17 de mayo de 2023
22 años después de los hechos, fue condenado uno de los policías involucrados en el asesinato de Natalia Melmann. Un caso que conmovió al país.
Perpetua. El exsargento de la policía bonaerense Ricardo Panadero fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal 4 de Mar del Plata.
Foto: NA
Este juicio, realizado por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 4 de Mar del Plata, había comenzado el 2 de mayo pasado; es decir, a más de dos décadas del crimen en Miramar de Natalia Melmann, quien tenía 15 años al momento de morir en manos de cuatro policías (tres de ellos, condenados y presos desde 2002) y un soplón de La Bonaerense (condenado en aquel entonces, pero ya excarcelado). Al lote ahora se le suma el exsargento Ricardo Panadero.
Ese sujeto de 64 años asistió a todas las audiencias en libertad, siempre con un traje oscuro algo holgado, siempre con la mirada perdida en un punto indefinido del espacio y sin pronunciar ni una sílaba.
Su silencio duró hasta la mañana del jueves 17, cuando –antes de darse a conocer la sentencia– los jueces le concedieron la palabra.
Y él, con voz cavernosa, solo dijo:
–«Que se haga justicia».
Sus ojos seguían clavados en un punto incierto.
Tal fue el fotograma final de esta historia.
Ante todo, bien vale resumir el contexto político-policial de esta trama. Carlos Ruckauf gobernaba por entonces la provincia de Buenos Aires, siendo la «mano dura» el rasgo más sobresaliente de su gestión. Un punitivismo que supo aplicar sin pausa ni descanso. «Hay que meter bala a los delincuentes» era su frase de cabecera. Para ello, no vaciló en poner al frente del Ministerio de Seguridad a Ramón Oreste Verón (a) «El Chino», un comisario retirado con un legajo que chorreaba sangre. Este tipo, al gerenciar los negocios sucios de La Bonaerense, garantizó la impunidad de la tropa hasta para sus trapisondas estrictamente «recreativas». De modo que ese monstruo institucional de casi 60.000 cabezas andaba –diríase– con las hormonas de Carnaval.
En semejante marco se produjo el caso Melmann.
Martirio y muerte
Durante la mañana del 4 de febrero de 2001, la familia de Natalia ya buscaba su paradero, al no haber regresado a su hogar después de estar con sus amigas en un boliche de Miramar.
Hacía una década que los Melmann residían allí.
Gustavo –el padre– y sus otros dos hijos –Nicolás y Nahuel– empezaron a recorrer hospitales y los domicilios de quienes habían compartido la salida nocturna con ella. Mientras tanto, su madre –Laura– permanecía en el living familiar, junto al teléfono fijo, a la espera de alguna llamada.
La única que hubo aquel domingo fue la del propio Gustavo, para decir que la policía y los bomberos se habían plegado a la búsqueda.
Poco después –y durante cuatro días– la ausencia de Natalia hizo que sus amigos repartieran volantes con su foto en la zona céntrica. También hubo marchas para exigir su aparición, de las cuales incluso participaban no pocos veraneantes en esa urbe turística.
Lo cierto es que el asunto teñía de tensión su temporada estival, al punto de que los medios nacionales ya lo mencionaban.
En ese lapso, hubo versiones de que Natalia habría sido vista, al mismo tiempo, en diferentes puntos de la ciudad, de la provincia y del país. Rumores que, en circunstancias como aquella, jamás auguran algo bueno.
Su cuerpo apareció el jueves siguiente, semienterrado bajo un montículo de hojas secas y un tronco, en el Vivero Florentino Ameghino, ubicado sobre el extremo de la bahía. Todo indicaba que había sido dejado allí en la misma madrugada del asesinato.
Cabe también destacar que, pese a los rastrillajes policiales en ese lugar, tal descubrimiento fue realizado por un pibe que paseaba por allí.
La autopsia de la víctima consignó moretones y quemaduras, signos de «acceso carnal» y muerte por asfixia con un cordón de zapatilla.
El entierro de Natalia fue multitudinario, y mereció un gran despliegue mediático. Tanto es así que, en su edición del 10 de febrero, el diario Clarín supo dedicarle su título de tapa con la siguiente bajada: «Aún sigue prófugo el principal sospechoso, un ex preso».
En este punto es necesario retroceder al amanecer del domingo, cuando, tras despedirse de sus acompañantes, Natalia salió de la disco Amadeus, en la zona céntrica de Miramar.
Entonces comenzó a ser seguida por un tipo de mala traza, que obraba con el sigilo de una fiera al acecho.
Esa persecución silenciosa se prolongó por dos cuadras, hasta llegar a una esquina desierta. El tipo, entonces, la sujetó de un brazo, inmovilizándola con un golpe en la boca del estómago.
En ese instante irrumpió una camioneta policial.
Dos de sus cuatro ocupantes saltaron de la cabina en apoyo al agresor de Natalia. A los empujones, ella fue subida al vehículo.
–¡Suéltenme! ¡No hice nada! –alcanzó a gritar.
La escena fue vista desde lejos por testigos.
Así se pudo identificar al «perseguidor». Se trataba de Daniel Gustavo «El Gallo» Fernández, un exconvicto reciclado en «buchón» policial.
Al ser arrestado poco después del entierro, habló hasta por los codos.
Así se pudo saber que, después de su secuestro, Natalia fue llevada a lo que podría considerarse el «bulín» de sus captores: una choza sin luz ni agua, situada en una zona casi rural llamada Copacabana. Ella, por cierto, no fue la primera víctima del grupo en ser llevada allí, pero sí la única en salir sin vida.
Días después «perdieron» tres de sus cómplices con rango policial: los cabos Ricardo Alfredo Suárez y Ricardo Anselmini, junto al sargento primero Oscar Echenique. Faltaba el homicida restante, otro uniformado.
El caso, en consecuencia, aún no estaba esclarecido.
Infierno grande
El juicio oral a los cuatro procesados, a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 2 de Mar del Plata, comenzó en septiembre de 2002.
Hubo 110 testigos, precisiones periciales demoledoras y otras pruebas de inobjetable valía. Así fue como, un mes y medio más tarde, los suboficiales Suarez, Anselmini y Echenique fueron condenados a reclusión perpetua (se determinó que el primero de ellos había sido el autor material del asesinato), y al soplón Fernández le dictaron 25 años de prisión.
Al ser retirado de la sala, Suarez pasó junto al padre de la víctima; entonces, alcanzó a susurrar:
–Los platos más ricos se comen fríos. Cuando salga de esto, te mato.
Una hermosura de persona.
Los tres expolicías continúan tras las rejas. En cambio, Fernández fue excarcelado en 2010 y volvió a Miramar. Allí, en una ocasión, se la cruzó a la madre de su víctima en un supermercado. Infiernos de pueblo chico.
Pero regresemos al fallo del TOC 2 de Mar del Plata, dado que también ordenó que se investigue al otro presunto cómplice: el sargento Panadero.
Ese sujeto recién fue juzgado en 2018, aunque salió absuelto, ya que la principal prueba en su contra –un vello púbico suyo hallado en el cuerpo de Natalia– habría estado contaminada, según un dudoso examen pericial.
En 2019, el Tribunal de Casación bonaerense anulo aquella absolución, ordenando otro juicio. O sea, el que acaba de concluir.
En esta ocasión se determinó que tal vello público pertenecía, en un 97%, a Panadero. Eso selló su suerte.
Aquel tipo estará alojado hasta su muerte en el penal de Batán.