23 de abril de 2023
El embajador en España se refiere entre otros temas a su alejamiento de la UCR y los desafíos de Argentina a 40 años de la recuperación de la democracia.
A 40 años del retorno de la democracia surgen los debates y balances del saldo que dejó aquella gesta histórica que tuvo como protagonista a Raúl Alfonsín en 1983. Por ello Acción se contactó con Ricardo Alfonsín, hijo del expresidente, histórico militante radical y actual embajador en España. Respecto a aquellos días Alfonsín destaca el protagonismo que tuvo la sociedad en un momento tan difícil como el Juicio a las Juntas: «En 1983 el pueblo argentino tenía dos posibilidades: convalidar las leyes de autoamnistía o juzgar por lo menos a los principales responsables. Y fue el pueblo el que acompañó esa propuesta y siguió acompañando cuando fue amenazada la democracia».
Sin embargo, Alfonsín –quien es embajador desde agosto de 2020– señala desde Madrid también lo que no se ha logrado en estas últimas cuatro décadas: «La deuda es con la democracia social, con la que se come, se cura y se educa. Cuando Raúl Alfonsín lo decía se refería a que, para los radicales, democracia no es solo ir a votar».
Escindido de la UCR desde 2015 cuando se conformó la alianza Cambiemos con el PRO, Alfonsín remarca especialmente a sus hoy excorreligionarios el contenido de igualdad que conlleva la democracia: «Sería bueno que algunos se acuerden de esta otra dimensión de lo social. Para que una sociedad esté realmente organizada de manera democrática se tienen que garantizar derechos sociales fundamentales».
–A 40 años del retorno de la democracia, ¿cuál es el balance?
–Desde el punto de vista formal hemos avanzado. Se nos garantizan todos los derechos para ejercer las libertades políticas; que no es poco. Recuerdo que mi padre decía, frente a algunos intelectuales de otras partes del mundo: «Los que relativizan la importancia de la democracia formal no comprenden la diferencia entre la vida y la muerte»; pero tenemos que reconocer que en materia de justicia social o de igualdad tenemos todavía muchas deudas. No la democracia, la democracia no gobierna, no sanciona leyes, no privatiza, no abre la economía; la responsabilidad es de la dirigencia política. Y de la no política también, aquellos que sin ir a elecciones influyen y presionan mucho sobre los que se sientan en las bancas.
«La democracia no gobierna, no sanciona leyes, no privatiza, no abre la economía; la responsabilidad es de la dirigencia política.»
–¿Vio la película 1985? ¿Qué le pareció?
–Me pareció muy buena y me parece muy bien que se hable del tema. Muchos dirán: «Todo eso ya se sabe», pero algunos se empiezan a olvidar de lo que pasó y eso es peligroso. Alguna vez escuché a quien era ministro de Cultura del presidente Mauricio Macri decir que la ventaja que tenía el electorado del PRO, o sus dirigentes, era que habían nacido en democracia y que «no cargan con la mochila de la dictadura». ¡Eso es una barbaridad! ¡Con esa mochila cargamos todos! Es como si los judíos que nacieron después del Holocausto no cargaran con la mochila del genocidio nazi. Tenemos que conocer bien de qué es capaz el hombre cuando se dan ciertas circunstancias que hacen que se sienta impune. Por eso la película sirve para que se debata y se discuta. No importa si se puso más el acento en una cosa o la otra. Hay algo para destacar sobre la política de derechos humanos de los 80: no es mérito de un Gobierno ni de un presidente ni de un partido. Es mérito del conjunto del pueblo argentino. Y no es retórica esto. Lo que más puso en riesgo la democracia fue lo que más la consolidó: el Juicio a las Juntas. Después se pudo avanzar más, pero porque había y hay un pueblo que quiere conocer muchas cosas que aún no conoce sobre aquella dictadura.
–¿La película también llega en un momento propicio, teniendo en cuenta el surgimiento de personajes como Milei, Trump o Bolsonaro?
–Y no solo en América Latina, también en Europa. Yo creo que hay que preguntarse por qué. Y tiene que ver con la hegemonía neoliberal que despolitiza cuestiones muy importantes de lo social, generando incertidumbre y retrocesos. Muchísimos ciudadanos en el mundo ven el futuro como una amenaza y que sus hijos estarán peor. Entonces, por favor, si queremos en serio ponerle un límite a estas patologías políticas que están emergiendo, pensemos si vamos a requerir cambios en las políticas económicas. Pero si uno dice estas cosas es acusado de populista. ¡Todo es populismo!
«La alianza de JxC está trabajando con fuerzas que representan modelos de país muy distintos a los que representa el radicalismo desde su nacimiento.»
–¿Qué opina de que se utilice ese término para invalidar algunas formas de hacer política?
–¿Acaso la Constitución Nacional, el artículo 14 bis, es populismo también? Vayan y lean los derechos que consagra para vivir en dignidad. No es populismo. Las políticas que reclamamos son las necesarias para que la Constitución Nacional se cumpla. Y estas políticas son las que se aplicaron desde 1945, cuando terminó la guerra, hasta 1980. Durante todos esos años donde la economía en el mundo crecía mucho más que ahora, en los países había una gran movilidad social, la gente progresaba y veía satisfechos derechos fundamentales porque el Estado se hacía cargo. Épocas en las que se pagaban impuestos muchas veces el triple de lo que se pagan ahora, y no se lo llamaba populismo. Era el Estado de bienestar, era keynesianismo, socialdemocracia. Sería bueno que los radicales se acuerden también de eso. Porque nunca más los oí hablar de neoliberalismo desde que se hizo el acuerdo con el PRO.
–Haber aceptado el cargo de embajador e integrar de alguna manera este Gobierno podría ser visto como un aporte a la democracia, a la amplitud de pensamiento. Sin embargo, algunos lo vieron como una traición. ¿Cómo explica este paso que dio?
–Yo no formo parte del Gobierno, estoy en una embajada representando a mi país. Elegido sí por el presidente, quien creía que era necesario tener mejores relaciones entre los partidos políticos. Pareciera que algunos creyeron que lo mejor es llevarse pésimo y que eso sirve de algo. Yo me opuse al acuerdo que el partido radical hizo con el PRO en 2015. Yo digo que los que dejaron de ser radicales son ellos. ¿Qué es lo importante en un partido? ¿El comité? ¿Dónde está ubicado? ¿Los colores de la bandera? ¡No! ¡El sistema de ideas! Si el partido hubiera estado siempre representando las ideas que defienden ahora nunca me habría afiliado. Ni mi padre, ni Lebensohn, ni Illia, ni Yrigoyen se hubieran afiliado a esta UCR. Los que modificaron de facto la identidad del partido son ellos. No podemos ser la expresión de la derecha en la Argentina. Alfonsín decía: «Cuando la sociedad se derechiza, preparémonos para perder elecciones». No decía: «Preparémonos para derechizarnos». Incluso a veces se preguntan: «¿Qué habría pensado Raúl Alfonsín de este acuerdo?». No sé para qué se lo preguntan si ya lo saben. Lo dijo en su momento: «El límite es el PRO». Y yo lo dije en 2019: el programa de Alberto Fernández era más radical que el programa de Mauricio Macri que acompañaba el radicalismo formal.
–Sin embargo, en la UCR muchos siguen rescatando la figura de su padre. ¿Cómo lo toma?
–Bueno, Raúl Alfonsín era un hombre progresista. Que ponía a la política por encima de los poderes económicos. Y desde la política hacer lo que se deba, dentro de los márgenes democráticos, para que la economía funcione de manera solidaria. Sin embargo, algunos se encargan de reivindicarlo olvidándose de estas partes. ¿Quién tiene el «radicalómetro»? Si nuestros referentes son quienes homenajeamos más, ¿de qué sirve luego hacer lo contrario a sus ideas? Muchas veces les digo a algunos amigos, ¿van a rendir homenaje o a pedir disculpas? Esto de radical no tiene mucho. Están trabajando con fuerzas que representan modelos de país muy distintos a los que representa el radicalismo desde su nacimiento.
«Los discursos de odio no son solo de los argentinos, también en otras partes del mundo se descalifica al adversario.»
–¿Qué opina del atentado contra la vicepresidenta y la posterior reacción de la oposición, dudando y minimizando los hechos?
–Fue gravísimo y habría sido muchísimo más grave si se hubiera podido perpetrar. Yo no sé cómo no hubo inmediatamente una reacción de todos los sectores. La competencia electoral tiene un límite. Hay cosas que no merecen discusión. Un acto como ese tiene que ser reprobado por todos y no andar haciendo especulaciones electorales, estar calculado que si me solidarizo con la víctima perderé votos. ¡Por Dios! Ese tipo de cosas, en una sociedad en donde sus dirigentes tienen un fuerte compromiso con los valores republicanos, no puede ocurrir. La república no es solo la división de poderes. Es ser respetuoso con el adversario, es no mentir en el debate público, es ser honesto intelectualmente, es no agredir ni física ni verbalmente.
–¿Fue un paso atrás en el pacto de convivencia democrático inaugurado en el 83?
–Yo no creo que estemos frente a ese retroceso. Pero debe ser una alarma y sí tiene que ver con cierto clima que se ha apoderado de un sector de la sociedad que está impregnado de sentimientos de bronca, de rencor. Son los discursos de odio, que no nos ocurre solo a nosotros los argentinos, también en otras partes del mundo se descalifica al adversario, se lo hace dueño de todos los errores, se le atribuyen intenciones perversas, para poder criticarlo con más facilidad. Eso tarde o temprano genera consecuencias graves.