14 de marzo de 2023
Frente a un público sugestivamente joven, el cantautor encabezó en Villa Crespo una ceremonia crepuscular basada en las composiciones que ilustran el guion de su vida.
Tesoros. Cada vez más dylaniano, Sabina conmovió a sus fans con temas como «Con la frente marchita», «Mentiras piadosas», «La Magdalena» y «Contigo». Foto: Rodrigo Alonso
Ante un público sugestivamente joven y con la emoción que solo provocan las despedidas, de saco rayado y sombrero bombín, Joaquín Sabina clavó –con discreta elegancia, con la voz que le queda– otro clavo en la tapa del ataúd del siglo XX. Fue un recital sentido, crepuscular. Pero fue más que eso: fue una ceremonia. El gran hechicero de la palabra es, más que nunca, un personaje salido de cualquiera de las buenas canciones que tiene en medio siglo de carrera. Hombre ilustrado, la gira Contra todo pronóstico define un depurado guion de su vida.
El comienzo en el Movistar Arena fue un encadenamiento de canciones que no hablan de otra cosa que del paso del tiempo. Como buen poeta (término que, dicen, viene de la palabra «profeta»), ya había anticipado todo cuando era invencible. Sabina diseñó su futuro hace mucho y, ahora que el futuro llegó, las piezas se acomodan como una evidencia de un presente reflexivo.
Una de esas canciones es «Cuando era más joven», escrita a los treinta y pico. «Cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte/ Y dormí con chicas que lo hacían con hombres por primera vez/ Compraba salchichas y olvidaba luego pagar el importe/ Cuando era más joven me he visto esposado delante del juez/ Cuando era más joven cambiaba de nombre en cada aduana/ Cambiaba de casa, cambiaba de oficio, cambiaba de amor/ Mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana/ Cuando era más joven buscaba el placer engañando al dolor/ Dormía de un tirón cada vez que encontraba una cama/ Había días que tocaba comer, había noches que no/ Fumaba de gorra y sacaba la lengua a las damas/ Que andaban del brazo de un tipo que nunca era yo».
Existencial y prosaico
Cantautor existencial, entre lo prosaico y la metáfora, su obra contiene multitudes como esquirlas de épocas románticas. En esa obra se revuelcan, juntos pero no revueltos, los Rolling Stones y Georges Brassens; Humphrey Bogart, Luis Eduardo Aute, los poetas malditos franceses y los del siglo de oro español; Bob Dylan, el tango y las rancheras de José Alfredo Jiménez; la tríada «sexo, drogas y rock and roll».
En Villa Crespo ostenta la sabiduría de pasar de largo de los cambios de los paradigmas de género y las diversidades. Deja que la estetización del adulterio o la idealización de andar «entre putas y ladrones», como diría Raúl González Tuñón, se exhiban como lo que son: postales de otros tiempos. Suena honesto en su planteo. En su incorrección late una verdad artística que el público –muchas mujeres de clase media que seguramente se oponen a su filosofía guarra– acepta, condesciendente, tal vez atado a una memoria emotiva irrompible. Ocurrió con Diego Maradona, ocurre con Charly García: no hay artificio en sus obras, hay épica y dolor.
En un tema de la última horneada como «Sintiéndolo mucho» canta: «Por fin ayer llegó la hora tan temida/ De hacer balance de mi vida y terminar esta canción/ Y en vez de echar sal y vinagre en las heridas/ Haré otra vez de tripas corazón (…) Siempre he querido envejecer sin dignidad/ Aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho/ Si el corazón no rima con la realidad/ Cambio de tercio, sintiéndolo mucho/ Aunque entre el sueño y el papel algo se pierde/ Y con los años duele más cuando me escucho/ Fingiendo ser un estupendo viejo verde/ Y lo de viejo, sintiéndolo mucho».
Cada vez más dylaniano –el Dylan post Modern Times–, Sabina pendula entre su voz de hiena y el descanso en una banda sólida, que le da espacio para un respiro entre tanda y tanda de canciones. La gente enloquece ante la perfección de temas incorporados a la aristocracia del cancionero en español: «Con la frente marchita», «Mentiras piadosas», «19 días y 500 noches», «La Magdalena», «Contigo», «Por el boulevard de los sueños rotos», «Y nos dieron las diez», «Lo niego todo».
Después de miles de litros de whisky, kilos de tabaco y cocaína, caídas, internaciones, reinvenciones, el cantautor volvió contra todo pronóstico como lo que siempre jugó a ser: un hermoso perdedor. Dicen que de tanto usar un disfraz, la máscara se funde en el rostro. Esa operación ocurrió hace tiempo. Sabina es lo que canta: «Entre el sueño y el papel algo se pierde». La bella y melancólica ceremonia de Villa Crespo se escuchó, al fin, como la crónica de esas pérdidas.