglo de vida cultural

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Jorge Dubatti

El director artístico del CCC Floreal Gorini repasa los hitos de su trayectoria, entre la poesía, la política y la gestión institucional.

Foto: Jorge Aloy

Juano Villafañe (Quito, Ecuador, 1952) es una de las figuras fundamentales de la cultura argentina contemporánea. Su nombre verdadero es Juan Cristóbal, pero todo el mundo le dice Juano. Se radicó en la Argentina en 1955 y en 2022 cumplió medio siglo de tarea artística y cultural. Entre sus múltiples facetas sobresalen su producción poética y ensayística y su gestión en instituciones y políticas culturales. Empezó a escribir poesía a los 15 años, dio sus primeros recitales a partir de 1972 y publicó varios libros: Poemas anteriores (1982), Visión retrospectiva de la botella (1987), Una leona entra en el mar (2000), Deconstrucción de la mañana (2006), Los Villafañe, poesía familiar (2012), Públicos y privados (2013), El corte argentino (2020). Fue cofundador de la revista literaria Tientos y Diferencias (Quito, 1980) y de la revista Mascaró y de su grupo Los Poetas de Mascaró. En materia de gestión, entre 1987 y 2002 dirigió Liberarte Bodega Cultural. Y desde 2002 es director artístico del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Junto a él se formaron numerosos artistas y trabajadores de la cultura. Resulta apasionante seguir su trayectoria, siempre en estrecha relación con la política y el movimiento cooperativo.
–¿Haber cumplido 50 años de vida cultural te llevó a hacer un balance?
–Me tracé una línea de tiempo para pensar algunos momentos fundamentales, conectados entre sí por un fenómeno de continuidad. Primero está mi casa familiar, de artistas. Me formé en un espacio renacentista, con mi madre Elba Fábregas y mi padre Javier Villafañe. Puedo decir que nací y viví adentro de un teatro. Tuve una formación musical, literaria, teatral, titiritesca. Mi infancia me dio experiencias artísticas, poéticas, pero también políticas. En mi casa también había grandes bibliotecas, cuadros, estaba instalada dentro de un gran monte, con ríos y arroyos, en la localidad de Moreno. En sus alrededores se instalaban los inmigrantes que venían de las provincias argentinas durante el período peronista. Allí conocí la resistencia peronista, cuando el movimiento fue proscripto. La experiencia política la vivía en las casas de mis compañeros, con los que jugaba al fútbol. En sus casas, en el cuarto donde dormían los padres, junto a las fotos de casamiento estaban las de Perón y Evita, escondidas, ocultas, porque estaban prohibidas. A mi casa venía Arturo Frondizi con su hermano Julio, a tomar mate. También venían Miguel Ángel Asturias, Olga Orozco, Emilio Pettoruti, con la lógica de las tertulias donde los artistas se contaban en qué estaban trabajando.

«Nací y viví adentro de un teatro. Tuve una formación musical, literaria, titiritesca. Mi infancia me dio experiencias artísticas, pero también políticas.»

–¿Qué imágenes vienen a tu mente cuando evocás aquellos años?
Mi padre amaba los pájaros y, para mí, el vuelo de los pájaros estaba ligado a la eternidad. Recuerdo cuando caminando por el campo un pájaro cayó muerto a mis pies, y empecé a dudar de esa eternidad. Entre los libros de la biblioteca de mis padres leí El diablo, de Giovanni Papini, una figura que estaba presente en los títeres de mis padres. ¿Por qué mis padres titiriteros tenían el personaje del diablo, pero no el de Dios? Desde muy pequeño los acompañé en una gira latinoamericana. Estuvimos en la casa de Pablo Neruda, en Isla Negra. Mis padres le hicieron una función de títeres en homenaje a su cumpleaños, y en esa ocasión Neruda, con vino, me bautizó poeta.
–Luego vendrían otros aprendizajes, en la escuela por ejemplo.
–Un segundo momento importante en mi línea de tiempo es en 1972. Me recibí de electrotécnico en el ENET N° 9 «Ingeniero Luis A. Huergo». Allí formé el primer centro de estudiantes y participé en la organización de la Coordinadora Nacional de Escuelas Industriales, gran acontecimiento político en el ámbito estudiantil, movilizábamos más de 50.000 estudiantes a la Plaza de Mayo. Cuando ingresé a la Universidad Tecnológica Nacional, Agustín Tosco nos hizo una convocatoria para destacar la importancia de los logros que habíamos conquistado para los técnicos. En paralelo, en 1972, inauguré con mi madre un teatro para cuatro espectadores donde realicé mis primeros conciertos de música y poesía. Se llamaba Teatro Siembra, en reconocimiento al teatro de Enrique Agilda, figura fundamental de la escena independiente.

–Entre 1976 y 1982 estuviste en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. ¿Cómo fue la experiencia del exilio?
Tras el golpe militar me fui de gira latinoamericana con mi guitarra y la poesía. Realicé muchos talleres literarios, para escribir y para leer, invitado por universidades de Ecuador, Colombia y Venezuela. Las universidades me permitieron una tarea de extensión cultural que fue central en mi formación poética. Luego de ese recorrido me quedé a vivir en Quito. Todo esto me permitió establecer los vínculos para hacer, a mi regreso en la Argentina, en 1982, la revista Mascaró. Le pusimos ese nombre en homenaje a Haroldo Conti y su novela Mascaró, el cazador americano, un clásico. El exilio me permitió conocer y tratar personalmente a Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Nicanor Parra y Juan Gelman. Cuando hicimos la revista Mascaró ellos nos entregaron textos. Siendo muy jóvenes, estábamos muy conectados con Latinoamérica gracias a la experiencia del exilio. Nuestra generación se había quebrado por el golpe, y en la posdictadura pudimos reconstituirnos. La revista Mascaró fue muy importante en ese sentido. También colaboraron Osvaldo Bayer, David Viñas, Juan José Manauta, Liliana Heker, Abelardo Castillo. Mascaró se vendía en los kioscos de revistas y la hacíamos con Leonor García Hernando, Ricardo Mariño, Susana Silvestre, Sergio Kisielevsky, Nora Perusín, Pedro Donángelo, Luis Eduardo Alonso, entre otros, una parte importante de la segunda generación del taller de Mario Jorge de Lellis.

«Siendo muy jóvenes, estábamos muy conectados con Latinoamérica gracias a la experiencia del exilio. Nuestra generación se había quebrado por el golpe.»

–¿Cómo fue tu gestión al frente de Liberarte Bodega Cultural?
Abrimos Liberarte en 1987, frente al Teatro San Martín. Fue un centro político cultural de izquierda, que tenía una gran librería con ensayo político y poesía, y un videoclub histórico de materiales argentinos, latinoamericanos y europeos. Al videoclub estaban asociados de Eliseo Subiela a Pino Solanas, de Lorenzo Quinteros a Ricardo Piglia. Una vez que no había quien atendiera lo tuve que atender yo y justo vino a alquilar películas de Kusturica nada menos que Diego Armando Maradona. Había además un bar. Fue un espacio muy intenso de debate intelectual, artístico, político, donde se reunieron todas las generaciones, de los 60 a los 90. El presidente de la cooperativa era David Viñas, los vicepresidentes, José Luis Mangeri y Ernesto Goldar. Teníamos socios como Horacio González, Rubén Dri, León Rozitchner, Osvaldo Bayer, Ana Padovani, León Ferrari y Hamlet Lima Quintana. Había dos trasnoches, por Liberarte pasaron Alfredo Zitarrosa, Javier Martínez, Luis Salinas, León Gieco, Andrés Ciro Martínez, Batato Barea, José María Muscari, María José Gabin, Valeria Bertuccelli, Fernando Noy. Liberarte prefigura el CCC, ya que el mismo Floreal Gorini nos habilitó durante los cuatro años finales de Liberarte para hacer la experiencia cooperativa y autogestiva prefundacional del CCC. El grupo que allí se formó con Manuel Santos Iñurrieta, Antoaneta Madjarova y Jorge Dubatti pasó luego a formar parte de la dirección artística del CCC.

Foto: Jorge Aloy

–¿Qué significó el hecho de asumir la dirección artística del CCC?
Hablamos mucho con Floreal Gorini sobre la «batalla cultural» para la transformación de la subjetividad social. Con Gorini hablábamos de la necesidad de que los mismos artistas debían hacer la gestión del CCC, pensado como un centro de las artes, las letras y las ciencias sociales, que forma parte del movimiento cooperativo. La conexión entre el arte, la producción de pensamiento crítico y los temas político-culturales era fundamental. Ese cruce está en mi propia vida, lo reconozco cuando miro hacia atrás estos 50 años. Gorini me pidió que yo le llevara un plan. Invitamos a una comisión de teatristas notables para ver el diseño de las salas del CCC. Armamos una comisión para niños, una de cine, etcétera. Le planteé contar con una orgánica que sumara lo artístico, lo crítico-intelectual y lo político. Y lo político-institucional. El artista, el crítico, el investigador, eran parte de lo mismo pero, al mismo tiempo, se reconocían sus especificidades. Necesitábamos el conocimiento de la sociedad para elaborar nuevas políticas culturales. El CCC ya cumplió 20 años con ese formato. Una de las cosas más difíciles que existen en la vida cultural es construir una superestructura donde las especialidades de cada disciplina se crucen con la producción de teoría y las políticas culturales. Tiene que existir una vida orgánica de excelencia.

«La conexión entre el arte, el pensamiento crítico y los temas político-culturales del CCC está en mi propia vida, la reconozco cuando miro hacia atrás.»

–¿El cruce de disciplinas es uno de los rasgos principales del CCC?
En el CCC hay áreas específicas pero también tenemos el Área de Investigaciones en Ciencias del Arte que es transversal a todas las disciplinas; y el Observatorio de Políticas Culturales, que también es transversal a todas las áreas. Todo lo artístico a la vez se cruza con los Departamentos de las Ciencias Sociales. El afecto y la relación humana es lo que unifica la superestructura, y luego viene el programa político. En esa unidad de solvencia y excelencia es importante la sensibilidad crítica, no solo una racionalidad crítica: eso asocia en las subjetividades. Quiero nombrar a algunas y algunos coordinadores con los que trabajamos intensamente en estos 20 años: a los ya mencionados Santos Iñurrieta, Madjarova y Dubatti, sumo a Mariano Ugarte, Chino Sanjurjo, Christian Forteza, Lucía Salatino, Mariela Ruggeri, Walter Alegre, Juan Pablo Pérez, Juan Pablo Russo, Carlos Juárez Aldazábal, Alberto Giudici y Natacha Koss.
Lo cierto es que en estos 50 años la trayectoria de Juano Villafañe cruza el arte, la cultura y la política con coherencia, mucho trabajo y pasión. «Me tocó pasar de un mundo renacentista al exilio en la juventud y la conexión con Latinoamérica, y desde allí hacer un aporte artístico-político-institucional con Liberarte y el CCC», concluye. Quienes nos hemos formado artística, política e institucionalmente junto a él, le decimos: «Gracias, maestro».

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